Este otoño nos trae dos títulos, estrechamente relacionados, de Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938): la novela Carnicero (Alfaguara) y la antología Perversas: Nuevas historias de body horror escritas por mujeres (Horror Vacui), en la que participa como editora y como autora del relato «La silla de la tranquilidad», nexo entre ambas.. Se trata del monólogo interior de «una mujer atrapada en un diabólico, pero, ampliamente respetado, tratamiento médico del siglo XIX para la histeria», la cura de reposo de cuyo sufrimiento dio cuenta Charlotte Perkins Gilman en El papel pintado amarillo, y que forma parte también de Carnicero.. Traducción de Núria Molines. Alfaguara. 424 páginas. 22,90 € Ebook: 10,99 €Puedes comprarlo aquí.. En esta novela traza la biografía del ficticio Silas Aloysius Weir (1812-1888), padre de la ginopsiquiatría (la «psiquiatría especializada en la mujer») que publica su también ficticio hijo una década después de su muerte. Además de pasajes de las memorias de Weir, apodado «Carnicero Manos Rojas», en que documenta su labor al frente del Manicomio Estatal de Lunáticas de Trenton (Nueva Jersey), se recogen testimonios de colegas y pacientes que forman, según su hijo, un coro que construye un retrato más complejo de este controvertido visionario.. ¿Y qué tiene que ver un relato de body horror con una novela sobre un personaje entregado a la respetable profesión médica? Tal vez por lo que Oates nos dice en el prólogo de Perversas: «Ser mujer es habitar un cuerpo vulnerable a la invasión forzosa, susceptible a la penetración y los embarazos, y condenado a sufrir el parto (…) Incluso en los países más civilizados de Occidente, durante mucho tiempo ser mujer no fue sino un tipo de esclavitud, una servidumbre de por vida al patriarcado».. Para la mirada masculina, pocas cosas resultan más perturbadoras que la transgresión de esa visión limitante y castrante de la feminidad: «la mujer cuyo físico repele el deseo sexual en lugar de despertarlo» o aquella que «ha repudiado su papel tradicional de sumisión, subordinación y crianza maternal». La historia de la práctica médica -monopolizada por hombres- sobre el cuerpo y la mente femeninas ha sido, en sus inicios y hasta fechas recientes, una herramienta perversa, autoritaria, paternalista e inhumana de dominación.. «Nuestro destino lo decidían los maridos y los padres, apretones de manos a puerta cerrada», dice la paciente, sujeta a la tortura psicológica de la cura de reposo. Carnicero podría parecer depravado y gore, de no ser porque la autora se basa en hechos dolorosamente reales: memorias, artículos científicos y literatura académica de la época. La historia de las mujeres, en muchos de sus capítulos, es un relato de terror. Tanto antes como ahora, según la zona del mundo que se mire.. Silas A. Weir está inspirado en tres figuras históricas: J. Mariom Sims (1813-1883), «padre de la ginecología moderna», Silas Weir Mitchell (1829-1914), «padre de la neurología moderna», y Henry Cotton (1876-1933), el brutal director del manicomio de Trenton a quien Andrew Scull le dedicó una biografía en 2005, con el subtítulo Una trágica historia de megalomanía y medicina moderna.. Aunque es una medicina bienintencionada, pues estos médicos aspiraban a desarrollar tratamientos óptimos (aquí, para la fístula obstetricia), su enfoque estaba plagado de sesgos de género y racismo. Como apunta el hijo de Weir en la novela, su padre consideraba que «la vagina era un ‘agujero infernal de suciedad y corrupción» y que los genitales femeninos eran unos órganos ‘repugnantes en cuanto a su diseño, función y estética'». Además, convencido de estar ejecutando la voluntad divina, realizaba intervenciones quirúrgicas sin anestesia (reservada a las esposas de clase alta) bajo la creencia de que la vagina carecía de terminaciones nerviosas, ensañándose en su mayoría con mujeres negras e inmigrantes europeas pobres, en especial irlandesas.. Como conejillas de indias, eran sometidas a brutales cirugías en los órganos reproductivos y el clítoris al considerarlos el origen de sus trastornos mentales. Entre ellas destaca Brigit Kinealy, una joven ex paciente «huérfana, sordomuda, albina e irlandesa, lo peor de lo peor» según los estándares sociales de la época. Convertida en asistente de Weir, Brigit ofrece su versión de los hechos en sus memorias, revelándose como una superviviente del horror y contrapunto a la vanidad masculina.. Al observar esta aproximación de Oates a los orígenes de la medicina moderna, bien podría parafrasearse a Walter Benjamin: «no hay tratamiento ginecológico ni psiquiátrico para mujeres que no implique, de alguna manera, barbarie». En este caso, por acción directa. Sabemos, además, que la investigación médica y farmacológica históricamente ha privilegiado al hombre, lo que ha tenido efectos colaterales sobre la salud femenina.. Carnicero es, en esencia, una novela coral de un personaje y de una época, además de una interesante muestra de cómo la literatura de ficción puede nutrirse de la literatura académica para crear un frente común. Además del trabajo de Scull, Carol Oates toma como referencia la monografía de Elaine Showalter sobre la relación entre la mujer y la psiquiatría en la cultura anglosajona entre 1830 y 1980.. Esta crítica literaria y académica estadounidense expone los fundamentos culturales aplicados a la medicina de una concepción binaria del ser humano que aún persiste, en que la mujer es identificada con «la irracionalidad, el silencio, la naturaleza y el cuerpo», mientras que el hombre se asocia con «la razón, el discurso, la cultura y la mente». Como escribe Oates, según esta visión «el alma de la mujer es pasividad y placidez; el alma del hombre es actividad e inquietud».. No es descabellado ver en los tratamientos que la autora describe en detalle una actitud semejante a la que en siglos anteriores se tenía hacia las mujeres acusadas de brujería. En lugar de inquisidores, aquí tenemos a hombres formados en facultades de medicina que intentan doblegar, bisturí en mano, a jóvenes «descarriadas» que no se amoldaban al patriarcado, o bien las encierran en sanatorios mentales. Estas instituciones albergaron desde sus orígenes una sobrerrepresentación de mujeres, un hecho que omitió Foucault en su análisis sobre poder, represión y locura.. Si nos preguntamos por qué la medicina ha maltratado a la mitad de la población tanto por acción como por omisión, o por qué se ha estigmatizado el deseo y la sexualidad femeninas, asociándolos a algo sucio y vergonzoso, Carnicero nos aportará algunas respuestas.
La Lectura // elmundo
En su novela ‘Carnicero’, la escritora reflexiona, a través de la biografía ficticia de un ginopsiquiatra decimonónico, sobre el maltrato secular que la medicina ha infligido a la mujer y cómo nuestra cultura ha estigmatizado el deseo femenino Leer
En su novela ‘Carnicero’, la escritora reflexiona, a través de la biografía ficticia de un ginopsiquiatra decimonónico, sobre el maltrato secular que la medicina ha infligido a la mujer y cómo nuestra cultura ha estigmatizado el deseo femenino Leer