Un domingo en la FIL es un hormiguero donde la palabra que más se escucha es “perdón”. Perdón por el codazo, perdón por el empujón, por el pisotón. Porque no hay forma de andar por los pasillos de la enorme ciudad de los libros. Perdón, perdón. Pero no solo hay que alimentar el espíritu. La comida tiene un protagonismo especial en este encuentro, tanto en el programa cultural como en la calle. Este año se aventura un duelo de espadas entre dos países con una alta gastronomía que no siempre acaban de entenderse. De México, los españoles suelen quejarse de que todo lleva salsas y está demasiado cocinado; en España, los mexicanos echan en falta el moje y encuentran cruda la carne y el pescado.
La primera estación con nombre propio fue el sábado, donde la cocinera valenciana Begoña Rodrigo, embajadora de la gastronomía española en la feria, salió a saludar después de alimentar a los invitados de honor. Los españoles solo se quejaron de que la merluza en su pil pil estaba algo fría, riesgo lógico cuando hay muchos comensales y la cocina no es la propia. Algunos mexicanos la notaron cruda. Rodrigo no acaba de entender por qué en México destruyen sus fresquísimas carnes y pescados pasándose de rosca con el tiempo de cocción, ha contado en entrevista con EL PAÍS. En el menú no faltó la hermandad entre ambos países, tan de boca en boca en estos días: tacos de jícama con mejillón, arroz meloso con hongos y de postre, higos con queso. Y la merluza. Rodrigo también ha dicho que adora el picante, un elemento para la paz con México, si hiciera falta.
Begoña Rodrigo y Carlos Higareda, el chef del hotel Barceló, se ceñirán los mandiles esta semana para ofrecer un menú a cuatro manos en el restaurante Los Vitrales. Y en algún momento, el espectáculo será en directo: alguna tortilla de patata (debe ser interesante y curioso ver a una gran cocinera hacer una tortilla de patatas cuando tantas veces se vio hacerla en casa), paella o pasta fresca recién salida de las manos de esta mujer con estrella Michelin.
La alta cocina es arte y contemplar la creación de un gran cocinero tiene el encanto del mago Merlín. Abarrotada estaba este domingo la sala en la que Ferran Adrià se disponía a hacer alguno de sus trucos culinarios. Eso pensaba la gente cuando vio el limón y el jugo de tomate sobre la mesa. Pero se equivocaron, la charla de Adrià, pizarra en ristre, voló por otros derroteros, no en vano su conferencia se incluyó en el programa de Ciencia. Adrià está en otros asuntos, lo mismo pregunta al público si el limón es fruta o verdura que se interna en una disertación sobre la creación del mundo. Dice que cuando cerró el restaurante se preguntó qué era ser cocinero. Y se encerró en la ciencia.
La gastronomía es una de las fortalezas de esta edición de la FIL, así en las conferencias como en el plato
Un domingo en la FIL es un hormiguero donde la palabra que más se escucha es “perdón”. Perdón por el codazo, perdón por el empujón, por el pisotón. Porque no hay forma de andar por los pasillos de la enorme ciudad de los libros. Perdón, perdón. Pero no solo hay que alimentar el espíritu. La comida tiene un protagonismo especial en este encuentro, tanto en el programa cultural como en la calle. Este año se aventura un duelo de espadas entre dos países con una alta gastronomía que no siempre acaban de entenderse. De México, los españoles suelen quejarse de que todo lleva salsas y está demasiado cocinado; en España, los mexicanos echan en falta el moje y encuentran cruda la carne y el pescado.
La primera estación con nombre propio fue el sábado, donde la cocinera valenciana Begoña Rodrigo, embajadora de la gastronomía española en la feria, salió a saludar después de alimentar a los invitados de honor. Los españoles solo se quejaron de que la merluza en su pil pil estaba algo fría, riesgo lógico cuando hay muchos comensales y la cocina no es la propia. Algunos mexicanos la notaron cruda. Rodrigo no acaba de entender por qué en México destruyen sus fresquísimas carnes y pescados pasándose de rosca con el tiempo de cocción, ha contado en entrevista con EL PAÍS. En el menú no faltó la hermandad entre ambos países, tan de boca en boca en estos días: tacos de jícama con mejillón, arroz meloso con hongos y de postre, higos con queso. Y la merluza. Rodrigo también ha dicho que adora el picante, un elemento para la paz con México, si hiciera falta.
Begoña Rodrigo y Carlos Higareda, el chef del hotel Barceló, se ceñirán los mandiles esta semana para ofrecer un menú a cuatro manos en el restaurante Los Vitrales. Y en algún momento, el espectáculo será en directo: alguna tortilla de patata (debe ser interesante y curioso ver a una gran cocinera hacer una tortilla de patatas cuando tantas veces se vio hacerla en casa), paella o pasta fresca recién salida de las manos de esta mujer con estrella Michelin.
La alta cocina es arte y contemplar la creación de un gran cocinero tiene el encanto del mago Merlín. Abarrotada estaba este domingo la sala en la que Ferran Adrià se disponía a hacer alguno de sus trucos culinarios. Eso pensaba la gente cuando vio el limón y el jugo de tomate sobre la mesa. Pero se equivocaron, la charla de Adrià, pizarra en ristre, voló por otros derroteros, no en vano su conferencia se incluyó en el programa de Ciencia. Adrià está en otros asuntos, lo mismo pregunta al público si el limón es fruta o verdura que se interna en una disertación sobre la creación del mundo. Dice que cuando cerró el restaurante se preguntó qué era ser cocinero. Y se encerró en la ciencia.
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