“Si yo tuviera el arte de un Merlín, a cada niño le haría el regalo de mi infancia”. Lo dijo Gerald Durrell en una entrevista al final de su vida, y es fácil comprender por qué. Es posible que el joven Gerald haya sido el niño más feliz del mundo. Se mudó con su familia de la fría Inglaterra a la soleada Corfú cuando tan solo tenía 10 años, y descubrió el mar, los olivares, las cigarras, los veranos interminables, la luz, la vida, en fin. Descubrió su amor por los animales, grandes y pequeños, y descubrió a su propia y peculiar familia. “Fue como nacer por primera vez”, dijo, de su llegada a Corfú. Lo sabemos bien sus fieles lectores y lo saben también quienes han seguido sus aventuras en la popular serie Los Durrell. La infancia de Gerald es ese lugar al que todos querríamos volver, incluso sin haber estado en él. Afortunadamente, podemos hacerlo, leyendo su amplísima y no tan conocida obra publicada.. Este año se cumple el centenario del nacimiento de Durrell (1925-1995), y su viuda, Lee, lo ha celebrado editando Yo mismo y otros animales, una colección de escritos publicados, y otros inéditos, que configuran un fiel retrato de la vida y obra del escritor y naturalista. Para quien conozca y ame la obra de Durrell, este libro es a la vez, una vuelta a algo conocido y un descubrimiento. Se encuentran algunos de los pasajes más relevantes de su obra, y también textos y cartas inéditos, además de fotos y dibujos, e incluso recetas de cocina. Es un libro que disfrutarán los fans del naturalista, ya que se toparán con lo que amamos de él: humor, ironía, aventura, empatía, reflexión, ternura y, claro, entusiasmo por la naturaleza.. Sin embargo, para quienes quieran descubrirlo, o para los televidentes que hayan disfrutado de las aventuras de la familia Durrell en Corfú, la mejor manera de entrar en el durrellismo es leyendo su Trilogía de Corfú, de la que bebe la serie, y, en particular, Mi familia y otros animales.. Gerald Durrell es como si David Attenborough y los Monty Python hubieran tenido un hijo: en sus libros hay naturaleza y humor, asombro e ironía, caos entrañable, diversión y reflexión. El Gerald Durrell que describen sus libros es divertido, socarrón, ingenioso, cariñoso, bondadoso, inteligente, perspicaz y dotado de unas facultades extraordinarias para la narración que quizá sean genéticas: su hermano mayor es Lawrence Durrell, el autor de El cuarteto de Alejandría, candidato a premio Nobel y personajón de las delirantes novelas de su hermano. Aunque su obra parece pequeña en comparación con la de su hermano mayor, el pequeño de los Durrell es un dotadísimo narrador, experto en describir con encanto, amor y humor paisajes, animales y humanos.. Su obra más conocida, y también la mejor, es Mi familia y otros animales, basada en la llegada de los Durrell a la isla de Corfú. La familia Durrell (su madre, su hermana mayor Margo, sus dos hermanos, Larry y Leslie, y él mismo) se trasladan a la isla griega para escapar del clima gris de Inglaterra. A lo largo del libro, Durrell relata cómo su familia se adapta, con ciertas dificultades, a la vida en la isla, mientras él la explora, fascinado por la exuberancia de la naturaleza con la que se va topando.. Leer y releer Mi familia y otros animales es volver a una época en la que el tiempo era lento, los días eran eternos y los insectos tenían personalidad. Aunque Durrell escribió esta novela con 34 años, cada página tiene esa mirada asombrada con la que los niños descubren el mundo. Su lectura te hace adorar no solo a animales tan achuchables como su fiel perro Roger, sino a cada bichito que se encuentra en ese “jardín que era un país encantado”; mariquitas, arañas, abejas, mariposas, tijeretas, orugas, hormigas… Todo animal que encontrara era del interés del joven Gerry, y hasta susceptible de ser querido. Describe, por ejemplo, con maravilloso detalle y admiración, el cortejo de unos escorpiones que, cuenta “son animales simpáticos, sencillos, de costumbres en general encantadoras”. El encuentro de su propia familia con la familia de los escorpiones es uno de los momentos más divertidos y entrañables del libro, y ese paralelismo entre su peculiar familia humana y otros animales es la tónica que marca toda la trilogía. Porque, como el propio Gerald adulto cuenta en el prólogo, Mi familia y otros animales estaba pensado como la reflexión de un naturalista, un libro sobre bichos. Su familia se coló de manera inevitable porque, en su obra, los animales tienen deseos, delirios y sueños humanos -como Alejandro, el ganso enamorado de su madre, o Gerónimo, el camaleón meláncolico-, y los humanos se comportan, a menudo, como bestias, torpes, ignorantes y carentes de sentido común.. Esta maravillosa intersección, que hace que a ratos sea difícil distinguir a los unos de los otros, es quizá lo que los amantes del Durrell escritor echamos de menos en la serie que, según explican desde Filmin, fue la de más éxito en la plataforma cuando se estrenó. El show es entretenido y encantador, sí, pero es imposible plasmar en una pantalla la fascinación del niño que encuentra a decenas de animales en su jardín y, a la vez, descubre a su excéntrica familia como parte de ese zoo caótico y entrañable en el que vive en Corfú.. Ese cóctel casi perfecto de ciencia, humor, amor y poesía que supone Mi familia y otros animales lastra al resto de la trilogía: Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses siguen siendo libros entretenidos y tiernos, pero no tienen el nivel literario de la primera novela de la saga. Los cinco años en Corfú le siguieron dando a Durrell material literario durante toda su vida, como se puede leer, por ejemplo, en el delicioso relato Un novio para mamá.. Pero hay Durrell más allá de Corfú. El naturalista se convirtió en escritor por la presión de sus crecientes deudas, y a sugerencia de su hermano Lawrence, al que adoraba (quizá para extrañeza de los seguidores de la serie). Pero cuando empezó a publicar, se convirtió en un escritor muy popular. Aunque Mi familia y otros animales es su obra más famosa, escribió casi 40 libros a lo largo de su carrera, publicados en español, en su mayor parte, en Alianza. Su bibliografía incluye memorias, relatos de expediciones, novelas, libros sobre conservación de la vida silvestre y también libros juveniles que recuerdan algo en tono y forma a Roald Dahl. El mejor es, posiblemente, El paquete parlante, llena de humor, fantasía clásica y, claro, amor por los animales.. Su obra como naturalista es menos conocida, pero quizá más relevante, sobre todo en estos tiempos de emergencia climática y biodiversidad en declive. Durrell creía que los humanos tenían la responsabilidad de proteger el planeta, no por amor a los animales, sino por un deber ético hacia su conservación. “Hasta que consideremos que la vida animal es digna de la consideración y el respeto que le damos a libros antiguos, cuadros y monumentos históricos, siempre existirá el animal refugiado, que vivirá una vida precaria al borde del exterminio, dependiendo para su existencia de la caridad de unos pocos seres humanos”, dijo en su libro Encuentros con animales.. Durrell cuenta en su autobiografía que su primera palabra fue “zoo”. Y fue pionero en su trabajo para cambiar los zoológicos, de lugares donde se coleccionan animales a centros de conservación donde se salvan especies en peligro. En Menagerie Manor cuenta precisamente su experiencia al frente del Zoo de Jersey, un lugar que él mismo fundó en 1959 con esa idea: conservar, y no exhibir. El naturalista fue pionero en desarrollar técnicas de cría en cautividad, y logró salvar especies tan extrañas como la paloma rosa de las islas Mauricio. Su obra sigue viva en la Durrell Wildlife Conservation Trust, cuyo objetivo es no solo “solo prevenir extinciones, sino recuperar las poblaciones de especies amenazadas hasta niveles abundantes”.. De todo ello, y de sus expediciones por el mundo para encontrar animales, habló Durrell en media docena de obras. La más conocida es, posiblemente, El arca sobrecargada (ahora mismo, descatalogada), que es, en realidad, el primer libro que escribió, en 1953. Es una obra autobiográfica que describe la primera gran expedición del autor para capturar animales en África Occidental, en lo que hoy son Camerún y Nigeria. Ya en este primer libro se intuye la ironía y capacidad de observación que le harían famoso. Cuenta sus peripecias en la selva, los retos de capturar y transportar una amplia variedad de animales exóticos y su relación con la población local.. Menos conocida es su obra Two in the bush, pero merece la pena reseñarla. Narra su viaje de exploración a Malasia, Australia y Nueva Zelanda con su primera mujer, Jacquie, en 1962. A Durrell le importan poco las convenciones humanas en su consideración de la vida salvaje. Dice, por ejemplo, del supuestamente adorable koala: “Es uno de los animales más lerdos que he tenido la desgracia de conocer”, algo en lo que, por cierto, suelen coincidir todos los que tienen oportunidad de tratar al marsupial. En cambio, declara su admiración por el “simpático” ornitorrinco. Él criticaba lo que llamó “la política del panda”, la protección de animales bonitos y fotogénicos frente a las “cositas pardas”, especies pequeñas y ocultas para el gran público, pero mucho más importantes para la biodiversidad y tan dignas de ser protegidas como el emblemático oso.. Leer a Durrell ahora es ser consciente de un mundo que ya no existe, con todo lo que eso implica. Por ejemplo, impresiona su descripción de la Gran Barrera de Coral, cuya belleza le impactó, sabiendo que el blanqueamiento de sus corales ha alcanzado niveles “catastróficos”, según un estudio reciente de la Universidad de Sidney. Sin embargo, al final de su vida, él ya era consciente del gigantesco problema ambiental al que se enfrentaba la humanidad: “La mayor parte de la gente no comprende hasta qué punto estamos destruyendo el mundo en el que vivimos. Somos como un grupo de niños a los que se les haya dejado sueltos con venenos, sierras, hoces, escopetas y fusiles en un planeta verde y complejo, que estamos convirtiendo, lenta pero seguramente, en un desierto pedregoso y estéril”, se lee en su autobiografía.. Gerald Durrell murió en 1995, a los 70 años, tras un cáncer de hígado. Leerlo cuando eres niño es un descubrimiento alucinante y una fuente de constante felicidad, pero hacerlo de adulto es una bendición. Para quien tuvo una infancia parecida, porque supone volver a la vida despreocupada, la fascinación por cada bicho que se mueve, las peleas con los hermanos, el amor incondicional de tu madre; para quien no la tuvo, porque supone vivir al fin esa infancia libre, amorosa y divertida que, como él mismo dijo, todo niño merece. Leer a Gerald Durrell en un mundo de guerras, muertes, fascistas, mentiras y aranceles es descubrir, sonreír, emocionarte y sorprenderte. Es, por un rato, volver a ser un niño.. Seguir leyendo
El centenario del nacimiento del escritor y naturalista es una nueva ocasión para adentrarse en una obra indispensable, luminosa y adelantada a su tiempo
“Si yo tuviera el arte de un Merlín, a cada niño le haría el regalo de mi infancia”. Lo dijo Gerald Durrell en una entrevista al final de su vida, y es fácil comprender por qué. Es posible que el joven Gerald haya sido el niño más feliz del mundo. Se mudó con su familia de la fría Inglaterra a la soleada Corfú cuando tan solo tenía 10 años, y descubrió el mar, los olivares, las cigarras, los veranos interminables, la luz, la vida, en fin. Descubrió su amor por los animales, grandes y pequeños, y descubrió a su propia y peculiar familia. “Fue como nacer por primera vez”, dijo, de su llegada a Corfú. Lo sabemos bien sus fieles lectores y lo saben también quienes han seguido sus aventuras en la popular serie Los Durrell. La infancia de Gerald es ese lugar al que todos querríamos volver, incluso sin haber estado en él. Afortunadamente, podemos hacerlo, leyendo su amplísima y no tan conocida obra publicada.
Este año se cumple el centenario del nacimiento de Durrell (1925-1995), y su viuda, Lee, lo ha celebrado editando Yo mismo y otros animales, una colección de escritos publicados, y otros inéditos, que configuran un fiel retrato de la vida y obra del escritor y naturalista. Para quien conozca y ame la obra de Durrell, este libro es a la vez, una vuelta a algo conocido y un descubrimiento. Se encuentran algunos de los pasajes más relevantes de su obra, y también textos y cartas inéditos, además de fotos y dibujos, e incluso recetas de cocina. Es un libro que disfrutarán los fans del naturalista, ya que se toparán con lo que amamos de él: humor, ironía, aventura, empatía, reflexión, ternura y, claro, entusiasmo por la naturaleza.
Sin embargo, para quienes quieran descubrirlo, o para los televidentes que hayan disfrutado de las aventuras de la familia Durrell en Corfú, la mejor manera de entrar en el durrellismo es leyendo su Trilogía de Corfú, de la que bebe la serie, y, en particular, Mi familia y otros animales.
Gerald Durrell es como si David Attenborough y los Monty Python hubieran tenido un hijo: en sus libros hay naturaleza y humor, asombro e ironía, caos entrañable, diversión y reflexión. El Gerald Durrell que describen sus libros es divertido, socarrón, ingenioso, cariñoso, bondadoso, inteligente, perspicaz y dotado de unas facultades extraordinarias para la narración que quizá sean genéticas: su hermano mayor es Lawrence Durrell, el autor de El cuarteto de Alejandría, candidato a premio Nobel y personajón de las delirantes novelas de su hermano. Aunque su obra parece pequeña en comparación con la de su hermano mayor, el pequeño de los Durrell es un dotadísimo narrador, experto en describir con encanto, amor y humor paisajes, animales y humanos.
Su obra más conocida, y también la mejor, es Mi familia y otros animales, basada en la llegada de los Durrell a la isla de Corfú. La familia Durrell (su madre, su hermana mayor Margo, sus dos hermanos, Larry y Leslie, y él mismo) se trasladan a la isla griega para escapar del clima gris de Inglaterra. A lo largo del libro, Durrell relata cómo su familia se adapta, con ciertas dificultades, a la vida en la isla, mientras él la explora, fascinado por la exuberancia de la naturaleza con la que se va topando.
Leer y releer Mi familia y otros animales es volver a una época en la que el tiempo era lento, los días eran eternos y los insectos tenían personalidad. Aunque Durrell escribió esta novela con 34 años, cada página tiene esa mirada asombrada con la que los niños descubren el mundo. Su lectura te hace adorar no solo a animales tan achuchables como su fiel perro Roger, sino a cada bichito que se encuentra en ese “jardín que era un país encantado”; mariquitas, arañas, abejas, mariposas, tijeretas, orugas, hormigas… Todo animal que encontrara era del interés del joven Gerry, y hasta susceptible de ser querido. Describe, por ejemplo, con maravilloso detalle y admiración, el cortejo de unos escorpiones que, cuenta “son animales simpáticos, sencillos, de costumbres en general encantadoras”. El encuentro de su propia familia con la familia de los escorpiones es uno de los momentos más divertidos y entrañables del libro, y ese paralelismo entre su peculiar familia humana y otros animales es la tónica que marca toda la trilogía. Porque, como el propio Gerald adulto cuenta en el prólogo, Mi familia y otros animales estaba pensado como la reflexión de un naturalista, un libro sobre bichos. Su familia se coló de manera inevitable porque, en su obra, los animales tienen deseos, delirios y sueños humanos -como Alejandro, el ganso enamorado de su madre, o Gerónimo, el camaleón meláncolico-, y los humanos se comportan, a menudo, como bestias, torpes, ignorantes y carentes de sentido común.
Esta maravillosa intersección, que hace que a ratos sea difícil distinguir a los unos de los otros, es quizá lo que los amantes del Durrell escritor echamos de menos en la serie que, según explican desde Filmin, fue la de más éxito en la plataforma cuando se estrenó. El show es entretenido y encantador, sí, pero es imposible plasmar en una pantalla la fascinación del niño que encuentra a decenas de animales en su jardín y, a la vez, descubre a su excéntrica familia como parte de ese zoo caótico y entrañable en el que vive en Corfú.
Ese cóctel casi perfecto de ciencia, humor, amor y poesía que supone Mi familia y otros animales lastra al resto de la trilogía: Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses siguen siendo libros entretenidos y tiernos, pero no tienen el nivel literario de la primera novela de la saga. Los cinco años en Corfú le siguieron dando a Durrell material literario durante toda su vida, como se puede leer, por ejemplo, en el delicioso relatoUn novio para mamá.
Pero hay Durrell más allá de Corfú. El naturalista se convirtió en escritor por la presión de sus crecientes deudas, y a sugerencia de su hermano Lawrence, al que adoraba (quizá para extrañeza de los seguidores de la serie). Pero cuando empezó a publicar, se convirtió en un escritor muy popular. Aunque Mi familia y otros animales es su obra más famosa, escribió casi 40 libros a lo largo de su carrera, publicados en español, en su mayor parte, en Alianza. Su bibliografía incluye memorias, relatos de expediciones, novelas, libros sobre conservación de la vida silvestre y también libros juveniles que recuerdan algo en tono y forma a Roald Dahl. El mejor es, posiblemente, El paquete parlante, llena de humor, fantasía clásica y, claro, amor por los animales.
Su obra como naturalista es menos conocida, pero quizá más relevante, sobre todo en estos tiempos de emergencia climática y biodiversidad en declive. Durrell creía que los humanos tenían la responsabilidad de proteger el planeta, no por amor a los animales, sino por un deber ético hacia su conservación. “Hasta que consideremos que la vida animal es digna de la consideración y el respeto que le damos a libros antiguos, cuadros y monumentos históricos, siempre existirá el animal refugiado, que vivirá una vida precaria al borde del exterminio, dependiendo para su existencia de la caridad de unos pocos seres humanos”, dijo en su libro Encuentros con animales.
Durrell cuenta en su autobiografía que su primera palabra fue “zoo”. Y fue pionero en su trabajo para cambiar los zoológicos, de lugares donde se coleccionan animales a centros de conservación donde se salvan especies en peligro. En Menagerie Manor cuenta precisamente su experiencia al frente del Zoo de Jersey, un lugar que él mismo fundó en 1959 con esa idea: conservar, y no exhibir. El naturalista fue pionero en desarrollar técnicas de cría en cautividad, y logró salvar especies tan extrañas como la paloma rosa de las islas Mauricio. Su obra sigue viva en la Durrell Wildlife Conservation Trust, cuyo objetivo es no solo “solo prevenir extinciones, sino recuperar las poblaciones de especies amenazadas hasta niveles abundantes”.
De todo ello, y de sus expediciones por el mundo para encontrar animales, habló Durrell en media docena de obras. La más conocida es, posiblemente, El arca sobrecargada (ahora mismo, descatalogada), que es, en realidad, el primer libro que escribió, en 1953. Es una obra autobiográfica que describe la primera gran expedición del autor para capturar animales en África Occidental, en lo que hoy son Camerún y Nigeria. Ya en este primer libro se intuye la ironía y capacidad de observación que le harían famoso. Cuenta sus peripecias en la selva, los retos de capturar y transportar una amplia variedad de animales exóticos y su relación con la población local.
Menos conocida es su obra Two in the bush, pero merece la pena reseñarla. Narra su viaje de exploración a Malasia, Australia y Nueva Zelanda con su primera mujer, Jacquie, en 1962. A Durrell le importan poco las convenciones humanas en su consideración de la vida salvaje. Dice, por ejemplo, del supuestamente adorable koala: “Es uno de los animales más lerdos que he tenido la desgracia de conocer”, algo en lo que, por cierto, suelen coincidir todos los que tienen oportunidad de tratar al marsupial. En cambio, declara su admiración por el “simpático” ornitorrinco. Él criticaba lo que llamó “la política del panda”, la protección de animales bonitos y fotogénicos frente a las “cositas pardas”, especies pequeñas y ocultas para el gran público, pero mucho más importantes para la biodiversidad y tan dignas de ser protegidas como el emblemático oso.
Leer a Durrell ahora es ser consciente de un mundo que ya no existe, con todo lo que eso implica. Por ejemplo, impresiona su descripción de la Gran Barrera de Coral, cuya belleza le impactó, sabiendo que el blanqueamiento de sus corales ha alcanzado niveles “catastróficos”, según un estudio reciente de la Universidad de Sidney. Sin embargo, al final de su vida, él ya era consciente del gigantesco problema ambiental al que se enfrentaba la humanidad: “La mayor parte de la gente no comprende hasta qué punto estamos destruyendo el mundo en el que vivimos. Somos como un grupo de niños a los que se les haya dejado sueltos con venenos, sierras, hoces, escopetas y fusiles en un planeta verde y complejo, que estamos convirtiendo, lenta pero seguramente, en un desierto pedregoso y estéril”, se lee en su autobiografía.
Gerald Durrell murió en 1995, a los 70 años, tras un cáncer de hígado. Leerlo cuando eres niño es un descubrimiento alucinante y una fuente de constante felicidad, pero hacerlo de adulto es una bendición. Para quien tuvo una infancia parecida, porque supone volver a la vida despreocupada, la fascinación por cada bicho que se mueve, las peleas con los hermanos, el amor incondicional de tu madre; para quien no la tuvo, porque supone vivir al fin esa infancia libre, amorosa y divertida que, como él mismo dijo, todo niño merece. Leer a Gerald Durrell en un mundo de guerras, muertes, fascistas, mentiras y aranceles es descubrir, sonreír, emocionarte y sorprenderte. Es, por un rato, volver a ser un niño.
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