Aunque nos parezca mentira, la figura del intelectual es relativamente reciente, si bien existían algunos equivalentes en los siglos pasados: el sabio clásico de la Antigua Grecia, el medieval guardían de la verdad revelada, el ilustrado que ejercía el uso público de la razón. No obstante, es elJ’Accuse…! de Émile Zola (escrito en defensa del capitán Alfred Dreyfus, un oficial judío injustamente condenado por traición en un proceso que dividió a la Francia de fin de siglo) el primer ejemplo como tal del intelectual comprometido, que interviene en la cosa pública como alguien externo al poder, con una vocación crítica insobornable y un compromiso ético que no conoce una militancia partidaria.. Desde entonces, este modelo del intelectual comprometido gozó de centralidad durante buena parte del siglo XX. Este intelectual no se limitaba a ser un pensador, sino también la conciencia de la sociedad; un individuo libre, que hablaba por todos sin deberse a nadie en particular. Julien Benda, en su célebre La traición de los intelectuales, se refirió a ellos como «clérigos seculares», aquellos encargados de custodiar las verdades más allá de las pasiones inmediatas o compromisos políticos circunstanciales. Más adelante su visión sería criticada por ser demasiado idealista y por pretender que el intelectual se mantuviera en una suerte de torre de marfil; pero lo cierto es que, para Benda, el intelectual era más valioso cuando se atrevía a intervenir contra la autoridad por pura pasión metafísica (aunque no explicaba exactamente cómo distinguirla o encauzarla).. Más adelante, Sartre encarnó este ideal, siendo quizás el ejemplo más conocido del intelectual comprometido como conciencia crítica de la humanidad. ¿Qué es la literatura?, su texto escrito bajo la ocupación nazi, se inicia con una advertencia: el escritor burgués debe vencer la tentación de la irresponsabilidad, y por ello escribir desde un punto de vista engagée, no dialogando solo con la tradición y sus tropos sino con su presente. No se trataba de buscar una suerte de universal abstracto fácilmente trasferible a cualquier época o circunstancia, sino de intentar que la propia escritura tuviese una injerencia en la realidad o, al menos, que no le diera la espalda.. Sin embargo, tras los años sesenta, esta figura comenzó a perder fuerza. Desde la propia esfera intelectual se alzó una crítica a ese «portavoz de la humanidad», demasiado seguro de su autoridad moral e inevitablemente sesgados. Autores como Foucault o Gramsci propusieron otros modelos, los intelectuales específicos u orgánicos, que no hablan desde un pedestal universalizable, sino desde su práctica situada. En cierto modo, como destacaría más adelante Edward Said, esta crítica fue en parte responsable de la disolución de la figura del intelectual comprometido. Para él, el posmodernismo -al reemplazar las grandes narrativas de emancipación por juegos de lenguaje locales- debilitó la tarea crítica del intelectual y le quitó poder. «La competencia ha sustituido a la verdad y la libertad como valores», dijo. Y añadió, con dureza, que muchos posmodernos no hacían sino justificar su indiferencia o su pereza ante las posibilidades reales de intervención.. «Informarse hoy en día por redes sociales se parece a recibir un periódico hecho a medida para confirmar lo que ya piensas o para indignarte». Sin embargo, es injusto culpar únicamente a la teoría. Hoy, el mundo que rodeaba al intelectual comprometido simplemente ya no existe, pues la esfera pública está fragmentada hasta el vértigo y los medios de comunicación funcionan como cámaras de eco personalizadas. Por su parte, la universidad, antaño refugio de pensamiento crítico, se ha convertido en un ecosistema tecnificado y precarizado, donde la lógica de la competencia ha reemplazado a la de la deliberación.. En este panorama, el papel del «clérigo secular» ha sido reemplazado por figuras adaptadas al consumo ideológico personalizado: influencers del activismo que convierten la información en branding identitario, tertulianos que opinan de todo sin saber de nada, y columnistas que ya no aspiran a incomodar, sino a entretener. Informarse por redes sociales se parece, como bien apuntó Marie Beecham, a recibir un periódico hecho a medida para confirmar lo que ya piensas, o para indignarte a través de ejemplos cuidadosamente seleccionados.. ¿Y qué queda del compromiso? Lo hay, sí, pero muchas veces desactivado, ritualizado o simbólico. Asistir a un seminario sobre precariedad o Walter Benjamin, repostear un carrusel sobre Gaza o el Amazonas, firmar un manifiesto que nadie leerá. Todo eso parece hoy suficiente para que la identidad cumpla con su cuota de ética pública. El compromiso se ha vuelto soft, sin riesgo ni consecuencias.. En este contexto, no sorprende que cueste imaginar una figura que encarne -con credibilidad- la conciencia moral de una época. Ni una causa que convoque a intelectuales dispuestos a jugarse algo más que su reputación online. Y sin embargo, nunca ha sido más urgente recuperar alguna forma -nueva, situada, plural- de esa vieja figura: la del intelectual que no se conforma con observar el mundo, sino que decide intervenir en él, no para brillar, sino para transformarlo.
La Lectura // elmundo
Nunca ha sido más urgente recuperar esa vieja figura del intelectual que no se conforma con observar el mundo, sino que decide intervenir en él, no para brillar, sino para transformarlo Leer
Nunca ha sido más urgente recuperar esa vieja figura del intelectual que no se conforma con observar el mundo, sino que decide intervenir en él, no para brillar, sino para transformarlo Leer
