«¡Entonces no tendrás postre!» Es una penalización que parece de un tiempo pasado. La falta de ese postre delicioso al final de la comida era una dura consecuencia para los niños (y también para los adultos) que no se comportaban bien en la mesa o que no consumían lo que debían. Durante la sublevación militar de 1936, el bando falangista impuso en las zonas derrotadas «el día sin postre» como parte de su apoyo a las Juntas Provinciales de Beneficencia. En el libro «Memoria gráfica del paladar» (Trea, 503) de Belén Laguía, que compila menús españoles desde 1911 hasta 2004, se presenta el menú del 6 de junio de 1938, que celebra el restablecimiento de la Compañía de Jesús en España. Este menú comienza con unos huevos escalfados ‘Íñigo de Loyola’, seguido de merluza cocida con salsa mahonesa, espárragos españoles, pollos asados en su jugo con patatas nuevas y ensalada mimosa. Sin embargo, en el lugar destinado al postre, se encuentra la anotación «día sin postre». Laguía señala algo interesante: «Es curioso que tras una buena comida, se declare un ‘día sin postre'». Esto lo menciona el historiador gastronómico Xavier Castro, quien es parte del Institut Européen D’Histoire de L’Alimentation y ha escrito el libro Ayunos y yantares. En «Usos y costumbres en la historia de la alimentación» (Nivola, 2001), se menciona cómo se estableció esta disposición: al inicio del conflicto bélico, Queipo de Llano, quien era el gobernador militar de Andalucía, sugirió esta acción como un acto patriótico, con la intención de, en teoría, prevenir o mitigar el hambre de los más necesitados mediante un esfuerzo solidario, cristiano y católico en su apoyo. En realidad, era una manera de financiar al ejército del levantamiento nacional. El historiador menciona que no existe una contabilidad confiable respecto al uso de esas donaciones, que en parte se destinaron al «Fondo de protección benéfico-social», que funcionaba como una institucion benéfica alterna al auxilio social. De esta manera, todos los lunes, tanto en los hogares como en los restaurantes, y hasta el año 1942, los comensales tenían que prescindir del postre.
Junto con el ‘día del plato único’, se implementaron unos impuestos innovadores que se presentaron como iniciativas de beneficencia.
«¡Entonces no tendrás postre!» Es una penalización que parece de un tiempo pasado. La falta de ese postre delicioso al final de la comida era una dura consecuencia para los niños (y también para los adultos) que no se comportaban bien en la mesa o que no consumían lo que debían. Durante la sublevación militar de 1936, el bando falangista impuso en las zonas derrotadas «el día sin postre» como parte de su apoyo a las Juntas Provinciales de Beneficencia. En el libro «Memoria gráfica del paladar» (Trea, 503) de Belén Laguía, que compila menús españoles desde 1911 hasta 2004, se presenta el menú del 6 de junio de 1938, que celebra el restablecimiento de la Compañía de Jesús en España. Este menú comienza con unos huevos escalfados ‘Íñigo de Loyola’, seguido de merluza cocida con salsa mahonesa, espárragos españoles, pollos asados en su jugo con patatas nuevas y ensalada mimosa. Sin embargo, en el lugar destinado al postre, se encuentra la anotación «día sin postre». Laguía señala algo interesante: «Es curioso que tras una buena comida, se declare un ‘día sin postre'». Esto lo menciona el historiador gastronómico Xavier Castro, quien es parte del Institut Européen D’Histoire de L’Alimentation y ha escrito el libro Ayunos y yantares. En «Usos y costumbres en la historia de la alimentación» (Nivola, 2001), se menciona cómo se estableció esta disposición: al inicio del conflicto bélico, Queipo de Llano, quien era el gobernador militar de Andalucía, sugirió esta acción como un acto patriótico, con la intención de, en teoría, prevenir o mitigar el hambre de los más necesitados mediante un esfuerzo solidario, cristiano y católico en su apoyo. En realidad, era una manera de financiar al ejército del levantamiento nacional. El historiador menciona que no existe una contabilidad confiable respecto al uso de esas donaciones, que en parte se destinaron al «Fondo de protección benéfico-social», que funcionaba como una institucion benéfica alterna al auxilio social. De esta manera, todos los lunes, tanto en los hogares como en los restaurantes, y hasta el año 1942, los comensales tenían que prescindir del postre.
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