No es fácil, pese a las apariencias, distinguir a un perro de un ser humano. Los dos ladran y rara vez muerden. Los dos acostumbran a confundir sumisión con cariño, amistad con interés y, mucho más gráfico, un simple ¡guau! con una muestra de respeto. Pero sí hay algo que les aleja definitivamente y no es ni la correa ni el collar (hay formas de llevar uno y soportar la otra sin que apenas se note), sino la facilidad con la que uno de los dos acostumbra a hacerse la vida imposible sin intervención de nadie.. Sí, los perros, al contrario que algunos (no diremos todos por no generalizar en vano) lectores de El Mundo, carecen de la más elemental capacidad de reflexión. Es decir, no se atormentan por los motivos que les han llevado a hacer lo que han hecho y tampoco se vuelven a atormentar por los motivos que les llevan a atormentarse. Como diría el filósofo Mark Rowlands «los perros contestan a las grandes preguntas sobre la vida no con palabras, sino con su manera de estar en el mundo». Y así.. Valga todo lo anterior para situar Good Boy, una película de terror cuyo protagonista absoluto es un retriever de Nueva Escocia, es decir, un perro, con todo lo que eso significa. Su director Ben Leonberg propone al espectador algo tan en principio anómalo como identificarse con una criatura que, en puridad, no es capaz de anticipar ni el miedo ni el dolor. O no en la misma medida que lo hace un ser humano.. Pese a lo adorable de la propuesta que nadie se confunda: no estamos ante un vídeo de TikTok ni ante un meme de cualquier otra red social. La idea, bien al contrario, es mucho más interesante por retorcida. Se trata de colocar al espectador ante un inmenso fuera de campo. Lo que se ve no solo es simplemente una parte mínima de lo que, en verdad, está sucediendo, sino que además, lo que se ve se está viendo con los ojos prestados de una criatura que, por definición y pese a las dudas del primer párrafo, nada tiene que ver con nosotros. Si el terror es un género que básicamente juega con las expectativas e imaginación de la audiencia siempre del otro lado de lo simplemente visible, ahora mucho más. Y ahí, sin duda, su gracia, su virtud y si irrefutable encanto. ¡Guau!. Se cuenta la historia de un hombre enfermo (le pasa algo) que regresa a la casa familiar donde vivió y, sobre todo, murió toda su familia. Allí vuelve con su perro y, de hecho, es el can el que nos cuenta todo. Toda la cinta la rodó Leonberg, de forma tan meticulosa como precisa, con su propia mascota, sin dobles entrenados y a lo largo de 400 interminables días de rodajes. El animal es obediente, pero no tanto. La virtud no reside en las cucamonas de las que es capaz el animal (no es Rintintín) sino en justo lo contrario: en su perruna veracidad, en su elemental verdad, en su irracional o irreflexivo acercamiento al mismo miedo. El terror ante lo desconocido, ante el pavor que sugiere un misterio que no acaba, se ve acrecentado de este modo por la simple y elemental incomprensión. Ni un perro termina de entender del todo los cambios de humor de su dueño ni un dueño acabará jamás por comprender por qué hace feliz a su perro repetir la misma acción una y otra vez.. No es la primera vez que una película de terror plantea una cambio de punto de vista. Presence, de Steven Soderbergh, era narrada desde los ojos del fantasma y De naturaleza violenta, de Chris Nash, lo hacía desde la mirada turbia del psicópata asesino. El acierto de Good Boy, y de ahí su transformación en el fenómeno viral que ya es, reside en su juego, entre perverso y muy tierno, de insistir en el convencimiento de que somos igual que nuestra mascota cuando en verdad, como queda demostrado, no es así. Y no lo puede ser. ¡Guau!
La Lectura // elmundo
Ben Leonberg ha convertido ‘Good Boy’ en un terrorífico fenómeno viral de la mano de su mascota, un encantador y muy fotogénico retriever de Nueva Escocia Leer
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