Conocí al monje budista Matthieu Ricard el 8 de octubre pasado, cuando ambos compartimos el plató de La grande librairie, el único gran programa de televisión dedicado a los libros que se emite en Francia; Ricard habló de Lumières, un libro donde recoge fotografías realizadas durante los últimos 60 años en sus viajes por el Himalaya, la India, Nepal, Bután y el Tíbet. Casualmente, seis días más tarde la cara de aquel hombre apareció a toda página en la web de este diario. “El hombre más feliz del mundo, un monje budista, no movió un dedo por los demás”, rezaba el titular. El texto era un fragmento de una obra del historiador y periodista Rutger Bregman, y en él se afirma que Ricard ha practicado la meditación durante más de 60.000 horas y que un experimento realizado en 2001 por un laboratorio de la Universidad de Wisconsin estableció, gracias a unas imágenes del cerebro de Ricard obtenidas por resonancia magnética, que el monje francés era el hombre más dichoso del planeta. “Aquí tenemos “, concluye Bregman, reprimiendo a duras penas su desprecio (o su indignación), “un tipo que ha pasado 60.000 horas —7.500 días laborables, el equivalente a 30 años de trabajo ininterrumpido— en su propia cabeza (…) 30 años en los que no movió un dedo por hacer del mundo un lugar mejor”. ¿Seguro?. Nacido en el corazón de la vida intelectual parisiense —es hijo del pensador Jean-François Revel—, Ricard estudió Biología Molecular en el Instituto Pasteur y, después de presentar una tesis doctoral dirigida por François Jacob, premio Nobel de Fisiología, se consagró a la práctica del budismo tibetano. Desde entonces ha escrito diversos libros (sobre el arte de la meditación, en defensa del altruismo, de la felicidad, de los animales) y ha participado en numerosas investigaciones publicadas en revistas científicas dedicadas a la bacteriología, a la psicología, a la psicología social, a la neurociencia o a la neuropsicología. Ricard también es fotógrafo: un fotógrafo extraordinario, como demuestra Lumières y proclamó Henri Cartier-Bresson. “La vida espiritual de Matthieu y su cámara fotográfica son una sola cosa”, escribió el magistral fotógrafo francés. “De allí surgen imágenes fugitivas y eternas”. ¿De un hombre que ha hecho todas estas cosas se puede decir que no ha hecho nada por mejorar el mundo? ¿No contribuyen el pensamiento, la ciencia y el arte a que la realidad sea un lugar más habitable? Por si su respuesta es “no”, añadiré que Ricard fundó en el año 2000 una asociación sin ánimo de lucro, Karuna-Shechen, que lleva dos décadas y media desarrollando y gestionando programas de asistencia primaria, educación y servicios sociales para atender a los grupos de población más necesitados del Tíbet, la India y Nepal, con especial atención a las mujeres y las jóvenes (Karuna-Shechen trabaja con socios locales para garantizar que sus programas respondan a las necesidades y aspiraciones de las comunidades indígenas). Se dirá que lo que Bregman le reprocha a Ricard no es que no haya hecho nada por los demás, sino que no lo haya hecho durante las 60.000 horas —los 30 años— que dedicó a cultivar su propio bienestar, meditando. Para eso tengo dos respuestas. La primera es que, igual que no se puede ser sublime ininterrumpidamente (Baudelaire), no se puede ser ininterrumpidamente altruista. La segunda: ¿y si las 60.000 horas dedicadas a su propio bienestar son precisamente las que le han permitido a Ricard contribuir de manera tan notable al bienestar de los demás? ¿Es posible ayudar a los demás si uno no es capaz de ayudarse a sí mismo? ¿No será la felicidad personal una condición necesaria para contribuir a la felicidad colectiva?. Tranquilos: no me he convertido al budismo; tampoco me hice amigo de Ricard en La grande librairie: disculpen la petulancia, pero yo de quien soy amigo es de la verdad. Y la verdad es que Bregman no pudo elegir peor ejemplo. Ambición moral, se titula su libro. Pero una cosa es predicar la ambición moral y otra muy distinta practicarla: lo primero es lo que hace Bregman; lo segundo, lo que hace Ricard. Lo primero gusta mucho; lo segundo, menos.. Seguir leyendo
Conocí al monje budista Matthieu Ricard el 8 de octubre pasado, cuando ambos compartimos el plató de La grande librairie, el único gran programa de televisión dedicado a los libros que se emite en Francia; Ricard habló de Lumières, un libro donde recoge fotografías realizadas durante los últimos 60 años en sus viajes por el Himalaya, la India, Nepal, Bután y el Tíbet. Casualmente, seis días más tarde la cara de aquel hombre apareció a toda página en la web de este diario. “El hombre más feliz del mundo, un monje budista, no movió un dedo por los demás”, rezaba el titular. El texto era un fragmento de una obra del historiador y periodista Rutger Bregman, y en él se afirma que Ricard ha practicado la meditación durante más de 60.000 horas y que un experimento realizado en 2001 por un laboratorio de la Universidad de Wisconsin estableció, gracias a unas imágenes del cerebro de Ricard obtenidas por resonancia magnética, que el monje francés era el hombre más dichoso del planeta. “Aquí tenemos “, concluye Bregman, reprimiendo a duras penas su desprecio (o su indignación), “un tipo que ha pasado 60.000 horas —7.500 días laborables, el equivalente a 30 años de trabajo ininterrumpido— en su propia cabeza (…) 30 años en los que no movió un dedo por hacer del mundo un lugar mejor”. ¿Seguro?Nacido en el corazón de la vida intelectual parisiense —es hijo del pensador Jean-François Revel—, Ricard estudió Biología Molecular en el Instituto Pasteur y, después de presentar una tesis doctoral dirigida por François Jacob, premio Nobel de Fisiología, se consagró a la práctica del budismo tibetano. Desde entonces ha escrito diversos libros (sobre el arte de la meditación, en defensa del altruismo, de la felicidad, de los animales) y ha participado en numerosas investigaciones publicadas en revistas científicas dedicadas a la bacteriología, a la psicología, a la psicología social, a la neurociencia o a la neuropsicología. Ricard también es fotógrafo: un fotógrafo extraordinario, como demuestra Lumières y proclamó Henri Cartier-Bresson. “La vida espiritual de Matthieu y su cámara fotográfica son una sola cosa”, escribió el magistral fotógrafo francés. “De allí surgen imágenes fugitivas y eternas”. ¿De un hombre que ha hecho todas estas cosas se puede decir que no ha hecho nada por mejorar el mundo? ¿No contribuyen el pensamiento, la ciencia y el arte a que la realidad sea un lugar más habitable? Por si su respuesta es “no”, añadiré que Ricard fundó en el año 2000 una asociación sin ánimo de lucro, Karuna-Shechen, que lleva dos décadas y media desarrollando y gestionando programas de asistencia primaria, educación y servicios sociales para atender a los grupos de población más necesitados del Tíbet, la India y Nepal, con especial atención a las mujeres y las jóvenes (Karuna-Shechen trabaja con socios locales para garantizar que sus programas respondan a las necesidades y aspiraciones de las comunidades indígenas). Se dirá que lo que Bregman le reprocha a Ricard no es que no haya hecho nada por los demás, sino que no lo haya hecho durante las 60.000 horas —los 30 años— que dedicó a cultivar su propio bienestar, meditando. Para eso tengo dos respuestas. La primera es que, igual que no se puede ser sublime ininterrumpidamente (Baudelaire), no se puede ser ininterrumpidamente altruista. La segunda: ¿y si las 60.000 horas dedicadas a su propio bienestar son precisamente las que le han permitido a Ricard contribuir de manera tan notable al bienestar de los demás? ¿Es posible ayudar a los demás si uno no es capaz de ayudarse a sí mismo? ¿No será la felicidad personal una condición necesaria para contribuir a la felicidad colectiva?Tranquilos: no me he convertido al budismo; tampoco me hice amigo de Ricard en La grande librairie: disculpen la petulancia, pero yo de quien soy amigo es de la verdad. Y la verdad es que Bregman no pudo elegir peor ejemplo. Ambición moral, se titula su libro. Pero una cosa es predicar la ambición moral y otra muy distinta practicarla: lo primero es lo que hace Bregman; lo segundo, lo que hace Ricard. Lo primero gusta mucho; lo segundo, menos. Seguir leyendo
PALOS DE CIEGO. Columna. Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado. ¿No será la felicidad personal una condición necesaria para contribuir a la felicidad colectiva?. El monje budista Matthieu Ricard en el programa de televisión ‘La grande Librairie’ en París, el 23 de enero de 2019. Eric Fougere (Corbis / Getty Images). Conocí al monje budista Matthieu Ricard el 8 de octubre pasado, cuando ambos compartimos el plató de La grande librairie, el único gran programa de televisión dedicado a los libros que se emite en Francia; Ricard habló de Lumières, un libro donde recoge fotografías realizadas durante los últimos 60 años en sus viajes por el Himalaya, la India, Nepal, Bután y el Tíbet. Casualmente, seis días más tarde la cara de aquel hombre apareció a toda página en la web de este diario. “El hombre más feliz del mundo, un monje budista, no movió un dedo por los demás”, rezaba el titular. El texto era un fragmento de una obra del historiador y periodista Rutger Bregman, y en él se afirma que Ricard ha practicado la meditación durante más de 60.000 horas y que un experimento realizado en 2001 por un laboratorio de la Universidad de Wisconsin estableció, gracias a unas imágenes del cerebro de Ricard obtenidas por resonancia magnética, que el monje francés era el hombre más dichoso del planeta. “Aquí tenemos “, concluye Bregman, reprimiendo a duras penas su desprecio (o su indignación), “un tipo que ha pasado 60.000 horas —7.500 días laborables, el equivalente a 30 años de trabajo ininterrumpido— en su propia cabeza (…) 30 años en los que no movió un dedo por hacer del mundo un lugar mejor”. ¿Seguro?. Nacido en el corazón de la vida intelectual parisiense —es hijo del pensador Jean-François Revel—, Ricard estudió Biología Molecular en el Instituto Pasteur y, después de presentar una tesis doctoral dirigida por François Jacob, premio Nobel de Fisiología, se consagró a la práctica del budismo tibetano. Desde entonces ha escrito diversos libros (sobre el arte de la meditación, en defensa del altruismo, de la felicidad, de los animales) y ha participado en numerosas investigaciones publicadas en revistas científicas dedicadas a la bacteriología, a la psicología, a la psicología social, a la neurociencia o a la neuropsicología. Ricard también es fotógrafo: un fotógrafo extraordinario, como demuestra Lumières y proclamó Henri Cartier-Bresson. “La vida espiritual de Matthieu y su cámara fotográfica son una sola cosa”, escribió el magistral fotógrafo francés. “De allí surgen imágenes fugitivas y eternas”. ¿De un hombre que ha hecho todas estas cosas se puede decir que no ha hecho nada por mejorar el mundo? ¿No contribuyen el pensamiento, la ciencia y el arte a que la realidad sea un lugar más habitable? Por si su respuesta es “no”, añadiré que Ricard fundó en el año 2000 una asociación sin ánimo de lucro, Karuna-Shechen, que lleva dos décadas y media desarrollando y gestionando programas de asistencia primaria, educación y servicios sociales para atender a los grupos de población más necesitados del Tíbet, la India y Nepal, con especial atención a las mujeres y las jóvenes (Karuna-Shechen trabaja con socios locales para garantizar que sus programas respondan a las necesidades y aspiraciones de las comunidades indígenas). Se dirá que lo que Bregman le reprocha a Ricard no es que no haya hecho nada por los demás, sino que no lo haya hecho durante las 60.000 horas —los 30 años— que dedicó a cultivar su propio bienestar, meditando. Para eso tengo dos respuestas. La primera es que, igual que no se puede ser sublime ininterrumpidamente (Baudelaire), no se puede ser ininterrumpidamente altruista. La segunda: ¿y si las 60.000 horas dedicadas a su propio bienestar son precisamente las que le han permitido a Ricard contribuir de manera tan notable al bienestar de los demás? ¿Es posible ayudar a los demás si uno no es capaz de ayudarse a sí mismo? ¿No será la felicidad personal una condición necesaria para contribuir a la felicidad colectiva?. Tranquilos: no me he convertido al budismo; tampoco me hice amigo de Ricard en La grande librairie: disculpen la petulancia, pero yo de quien soy amigo es de la verdad. Y la verdad es que Bregman no pudo elegir peor ejemplo. Ambición moral, se titula su libro. Pero una cosa es predicar la ambición moral y otra muy distinta practicarla: lo primero es lo que hace Bregman; lo segundo, lo que hace Ricard. Lo primero gusta mucho; lo segundo, menos.. Tu suscripción se está usando en otro dispositivo. ¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?. Añadir usuarioContinuar leyendo aquí. 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Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.. Normas ›. Mis comentariosNormas. Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos. Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus.. Más información. Archivado En. Budismo. Felicidad. Opinión. Televisión. Libros. Lectura. Ética. Charles Baudelaire. Indígenas. Biología. Henri Cartier-Bresson. Si está interesado en licenciar este contenido, pinche aquí. _. Últimas noticias. 05:3005:3005:3005:30. Lo más visto
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