Para Nabokov, el verdadero propósito de una autobiografía radicaba en identificar y seguir los hilos temáticos que atraviesan una vida, empleando el arte de la ficción para reconstruir o modificar el recuerdo original sin sacrificar, no obstante, la meticulosidad genuina. Esther Kinsky (Engelskirchen, 1956) adopta este enfoque en su primera novela, donde el río Lea se convierte en la columna vertebral de su narrativa. Este río, que «nace en las suaves colinas del noroeste de Londres, (…) hiende el interminable cinturón de suburbios, abraza los límites del agitado, artero y nada apacible Londres antiguo» para morir en el Támesis, se erige como metáfora central.
Traducción de Richard Gross. Periférica. 352 páginas. 22,50 € Ebook: 14,99 €Puedes comprarlo aquí.
Desde que se mudó a un barrio más humilde en las afueras de la ciudad, la narradora recorre a diario esa «linde entre la ciudad y un paisaje entregado a asilvestramientos de todo tipo», un intento de «desprenderse de la familiaridad» de su vida anterior.
Como flâneuse, se abandona a un flujo de conciencia evocador e incisivo, salpicado de sus propias polaroids, que desprende un aura mágica y crepuscular. La precisión de su prosa y su ritmo, cuidadosamente orquestados, dialogan con un «escenario mutilado» del que emergen otros ríos, afluentes rescatados del pasado personal: el Rin de su infancia, el Neretva, el Nahal Ha Yarkon, el San Lorenzo, el Hugli, el Bug, el Vístula y el Óder. Kinsky entrelaza estos paisajes fluviales en un tapiz narrativo que refleja una vida marcada por el movimiento, la memoria y la búsqueda de sentido en los márgenes del tiempo y el espacio.
El título original, Am Fluß [En el río], capta con mayor precisión el alcance de la obra, que no se limita al Lea, sino que abarca el espacio físico y mental que envuelve todo alrededor: personas, animales, objetos inanimados, plantas y estaciones, así como los recuerdos que suscita. Como la vida, un río conecta dos puntos, la fuente y la desembocadura, pero lo hace sin seguir forzosamente una línea recta. Si esta prosa errante es tan eficiente tiene que ver, además, por su condición de traductora del polaco, sobre la que reflexiona en su ensayo Fremdsprechen (2013). En él describe las palabras como ríos que fluyen cargados de «referencias y connotaciones» y de cuyo «largo camino recorrido» apenas somos conscientes.
Todo río, en definitiva, delimita una frontera, un aquí y un allí que «nos obliga a detenernos para mirar más atentamente la orilla contraria», donde a veces se encuentra el pasado, otras la lengua materna, a aquellos que ya no están o una Alemania renaciendo de las cenizas. Con El río, Esther Kinsky inaugura una prosa periférica, sinuosa y autobioetnográfica, en la que el «yo» actúa más como una caja de resonancia que como un compartimento estanco.
Aunque inscrita en la tradición de Sebald o Handke (con Arboleda y Rombo, y a la espera de la traducción de Weiter Sehen), su curso sigue un trayecto propio, más cercano a Walter Benjamin, especialmente en su concepción del recuerdo. Para Benjamin, el recuerdo «debe, al mismo tiempo, proporcionar una imagen de aquel que recuerda, como un buen informe arqueológico no solo debe indicar los estratos de los cuales proceden sus hallazgos, sino sobre todo aquellos otros que debieron ser atravesados antes».
La Lectura // elmundo
Peripherica reintroduce la novela debut de la autora alemana, ‘El río’, donde establece un estilo de escritura periférico, sinuoso y autobiográfico, en el que el «yo» funciona más como una cámara de resonancia que como una entidad sellada.
Peripherica reintroduce la novela debut de la autora alemana, ‘El río’, donde establece un estilo de escritura periférico, sinuoso y autobiográfico, en el que el «yo» funciona más como una cámara de resonancia que como una entidad sellada.