Todas las malas novelas sobre familias se parecen unas a otras, pero cada novela familiar buena lo es a su modo. Y es que está filosóficamente claro que en todas las familias de la Historia descansa, en potencia, un novelón, toda una saga, y que ésta sería mejor o peor no según lo extraordinarias que hayan sido sus peripecias, sino según la mirada con la que se aborden. Siempre será más insignificante una historia apasionante relatada sin talento que una estirpe más bien anodina, o incluso aburrida, contada con gracia. La literatura que importa casi nunca está en las tramas: mejor Josep Pla contando nada que otros proponiéndoselo todo.. Con Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) está ocurriendo algo curioso, que imagino que no estaba calculado por él (las cosas que salen bien casi nunca están previstas). Es nieto de uno de los mejores novelistas españoles del siglo XX, y aunque yo siempre quise ver cierto orgullo legítimo por ello en el hecho de que incluya su segundo apellido en su firma, reivindicando no una continuidad, porque sus obras se parecen poco, pero tal vez sí una filiación feliz, una herencia simbólica…, cuando en 2010 publicó el magistral Tiempo de vida, lo dedicó a pensar a fondo sobre su padre, el pintor Juan Giralt.. Aparte de una lección duradera (y, en parte, pionera) sobre cómo escribir un memoir, aquel libro traía, implícita, una lección de discreción: cuando todos podíamos pensar que Giralt Torrente custodiaba dentro de sí un apasionante libro sobre su familia materna, él se decidía a reflexionar sobre la rama menos ilustre. Y una decisión que, en un primer momento, podría haber resultado decepcionante, enseguida daba lugar a un libro tan bueno, acuciante y verdadero que conseguía que el lector se olvidase de ese otro libro silenciado, lo cual contribuía indirectamente a la gloria del que leíamos.. Anagrama. 256 páginas. 19,90 € Ebook: 10,99 €. Puedes comprarlo aquí.. No creo que el hecho de que haya perseverado en la meditación familiar se deba al oportunismo, al afán de prolongar el reconocimiento por Tiempo de vida, sino a un interés real que tal vez no llegue a la obsesión, pero desde luego sí a la meticulosidad psicológica, a una exhaustividad que busca explicaciones a muchos comportamientos, decisiones o modos de ser. La obra narrativa de Giralt Torrente conoce también, y con éxito, el cauce de la ficción, pero intuyo que, al menos mientras le quedaban personajes reales a los que examinar, él mismo sentía que el testimonio iba antes que la imaginación.. Si releemos París, su primera novela, encontramos muchas cosas que hay que reconsiderar a la luz de los títulos posteriores (incluida su dedicatoria «A quien ya no está», tan parecida y paralela a la que Gonzalo Torrente Ballester puso al frente de la primera parte de Los gozos y las sombras, «A quien más dolor me causa», palabras que ahora, leyendo Los ilusionistas, podemos entender cabalmente, pues se habla de ello), y en general ese autorretrato (tanto el suyo, individual, como el de su árbol genealógico) es el protagonista principal de su escritura. Es un autorretrato colectivo, la autopsia o vivisección literarias de todo un clan, en el que hay miembros secundarios que, según se hace saber sutilmente, no andan muy conformes con esta exposición.. Por ello, en la primera pieza de Los ilusionistas, dedicada a desentrañar la correspondencia íntima que se cruzaron sus abuelos maternos, Gonzalo y Josefina, Giralt Torrente ha preferido no pedir permiso para reproducir literalmente sino que ha optado por parafrasear fragmentos de las cartas del escritor. Y en ellas, como bien observa su nieto, hay momentos en que, por decirlo vulgarmente, le echa mucho morro, llegando a ciertos chantajes medio cómicos y justificando sin demasiados argumentos sus largas estancias en Madrid, alejado (que no desentendido) de su creciente familia y consagrado a unos intereses literarios que (en esto se incide menos) muchas veces implicaron una adulación excesiva a un franquismo con el que, de todos modos, colaboró sin disimulos desde el principio.. Aparte de las angustias económicas (que también se rastrean en las cartas a Dionisio Ridruejo que Jordi Gracia incluyó en El valor de la disidencia), expresa a su mujer otras urgencias, previsiblemente relacionadas con la impaciencia sexual que causa la distancia, pero también las provocadas por lo que Giralt considera «ansiedad literaria», «exceso de literatura» o incluso «un gen manipulador».. En el sexto de los textos que forman este mosaico Giralt vuelve a la figura de su abuelo, pero para centrarse en la relación directa entre ellos, y aunque tiene que explicar que «durante mucho tiempo estuve enfadado con él», al final se impone el reconocimiento y la gratitud. Mi parte favorita, sin embargo, es la dedicada a su tío, Gonzalo Torrente Malvido, que es una ampliación tal vez definitiva de «El perdón», el pequeño pero revelador artículo que Giralt ya incluyó en Algún día seré recuerdo, y que, como este de hoy, presentaba una mezcla sincera de afecto y rechazo, de rencor justificado y de genuina fascinación ante las andanzas de un pícaro contemporáneo.. Los otros dos hijos que Torrente tuvo con Josefina (antes de tener otros siete con su segunda mujer) cuentan también aquí con páginas propias, pero es la cuarta hija, esto es, la madre de Giralt, la protagonista de una pieza final que es, sin muchas dudas, el corazón de todo el libro, y lo que por otra parte queda rescatado de «Un libro que ya no escribiré», que así se titula. En sus líneas ha quedado salvada una relación maternofilial de la que ya sabíamos mucho por Tiempo de vida (pero también por París: «Durante toda la infancia, la posición que me adjudiqué en el entramado familiar apenas se diferenció de la posición ocupada en él por mi madre»…).. Que la madre, felizmente, siga viva da un curioso broche a un libro que puede ser entendido como un panteón familiar, un homenaje ambiguo por valiente pero finalmente, creo, claramente bonito. No se calla nada, pero no por hosquedad o indiscreción, sino para hacer más creíble, claro y completo todo el cariño que aquí se vuelca.
La Lectura // elmundo
En los relatos que conforman ‘Los ilusionistas’ el escritor continúa elaborando con acierto la historia de su familia, y logra crear un autorretrato colectivo: la autopsia o vivisección literarias de todo un clan Leer
En los relatos que conforman ‘Los ilusionistas’ el escritor continúa elaborando con acierto la historia de su familia, y logra crear un autorretrato colectivo: la autopsia o vivisección literarias de todo un clan Leer