Tampoco esta vez el premio Planeta ha apostado por una novela mínimamente literaria pero al menos es un relato comercial de amplio (amplísimo) espectro popular. La catarata de quiebros trágicos, momentos hiperdramáticos con sobredosis de traiciones, chantajes y muertes, diálogos de relleno a mansalva, ternurismo casi de gatitos y la sensación de aprender cosas importantes sobre la crueldad del siglo XX constituye un método propio de la novela más popular y eso suele premiar el Planeta, excepto cuando tira por el lado literario o se le va la olla y rebaja incluso ese humilde estándar popular. Quizá los cambios en la composición del jurado han contribuido a no repetir experiencias recientes de pérdida del decoro.. La peripecia de dos hermanas abarca las tres décadas centrales del siglo y padecen por los azares de la ficción la violencia de la Segunda Guerra, la expatriación, la extorsión de los servicios secretos, la brutalidad del racismo estadounidense, la maquinaria del anticomunismo en Estados Unidos y las trifulcas del Berlín de la posguerra y la partición de las dos Alemanias. Ellas están en medio de casi todo, pero tranquilizadoramente esquemáticas.. La narradora no se anda con pamplinas y asegura desde el principio que Rebecca es resentida y envidiosa porque en el reparto de la suerte genética todo se lo llevó su hermana coprotagonista, Victoria, y a ella no le quedó nada. Se masca la tragedia, porque lo menos que podrá hacer la mala Rebecca será traicionar a la buena y brillante Victoria, que es la madre de la niña a la que la mala cría hasta casi el final. Pero la vida es un proceloso mar de sorpresas y a contarlas se dedica con tenacidad la autora.. Las abundantes notas de ambiente son necesarias ante tanto trajín geográfico y hasta geopolítico, un poco al estilo de Pérez Reverte (el mejor ejemplo español de novela comercial de calidad), pero lo peor está en el tratamiento humano de las mujeres, y no sé si veo ni siquiera a Pérez Reverte escribiendo que el nazismo le “robó su amor” a Victoria “y ya no era el hombre bueno que había conocido”, pero igual el nazi volvía a ser el mismo de antes a la vuelta de la guerra. La conducta de las mujeres con los hombres es casi siempre de una pudibundez, sumisión, gratuidad y docilidad asombrosas. Cuando Victoria reencuentra a su pareja después de años sin verse, la entonada delicadeza de la narradora puntualiza que en la cama “se amaron con pasión y ternura”, y ni una línea más, pero vale, es bonito amarse con pasión y ternura. Aunque quizá lo es un poco menos si el compromiso de hacer feliz a una mujer tiene como causa mayor habérselo prometido a la madre de uno, como le sucede al marido obviamente ejemplar.. Qué mujeres más raras, rancias y falsas salen en las novelas sentimentales, y esta lo es: es una pandemia de infantilización presuntamente romántica, y da igual si la protagonista es, como Victoria, una crack en lenguaje cifrado (pero chantajeada miserablemente por los rusos comunistas y luego ninguneada por sus jefes académicos estadounidenses). Delata una preocupante adicción al almíbar de folletín no rosa sino rosísimo. La mermelada es casi líquida como lo es una lengua de escritura construida cliché tras cliché, con solemnidad impostadísima en tantos diálogos al estilo de Lo que el viento se llevó (que también tiene su papel aquí), como la misma trama de trampas y traiciones.. La hermana mala oculta arteramente a su hermana buena las cartas que recibe de su amado, pero por suerte suertuda Victoria lo descubre, primero, “consternada” y, después, pues después simplemente “no podía creer lo que tenía antes sus ojos”, como parece lógico. Pero además es que el mismo agente soviético que extorsiona a Victoria será el que extorsione a Rebecca cuando es ya de la Stasi en Berlín (por suerte, a este se lo cargan a cuchilladas a punto de perpetrar una violación sobre la hija, que a su vez habrá sido chantajeada para asesinar con cianuro a una húngara que pasaba por ahí, sin éxito). Madre mía del amor hermoso: es lógico que haya tantas repeticiones en la novela porque orientarse ante el tremedal del latrocinio que cometen y padecen los personajes no es fácil.. Pero es de estas cosas inverosímiles y rocambolescas de las que está hecho, como de molde, el patrón de la novela comercial y popular, sin sexo, sin el menor grosor de estilo, con buenos sentimientos a espuertas y siempre triunfales, épica de la justicia redentora y una multitud de tramas relacionadas con los temas calientes del siglo. El esquematismo y la simplificación es ley necesaria de este tipo de novela, tanto en lo personal como en lo histórico. Todo zozobra entonces en un plano mecánico y sin credibilidad, a excepción quizá del tratamiento que recibe al final de la primera parte tanto la extorsión social que impuso la psicosis anticomunista el macartismo como el juicio que lidera el amado de Victoria contra unos asesinos del Ku Klux Klan, que se habían cargado a su bebé y a su hermana, aunque uno de los asesinos se casará con la que había sido mujer del actual amado de Victoria y ya no lo es (perdonen el embrollo, pero es que todo es un gran lío).. El afán de que una novela popular con vocación muy comercial incluya casi todos los horrores del siglo, incluidos los campos de concentración soviéticos, convierte los libros en indigestos compendios de pobrísima divulgación histórica porque la prioridad narrativa reside en ellas, en las protagonistas y en las preguntas cruciales de la trama. ¿Serán para siempre enemigas o se reconciliarán por fin con ternura, palabra que le encanta a la autora? ¿Conseguirá la buena hermana liberar de las garras sovietizadas de la hermana mala a la hija que no ha criado pero quiere con ternura? La abusiva costumbre de la telenovela de maltratar a la novela no deja mucho espacio a la intriga. ¿Ustedes qué creen? O mejor aún, ¿lograrán las dos hermanas con sus risas echar abajo los muros que durante años las habían separado?. Seguir leyendo
Tampoco esta vez el premio Planeta ha apostado por una novela mínimamente literaria pero al menos es un relato comercial de amplio (amplísimo) espectro popular. La catarata de quiebros trágicos, momentos hiperdramáticos con sobredosis de traiciones, chantajes y muertes, diálogos de relleno a mansalva, ternurismo casi de gatitos y la sensación de aprender cosas importantes sobre la crueldad del siglo XX constituye un método propio de la novela más popular y eso suele premiar el Planeta, excepto cuando tira por el lado literario o se le va la olla y rebaja incluso ese humilde estándar popular. Quizá los cambios en la composición del jurado han contribuido a no repetir experiencias recientes de pérdida del decoro.La peripecia de dos hermanas abarca las tres décadas centrales del siglo y padecen por los azares de la ficción la violencia de la Segunda Guerra, la expatriación, la extorsión de los servicios secretos, la brutalidad del racismo estadounidense, la maquinaria del anticomunismo en Estados Unidos y las trifulcas del Berlín de la posguerra y la partición de las dos Alemanias. Ellas están en medio de casi todo, pero tranquilizadoramente esquemáticas.La narradora no se anda con pamplinas y asegura desde el principio que Rebecca es resentida y envidiosa porque en el reparto de la suerte genética todo se lo llevó su hermana coprotagonista, Victoria, y a ella no le quedó nada. Se masca la tragedia, porque lo menos que podrá hacer la mala Rebecca será traicionar a la buena y brillante Victoria, que es la madre de la niña a la que la mala cría hasta casi el final. Pero la vida es un proceloso mar de sorpresas y a contarlas se dedica con tenacidad la autora.Las abundantes notas de ambiente son necesarias ante tanto trajín geográfico y hasta geopolítico, un poco al estilo de Pérez Reverte (el mejor ejemplo español de novela comercial de calidad), pero lo peor está en el tratamiento humano de las mujeres, y no sé si veo ni siquiera a Pérez Reverte escribiendo que el nazismo le “robó su amor” a Victoria “y ya no era el hombre bueno que había conocido”, pero igual el nazi volvía a ser el mismo de antes a la vuelta de la guerra. La conducta de las mujeres con los hombres es casi siempre de una pudibundez, sumisión, gratuidad y docilidad asombrosas. Cuando Victoria reencuentra a su pareja después de años sin verse, la entonada delicadeza de la narradora puntualiza que en la cama “se amaron con pasión y ternura”, y ni una línea más, pero vale, es bonito amarse con pasión y ternura. Aunque quizá lo es un poco menos si el compromiso de hacer feliz a una mujer tiene como causa mayor habérselo prometido a la madre de uno, como le sucede al marido obviamente ejemplar.Qué mujeres más raras, rancias y falsas salen en las novelas sentimentales, y esta lo es: es una pandemia de infantilización presuntamente romántica, y da igual si la protagonista es, como Victoria, una crack en lenguaje cifrado (pero chantajeada miserablemente por los rusos comunistas y luego ninguneada por sus jefes académicos estadounidenses). Delata una preocupante adicción al almíbar de folletín no rosa sino rosísimo. La mermelada es casi líquida como lo es una lengua de escritura construida cliché tras cliché, con solemnidad impostadísima en tantos diálogos al estilo de Lo que el viento se llevó (que también tiene su papel aquí), como la misma trama de trampas y traiciones.La hermana mala oculta arteramente a su hermana buena las cartas que recibe de su amado, pero por suerte suertuda Victoria lo descubre, primero, “consternada” y, después, pues después simplemente “no podía creer lo que tenía antes sus ojos”, como parece lógico. Pero además es que el mismo agente soviético que extorsiona a Victoria será el que extorsione a Rebecca cuando es ya de la Stasi en Berlín (por suerte, a este se lo cargan a cuchilladas a punto de perpetrar una violación sobre la hija, que a su vez habrá sido chantajeada para asesinar con cianuro a una húngara que pasaba por ahí, sin éxito). Madre mía del amor hermoso: es lógico que haya tantas repeticiones en la novela porque orientarse ante el tremedal del latrocinio que cometen y padecen los personajes no es fácil.Pero es de estas cosas inverosímiles y rocambolescas de las que está hecho, como de molde, el patrón de la novela comercial y popular, sin sexo, sin el menor grosor de estilo, con buenos sentimientos a espuertas y siempre triunfales, épica de la justicia redentora y una multitud de tramas relacionadas con los temas calientes del siglo. El esquematismo y la simplificación es ley necesaria de este tipo de novela, tanto en lo personal como en lo histórico. Todo zozobra entonces en un plano mecánico y sin credibilidad, a excepción quizá del tratamiento que recibe al final de la primera parte tanto la extorsión social que impuso la psicosis anticomunista el macartismo como el juicio que lidera el amado de Victoria contra unos asesinos del Ku Klux Klan, que se habían cargado a su bebé y a su hermana, aunque uno de los asesinos se casará con la que había sido mujer del actual amado de Victoria y ya no lo es (perdonen el embrollo, pero es que todo es un gran lío).El afán de que una novela popular con vocación muy comercial incluya casi todos los horrores del siglo, incluidos los campos de concentración soviéticos, convierte los libros en indigestos compendios de pobrísima divulgación histórica porque la prioridad narrativa reside en ellas, en las protagonistas y en las preguntas cruciales de la trama. ¿Serán para siempre enemigas o se reconciliarán por fin con ternura, palabra que le encanta a la autora? ¿Conseguirá la buena hermana liberar de las garras sovietizadas de la hermana mala a la hija que no ha criado pero quiere con ternura? La abusiva costumbre de la telenovela de maltratar a la novela no deja mucho espacio a la intriga. ¿Ustedes qué creen? O mejor aún, ¿lograrán las dos hermanas con sus risas echar abajo los muros que durante años las habían separado? Seguir leyendo
Tampoco esta vez el premio Planeta ha apostado por una novela mínimamente literaria pero al menos es un relato comercial de amplio (amplísimo) espectro popular. La catarata de quiebros trágicos, momentos hiperdramáticos con sobredosis de traiciones, chantajes y muertes, diálogos de relleno a mansalva, ternurismo casi de gatitos y la sensación de aprender cosas importantes sobre la crueldad del siglo XX constituye un método propio de la novela más popular y eso suele premiar el Planeta, excepto cuando tira por el lado literario o se le va la olla y rebaja incluso ese humilde estándar popular. Quizá los cambios en la composición del jurado han contribuido a no repetir experiencias recientes de pérdida del decoro.
La peripecia de dos hermanas abarca las tres décadas centrales del siglo y padecen por los azares de la ficción la violencia de la Segunda Guerra, la expatriación, la extorsión de los servicios secretos, la brutalidad del racismo estadounidense, la maquinaria del anticomunismo en Estados Unidos y las trifulcas del Berlín de la posguerra y la partición de las dos Alemanias. Ellas están en medio de casi todo, pero tranquilizadoramente esquemáticas.
La narradora no se anda con pamplinas y asegura desde el principio que Rebecca es resentida y envidiosa porque en el reparto de la suerte genética todo se lo llevó su hermana coprotagonista, Victoria, y a ella no le quedó nada. Se masca la tragedia, porque lo menos que podrá hacer la mala Rebecca será traicionar a la buena y brillante Victoria, que es la madre de la niña a la que la mala cría hasta casi el final. Pero la vida es un proceloso mar de sorpresas y a contarlas se dedica con tenacidad la autora.
Las abundantes notas de ambiente son necesarias ante tanto trajín geográfico y hasta geopolítico, un poco al estilo de Pérez Reverte (el mejor ejemplo español de novela comercial de calidad), pero lo peor está en el tratamiento humano de las mujeres, y no sé si veo ni siquiera a Pérez Reverte escribiendo que el nazismo le “robó su amor” a Victoria “y ya no era el hombre bueno que había conocido”, pero igual el nazi volvía a ser el mismo de antes a la vuelta de la guerra. La conducta de las mujeres con los hombres es casi siempre de una pudibundez, sumisión, gratuidad y docilidad asombrosas. Cuando Victoria reencuentra a su pareja después de años sin verse, la entonada delicadeza de la narradora puntualiza que en la cama “se amaron con pasión y ternura”, y ni una línea más, pero vale, es bonito amarse con pasión y ternura. Aunque quizá lo es un poco menos si el compromiso de hacer feliz a una mujer tiene como causa mayor habérselo prometido a la madre de uno, como le sucede al marido obviamente ejemplar.
Qué mujeres más raras, rancias y falsas salen en las novelas sentimentales, y esta lo es: es una pandemia de infantilización presuntamente romántica, y da igual si la protagonista es, como Victoria, una crack en lenguaje cifrado (pero chantajeada miserablemente por los rusos comunistas y luego ninguneada por sus jefes académicos estadounidenses). Delata una preocupante adicción al almíbar de folletín no rosa sino rosísimo. La mermelada es casi líquida como lo es una lengua de escritura construida cliché tras cliché, con solemnidad impostadísima en tantos diálogos al estilo de Lo que el viento se llevó (que también tiene su papel aquí), como la misma trama de trampas y traiciones.
La hermana mala oculta arteramente a su hermana buena las cartas que recibe de su amado, pero por suerte suertuda Victoria lo descubre, primero, “consternada” y, después, pues después simplemente “no podía creer lo que tenía antes sus ojos”, como parece lógico. Pero además es que el mismo agente soviético que extorsiona a Victoria será el que extorsione a Rebecca cuando es ya de la Stasi en Berlín (por suerte, a este se lo cargan a cuchilladas a punto de perpetrar una violación sobre la hija, que a su vez habrá sido chantajeada para asesinar con cianuro a una húngara que pasaba por ahí, sin éxito). Madre mía del amor hermoso: es lógico que haya tantas repeticiones en la novela porque orientarse ante el tremedal del latrocinio que cometen y padecen los personajes no es fácil.
Pero es de estas cosas inverosímiles y rocambolescas de las que está hecho, como de molde, el patrón de la novela comercial y popular, sin sexo, sin el menor grosor de estilo, con buenos sentimientos a espuertas y siempre triunfales, épica de la justicia redentora y una multitud de tramas relacionadas con los temas calientes del siglo. El esquematismo y la simplificación es ley necesaria de este tipo de novela, tanto en lo personal como en lo histórico. Todo zozobra entonces en un plano mecánico y sin credibilidad, a excepción quizá del tratamiento que recibe al final de la primera parte tanto la extorsión social que impuso la psicosis anticomunista el macartismo como el juicio que lidera el amado de Victoria contra unos asesinos del Ku Klux Klan, que se habían cargado a su bebé y a su hermana, aunque uno de los asesinos se casará con la que había sido mujer del actual amado de Victoria y ya no lo es (perdonen el embrollo, pero es que todo es un gran lío).
El afán de que una novela popular con vocación muy comercial incluya casi todos los horrores del siglo, incluidos los campos de concentración soviéticos, convierte los libros en indigestos compendios de pobrísima divulgación histórica porque la prioridad narrativa reside en ellas, en las protagonistas y en las preguntas cruciales de la trama. ¿Serán para siempre enemigas o se reconciliarán por fin con ternura, palabra que le encanta a la autora? ¿Conseguirá la buena hermana liberar de las garras sovietizadas de la hermana mala a la hija que no ha criado pero quiere con ternura? La abusiva costumbre de la telenovela de maltratar a la novela no deja mucho espacio a la intriga. ¿Ustedes qué creen? O mejor aún, ¿lograrán las dos hermanas con sus risas echar abajo los muros que durante años las habían separado?
Paloma Sánchez-GarnicaPlaneta, 2024480 páginas. 22,90 euros
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