Seis veces o en seis años al azar he faltado a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco (FIL), desde que se fundó hace ya casi cuatro décadas. Asistí a la primera edición con piso de tierra y carpas al vuelo; asistí como manda religiosa hilando años con el único fin de ver en persona a los escritores que admiro y como hábil cazador de autógrafos o dedicatorias en volúmenes pergeñados en distintos estands. Vine muchas veces del brazo de mis Maestros, con mayúscula, y luego se me concedió venir a presentar no pocos libros ajenos hasta llegar al milagroso momento de presentar el primer libro mío.. Lo he dicho con anterioridad y lo sostengo: estoy dispuesto a engordar con tal de que me nombren el país invitado el año entrante. Que me invente una bandera Alejandro Magallanes y juntos calquemos un mapa a escala de la topografía y orografía de mi cuerpo, que se cante un himno inventado pero con mariachis de fondo… pero que no me dejen sin FIL.. Dolorosamente, supuse que este años andaría como ajonjolí de todos los moles tratándose de España como país invitado y que se me concedería saldar una deuda que tengo siempre pendiente con Antonio Muñoz Molina y/o presentar ante el público tapatío a mi adorado Jesús Ruiz Mantilla o que pudiera bailar un vals con Irene Vallejo y reiterarle a Rosa Montero mi sincera admiración lectora y homenajear ya de lejos a Almudena Grandes y darle un abrazo a Luis García Montero o ya de perdis, volver a mentarle la madre a Pérez Reverte por engreído e impune plagiario. Pero no se me hizo y me quedo a dos velas.. De lejos haré mi FIL de memoria donde desfilen todos los escritores ya esfumados que llenaron de energía ese sagrado espacio anual, de aquellos lodos cuando el Premio FIL llevaba el nombre de Juan Rulfo nomás por ser el más grande novelista que ha dado este pinche país y esa bendita región de México que es como Irlanda para Inglaterra con la lluvia en prosa de Agustín Yáñez, el llano ardiente de Rulfo, la feria de palabras de Juan José Arreola, la respiración sabia de mi Maestro José Luis Martínez y la historia universal de lo minúsculo de mi entrañable Don Luis González y González, pero también evoco las muchas FIL’s que se bailaron en el Veracruz en los lunes por las noches hasta la madrugada en que dejaba de dar vueltas y vueltas Alberto Ruy Sánchez, las malteadas de fresa con mi querido Benito Adolfo, la fumadera con Magris o Saramago al filo de la FIL, los pasos ágiles de Fuentes y las carcajadas de Mutis con García Márquez y la FIL en la que volví a saludar casi de beso a un príncipe hoy Rey y la Fil de batucada brasileña, la musa peruana, la búsqueda de la Ballena Blanca en madrugadas cercanas al abismo, con Diego el Alto volando alto y Hernán haciendo todas las voces y tantos libros y exceso de equipaje en el vuelo de regreso, cargado de versos y recargado de novelas y puro cuento y más anécdotas y tanta vida y tanta adrenalina que todo ello se volvió sinónimo de vida… para sondear ahora mismo el quieto silencio de volver al párrafo pendiente, a los personajes borrosos y la tinta sin secar de lo que pretendo mandar a la imprenta cuánto antes para no quedarme nunca más sin FIL.. Seguir leyendo
De lejos haré mi FIL de memoria donde desfilen todos los escritores ya esfumados que llenaron de energía ese sagrado espacio, de cuando el Premio FIL llevaba el nombre de Juan Rulfo nomás por ser el más grande novelista que ha dado esa bendita región de México
Seis veces o en seis años al azar he faltado a la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco (FIL), desde que se fundó hace ya casi cuatro décadas. Asistí a la primera edición con piso de tierra y carpas al vuelo; asistí como manda religiosa hilando años con el único fin de ver en persona a los escritores que admiro y como hábil cazador de autógrafos o dedicatorias en volúmenes pergeñados en distintos estands. Vine muchas veces del brazo de mis Maestros, con mayúscula, y luego se me concedió venir a presentar no pocos libros ajenos hasta llegar al milagroso momento de presentar el primer libro mío.. Lo he dicho con anterioridad y lo sostengo: estoy dispuesto a engordar con tal de que me nombren el país invitado el año entrante. Que me invente una bandera Alejandro Magallanes y juntos calquemos un mapa a escala de la topografía y orografía de mi cuerpo, que se cante un himno inventado pero con mariachis de fondo… pero que no me dejen sin FIL.. Dolorosamente, supuse que este años andaría como ajonjolí de todos los moles tratándose de España como país invitado y que se me concedería saldar una deuda que tengo siempre pendiente con Antonio Muñoz Molina y/o presentar ante el público tapatío a mi adorado Jesús Ruiz Mantilla o que pudiera bailar un vals con Irene Vallejo y reiterarle a Rosa Montero mi sincera admiración lectora y homenajear ya de lejos a Almudena Grandes y darle un abrazo a Luis García Montero o ya de perdis, volver a mentarle la madre a Pérez Reverte por engreído e impune plagiario. Pero no se me hizo y me quedo a dos velas.. De lejos haré mi FIL de memoria donde desfilen todos los escritores ya esfumados que llenaron de energía ese sagrado espacio anual, de aquellos lodos cuando el Premio FIL llevaba el nombre de Juan Rulfo nomás por ser el más grande novelista que ha dado este pinche país y esa bendita región de México que es como Irlanda para Inglaterra con la lluvia en prosa de Agustín Yáñez, el llano ardiente de Rulfo, la feria de palabras de Juan José Arreola, la respiración sabia de mi Maestro José Luis Martínez y la historia universal de lo minúsculo de mi entrañable Don Luis González y González, pero también evoco las muchas FIL’s que se bailaron en el Veracruz en los lunes por las noches hasta la madrugada en que dejaba de dar vueltas y vueltas Alberto Ruy Sánchez, las malteadas de fresa con mi querido Benito Adolfo, la fumadera con Magris o Saramago al filo de la FIL, los pasos ágiles de Fuentes y las carcajadas de Mutis con García Márquez y la FIL en la que volví a saludar casi de beso a un príncipe hoy Rey y la Fil de batucada brasileña, la musa peruana, la búsqueda de la Ballena Blanca en madrugadas cercanas al abismo, con Diego el Alto volando alto y Hernán haciendo todas las voces y tantos libros y exceso de equipaje en el vuelo de regreso, cargado de versos y recargado de novelas y puro cuento y más anécdotas y tanta vida y tanta adrenalina que todo ello se volvió sinónimo de vida… para sondear ahora mismo el quieto silencio de volver al párrafo pendiente, a los personajes borrosos y la tinta sin secar de lo que pretendo mandar a la imprenta cuánto antes para no quedarme nunca más sin FIL.