La noche que cayó el Muro, el 9 de noviembre de 1989, a Jenny Erpenbeck le pasó como a Fabrice del Dongo, el protagonista de La Cartuja de Parma, que estuvo en medio del caos de la batalla de Waterloo sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor. Erpenbeck había quedado aquella noche con unas amigas y durmió en casa de una de ellas. En la casa no había teléfono ni televisor. Ella no se enteró hasta la mañana siguiente por la radio. Y se perdió aquel momento estelar de la humanidad que pasaba a unas manzanas de su casa.. Erpenbeck quizá sea, 35 años después, la escritora alemana viva más reconocida por crítica y público, la que disfruta de una mayor proyección internacional (mayor incluso que dentro de su país), y la que suena para algún día conseguir el Nobel. Aquel momento estelar de la humanidad —el último de verdadero optimismo que haya vivido Europa, el triunfo de la libertad frente a la dictadura— cambió su vida, como la de millones de alemanes del Este. Posiblemente, la hizo escritora a ella y a otras figuras de la literatura alemana actual, que siguen dando vueltas a la fecha y a los cambios que vinieron después, a las esperanzas y las decepciones. Es una fecha que atraviesa, más o menos directamente, toda la literatura de Erpenbeck, y ninguno de sus libros tanto como su última novela, Kairós, ganadora del prestigioso premio Booker International en 2024 y publicada en castellano por Anagrama.. “Al principio había euforia: éramos libres y podíamos ir de comprar y viajar”, decía Erpenbeck en una mañana fría de otoño en el apartamento en el que vive con su marido, un director de orquesta austriaco, en Prenzlauer Berg, el más intelectual y bohemio de los barrios del viejo Berlín Oriental. Pero al mismo tiempo que una liberación, o al menos así lo recuerda ella, la caída del Muro fue algo más. El fin de la República Democrática Alemana y su absorción por la República Federal Alemania representó una pérdida: la pérdida de un país que dejaba de existir. “Sin entrar en valorar sobre si el socialismo sí o el socialismo no”, dice la escritora, “lo vivimos como el derrumbe de nuestro Estado, o de un Estado”.. Y esta historia —la de la euforia y la pérdida; la del país desaparecido y hoy casi imaginario y el país nuevo que era el suyo y no acababa de serlo— explica muchos de los problemas y algunas de las neurosis de la Alemania de hoy. Es la historia de la persistente división entre el Este y el Oeste —el famoso muro mental y las desigualdades (todavía) económicas y sociales— y la fuerza del populismo en los territorios de la RDA. Es la historia que a veces la ficción explica mejor que cualquier tratado. Autores como Ingo Schulze o Uwe Tellkamp. O fenómenos como la propia Jenny Erpenbeck o Clemens Meyer, el fulgurante autor de Die Projektoren (Los proyectores), que el semanario Der Spiegel, en su canon de las 100 mejores novelas del último siglo, considera ya como un clásico, aunque se acabe de publicar.. ¿De dónde viene su fuerza, este estilo y estos temas que para algunos críticos la convierten en la más interesante de las letras alemanas? ¿Y por qué la literatura del Este se ha convertido en un campo de batalla en el que se escenifican las discusiones más agrias sobre lo que fue 1989 y lo que significa en 2024?. Un viernes por la noche en Jena, cuna de poetas y pensadores, la ciudad de Goethe y Schiller, escenario como Waterloo de una batalla napoleónica, hoy un centro urbano anodino como tantos en Europa: las calles comerciales, algún kebab, poco que hacer después de las siete de la tarde. Salvo acaso pagar ocho euros para escuchar en una biblioteca a un escritor.. “Este libro es un acontecimiento”, sentencia el veterano profesor de literatura en Jena que presenta a Clemens Meyer y Los proyectores ante el público, de cerca de 90 personas. “Es una novela del siglo”.. Unos días antes, Meyer ha provocado unos de estos escándalos que entretienen la monótona vida literaria alemana. Sucedió en la proclamación en Fráncfort del Deutscher Buchpreis, el premio literario más prestigioso en este país. Los proyectores, novela de mil páginas en la que trabajó durante casi una década y que abarca parte de la historia alemana y europea del siglo XX y principios del XXI, era finalista, pero el jurado eligió Hey guten Morgen, wie geht es dir? (Hey, buenos días, ¿qué tal estás?), de Martina Hefter.. “¡Malditos cabrones!”, estalló Meyer a la salida de la ceremonia. Hasta el diario sensacionalista Bild se hizo eco del incidente. En Der Spiegel, el autor aclaró después el porqué de su enfado: el premio suele disparar las ventas y cree que el dinero le habría sido de ayuda para financiar su divorcio y saldar los 35.000 euros que debe al fisco. Y disparó al jurado: “Hoy día ya no se valora la gran literatura. Un libro como el mío, que abarca el mundo entero y que es un chute de fabulación en la tradición de Alfred Döblin y Günter Grass…”. Modestia no le falta a Clemens Meyer, que se dio a conocer en 2006 con Als wir träumten (Mientras soñábamos), una novela sobre el Leipzig de los años ochenta y noventa. “Conozco una rima infantil”, se lee en el memorable arranque. “A veces muevo los labios y la recito en silencio, a veces empiezo a tararearla y ni me doy cuenta, porque los recuerdos bailan en mi cabeza, no, no cualquier recuerdo, los del tiempo después del Gran Cambio, ¿los años en los que entablamos contacto?”.. Tampoco le falta ambición, la voluntad de medirse con los grandes. Uwe Tellkamp, autor de La Torre, otra novela monumental con el trasfondo de la burguesía del Dresde tardocomunista de los años ochenta, no ahorra elogios en un correo electrónico: “Los proyectores es comparable con El tambor de hojalata de Günter Grass o Aniversarios de Uwe Johnson, o, para los lectores, con Tu rostro mañana de Javier Marías o con Roberto Bolaño”.. En la lectura en Jena y las conversaciones con él este día —un café por la tarde y unas cervezas de noche en un biergarten—, Meyer habla de Bolaño y de la tauromaquia, de los autores de la RDA que le marcaron —Christa Wolf, Brigitte Reimann, Wolfgang Hilbig— y de sus recuerdos de la caída del Muro. Tenía 12 años, vivía en Leipzig, sus padres le habían llevado a algunas manifestaciones que, desde esta ciudad sobre todo, aceleraron el derrumbe del régimen, él ya tenía ambiciones literarias: “Fue un tiempo loco”.. “Los años noventa fueron muy importantes para mí: podíamos mirar atrás y ver qué fue de la RDA y también mirar qué teníamos delante. Yo disponía de la libertad de leer toda la literatura que no podía leer antes de 1989. El tambor de hojalata no se publicó en el Este”, dice. “Una parte de mí siempre será un escritor germano-oriental, aunque solo una parte”.. Un autor del Oeste no habría podido escribir Mientras soñábamos, tan pegado a las experiencias en el Leipzig de su adolescencia. Pero tambien se hace difícil pensar en alguien de Stuttgart, Hamburgo o Düsseldorf imaginando Los proyectores, una historia que abarca desde la II Guerra Mundial a las guerras balcánicas de los noventa, pasando por las películas del Oeste sobre las populares novelas del alemán Karl May, que triunfaban en la RDA.. “La idea la tuve en 2008, durante un viaje en Croacia”, relata Meyer. “Un escritor y cronista de guerra, Edo Popovic, me llevó a los lugares donde rodaron en los años sesenta las extrañas películas germano-occidentales sobre Karl May. Reconocí los lugares de inmediato, porque en mi infancia yo era un fan absoluto de estas películas. El escritor me explicó que en este mismo lugar, donde rodaron las pelis, 30 años después habían estallado los primeros combates entre serbios y croatas. Ahí pensé: ‘Esto es material potente. Tengo que hacer algo. Con esto se puede hacer una gran novela sobre la poesía y la verdad, sobre las visiones, sobre el cine, sobre las guerras y sobre la locura de la Historia’. En 1941 los alemanes destruyen Yugoslavia. En 1962 vuelven para rodar películas. Y 30 años después se derrumba Yugoslavia y hay una guerra civil. ¡Y las huellas conducen hasta España! Franco acogió a Ante Pavelic”, el dictador croata.. Si hay algo específicamente germano-oriental en Meyer, puede que sea esta visión marginal y a la vez grandiosa y panorámica en el tiempo y el espacio: “Me ocupo de las grandes utopías del siglo XX. Por qué fracasó el socialismo y por qué no se pudo librar de Stalin. Tito lo hizo, pero tampoco funcionó. Me veo como alguien a quien la Historia le rozó de muy de cerca, en Leipzig en 1989. La Historia sucedió ahí, y esto es algo bastante particular”.. En un café de Leipzig, enfrente de la Nikolai-Kirche, la iglesia donde tocó Bach —esta mañana el organista interpreta Pedro y el lobo, de Prokofiev— y núcleo de la revolución pacífica de 1989, el germanista Dirk Oschmann rememora aquellos días. También a él la Historia le rozó. Era un estudiante inmerso en la lectura del Doktor Faustus, de Thomas Mann. Su atención se dividía entre las andanzas del músico Adrian Leverkühn y las noticias que llegaban por la tele. “Un libro alemán”, resume, “un libro que trata de la filosofía alemana, la miseria alemana, la larga historia alemana desde Lutero a Hitler y el papel de los románticos y el protestantismo y el arte. Todas estas cuestiones estaban presentes, indirectamente, en 1989. Y yo, claro, me pregunté: ‘¿Y ahora qué hago?”. Se marchó a Berlín en tren con su novia para vivir la Historia de cerca. Se hizo con los 100 marcos alemanes que la RFA repartía para los alemanes del Este y se los gastó en libros de bolsillo de la editorial Suhrkamp, muchos de ellos inencontrables en la RDA. “Me quedó claro que todo iba a cambiar radicalmente”, dice, “también para mí”.. Oschmann, ahora profesor de la literatura alemana moderna en Leipzig, publicó en 2023 Der Osten: eine westdeutsche Erfindung (El Este: un invento germano-occidental). Es un ensayo sobre la identidad germano-oriental y sobre cómo, cuando han pasado casi cuatro décadas después de la caída del Muro, sigue envuelta de connotaciones negativas y sigue definiéndose como una “desviación” de la norma, que sería la identidad “germano-occidental”.. Con la literatura del Este sucede que, de un lado, posee lo que Oschmann llama “un capital narrativo” único —la vida bajo la dictadura, la revolución de 1989, la dura reconversión de los años noventa—, una materia prima de la que carecen los autores del Oeste con sus vidas pequeñoburguesas y sin revoluciones ni tragedias ni actos heroicos. Del otro lado, el ensayista denuncia que a esta literatura se la ha encerrado desde el Oeste en un gueto para degradarla. Cuenta que autores como Christa Wolf que había obtenido los máximos reconocimiento en la Alemania Occidental antes de 1989, de repente se les puso la etiqueta de “kitsch sentimental y moralizante”, una literatura acomodaticia con el régimen. La revelación de los vínculos pasados de algunos de estos escritores con la Stasi, la siniestra policía secreta germano-oriental, culminó la tarea para socavar su reputación.. “El concepto de literatura de la RDA quedó dañado como algo que era algo del pasado”, resume Oschmann. “Y sigue dañando todavía la literatura de autores y autoras que vienen del Este”.. De vuelta a Berlín, la conversación prosigue en el despacho atiborrado de libros de Jenny Erpebeck, autora la novela del fin de la RDA y el inicio de los tiempos inciertos en la Alemania unida. Kairós relata la desintegración de un país por medio de la descomposición de la relación entre Hans, un intelectual afín al régimen, y la estudiante Katharina. “Todo se derrumbaba”, escribe Erpebeck en Kairós, y añade sobre el viejo Hans: “Durante los años nazis, numerosos escritores alemanes, desde Bertolt Brecht a Thomas Mann, abandonaron sus hogares. Ahora es al revés: su hogar le abandona a él sin que él vaya a ningún lugar”.. Cuando Oschmann lamentaba que el concepto literatura de la RDA siguiese usándose contra autores actuales, se refería a las críticas del historiador Ilko-Sascha Kowalczuc a Jenny Erpenbeck. En Freiheitsschock (El choque de la libertad), Kowalckuz, que como Erpenbeck creció en el Berlín Oriental, le recuerda a la autora de Kairós, y parece que le reproche, sus orígenes familiares. Sus abuelos Fritz Erpenbeck y Hedda Zinner, pertenecieron al círculo de comunistas alemanes exiliados en la URSS durante la II Guerra Mundial. Después de la guerra fueron élite intelectual del nuevo país. Kowalczuc sostiene que esto determina una visión más amable, por parte de la nieta, de aquel país desaparecido: “Para ella, 1989 no fue una fiesta de la libertad”.. “Cuando se critica, habría que conocer otros libros míos”, replica Erpenbeck. Durante la conversación, saca de los estantes un ejemplar de Selbstbefragung (Autoexamen), el libro que su abuela, Hedda Zinner, publicó en 1989, una visión crítica de los años en la Rusia estalinista. La vida de sus abuelos fue más compleja, viene a decir, que la imagen que da de ellos Kowalaczuc como unos “fanáticos comunistas”. Y, en todo caso, precisa: “Habría que admitir que estoy dos generaciones alejada de ellos”.. Kairós toca una fibra sensible, algo íntimo en la identidad de la Alemania moderna, porque atañe al significado de 1989. Una liberación, sí, y la democracia y la prosperidad y el bienestar en uno de los países más prósperos del planeta. Pero también las frustraciones, las experiencias traumáticas.. Erpenbeck saca más libros de los estantes. Libros sobre los años soviéticos, los años 30 de Fritz y Hedda. Volúmenes con fotografías de aquellos 90 en los que la ebriedad se mezclaba con el vértigo de lo desconocido. Fotografías como la de Sibylle Bergemann que ilustra este reportaje y estos días se expone en la galería C/O Berlín: Potsdamer Platz, 1990, la cometa que no se sabe si despegará o no, la tierra de nadie entre Este y Oeste, la icónica torre de comunicaciones al fondo. Un instante, una época.. En uno de los textos incluidos en el libro de ensayos Kein Roman (Ninguna novela), Erpenbeck escribe: “Si digo que, a pesar de todas las comodidades de las que disfruto hoy, todavía hay un rastro de tristeza que las ganancias no pueden borrar… ¿Puedes imaginarte que incluso en un país del que nunca se habla sin calificarlo de régimen canalla, alguien pudiese tener una infancia feliz?”.. A ella le gustaría pensar que sí, que pudo haber un país hoy desaparecido, hoy casi imaginario, donde fue posible ser feliz aunque resultase un fracaso. Le gustaría creer que hay otro modelo frente al “consumismo radical, al individualismo radical, al egoísmo radical”. ¿Cuál? “No lamento en absoluto la desaparición de la RDA tal como fue, y creo que nadie lo lamenta”, dice en su piso en Prenzlauer Berg. “Pero, ¿cómo decirlo? Creo que el duelo es por la posibilidad de algo distinto, de alternativas”.. Seguir leyendo
El ‘muro mental’ que divide la sociedad de este país pervive 35 años después del derrumbe de la RDA. Y en su vibrante y polémica literatura. Un viaje por Berlín, Jena y Leipzig en busca de la gran novela alemana, que hoy escribe autores como Jenny Erpenbeck o Clemens Meyer
La noche que cayó el Muro, el 9 de noviembre de 1989, a Jenny Erpenbeck le pasó como a Fabrice del Dongo, el protagonista de La Cartuja de Parma, que estuvo en medio del caos de la batalla de Waterloo sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor. Erpenbeck había quedado aquella noche con unas amigas y durmió en casa de una de ellas. En la casa no había teléfono ni televisor. Ella no se enteró hasta la mañana siguiente por la radio. Y se perdió aquel momento estelar de la humanidad que pasaba a unas manzanas de su casa.
Erpenbeck quizá sea, 35 años después, la escritora alemana viva más reconocida por crítica y público, la que disfruta de una mayor proyección internacional (mayor incluso que dentro de su país), y la que suena para algún día conseguir el Nobel. Aquel momento estelar de la humanidad —el último de verdadero optimismo que haya vivido Europa, el triunfo de la libertad frente a la dictadura— cambió su vida, como la de millones de alemanes del Este. Posiblemente, la hizo escritora a ella y a otras figuras de la literatura alemana actual, que siguen dando vueltas a la fecha y a los cambios que vinieron después, a las esperanzas y las decepciones. Es una fecha que atraviesa, más o menos directamente, toda la literatura de Erpenbeck, y ninguno de sus libros tanto como su última novela, Kairós, ganadora del prestigioso premio Booker International en 2024 y publicada en castellano por Anagrama.
“Al principio había euforia: éramos libres y podíamos ir de comprar y viajar”, decía Erpenbeck en una mañana fría de otoño en el apartamento en el que vive con su marido, un director de orquesta austriaco, en Prenzlauer Berg, el más intelectual y bohemio de los barrios del viejo Berlín Oriental. Pero al mismo tiempo que una liberación, o al menos así lo recuerda ella, la caída del Muro fue algo más. El fin de la República Democrática Alemana y su absorción por la República Federal Alemania representó una pérdida: la pérdida de un país que dejaba de existir. “Sin entrar en valorar sobre si el socialismo sí o el socialismo no”, dice la escritora, “lo vivimos como el derrumbe de nuestro Estado, o de un Estado”.
Y esta historia —la de la euforia y la pérdida; la del país desaparecido y hoy casi imaginario y el país nuevo que era el suyo y no acababa de serlo— explica muchos de los problemas y algunas de las neurosis de la Alemania de hoy. Es la historia de la persistente división entre el Este y el Oeste —el famoso muro mental y las desigualdades (todavía) económicas y sociales— y la fuerza del populismo en los territorios de la RDA. Es la historia que a veces la ficción explica mejor que cualquier tratado. Autores como Ingo Schulze o Uwe Tellkamp. O fenómenos como la propia Jenny Erpenbeck o Clemens Meyer, el fulgurante autor de Die Projektoren (Los proyectores), que el semanario Der Spiegel, en su canon de las 100 mejores novelas del último siglo, considera ya como un clásico, aunque se acabe de publicar.
¿De dónde viene su fuerza, este estilo y estos temas que para algunos críticos la convierten en la más interesante de las letras alemanas? ¿Y por qué la literatura del Este se ha convertido en un campo de batalla en el que se escenifican las discusiones más agrias sobre lo que fue 1989 y lo que significa en 2024?
Un viernes por la noche en Jena, cuna de poetas y pensadores, la ciudad de Goethe y Schiller, escenario como Waterloo de una batalla napoleónica, hoy un centro urbano anodino como tantos en Europa: las calles comerciales, algún kebab, poco que hacer después de las siete de la tarde. Salvo acaso pagar ocho euros para escuchar en una biblioteca a un escritor.
“Este libro es un acontecimiento”, sentencia el veterano profesor de literatura en Jena que presenta a Clemens Meyer y Los proyectores ante el público, de cerca de 90 personas. “Es una novela del siglo”.
Unos días antes, Meyer ha provocado unos de estos escándalos que entretienen la monótona vida literaria alemana. Sucedió en la proclamación en Fráncfort del Deutscher Buchpreis, el premio literario más prestigioso en este país. Los proyectores, novela de mil páginas en la que trabajó durante casi una década y que abarca parte de la historia alemana y europea del siglo XX y principios del XXI, era finalista, pero el jurado eligió Hey guten Morgen, wie geht es dir? (Hey, buenos días, ¿qué tal estás?), de Martina Hefter.
“¡Malditos cabrones!”, estalló Meyer a la salida de la ceremonia. Hasta el diario sensacionalista Bild se hizo eco del incidente. En Der Spiegel, el autor aclaró después el porqué de su enfado: el premio suele disparar las ventas y cree que el dinero le habría sido de ayuda para financiar su divorcio y saldar los 35.000 euros que debe al fisco. Y disparó al jurado: “Hoy día ya no se valora la gran literatura. Un libro como el mío, que abarca el mundo entero y que es un chute de fabulación en la tradición de Alfred Döblin y Günter Grass…”
Modestia no le falta a Clemens Meyer, que se dio a conocer en 2006 con Als wir träumten (Mientras soñábamos), una novela sobre el Leipzig de los años ochenta y noventa. “Conozco una rima infantil”, se lee en el memorable arranque. “A veces muevo los labios y la recito en silencio, a veces empiezo a tararearla y ni me doy cuenta, porque los recuerdos bailan en mi cabeza, no, no cualquier recuerdo, los del tiempo después del Gran Cambio, ¿los años en los que entablamos contacto?”.
Tampoco le falta ambición, la voluntad de medirse con los grandes. Uwe Tellkamp, autor de La Torre, otra novela monumental con el trasfondo de la burguesía del Dresde tardocomunista de los años ochenta, no ahorra elogios en un correo electrónico: “Los proyectores es comparable con El tambor de hojalata de Günter Grass o Aniversarios de Uwe Johnson, o, para los lectores, con Tu rostro mañana de Javier Marías o con Roberto Bolaño”.
En la lectura en Jena y las conversaciones con él este día —un café por la tarde y unas cervezas de noche en un biergarten—, Meyer habla de Bolaño y de la tauromaquia, de los autores de la RDA que le marcaron —Christa Wolf, Brigitte Reimann, Wolfgang Hilbig— y de sus recuerdos de la caída del Muro. Tenía 12 años, vivía en Leipzig, sus padres le habían llevado a algunas manifestaciones que, desde esta ciudad sobre todo, aceleraron el derrumbe del régimen, él ya tenía ambiciones literarias: “Fue un tiempo loco”.
“Los años noventa fueron muy importantes para mí: podíamos mirar atrás y ver qué fue de la RDA y también mirar qué teníamos delante. Yo disponía de la libertad de leer toda la literatura que no podía leer antes de 1989. El tambor de hojalata no se publicó en el Este”, dice. “Una parte de mí siempre será un escritor germano-oriental, aunque solo una parte”.
Un autor del Oeste no habría podido escribir Mientras soñábamos, tan pegado a las experiencias en el Leipzig de su adolescencia. Pero tambien se hace difícil pensar en alguien de Stuttgart, Hamburgo o Düsseldorf imaginando Los proyectores, una historia que abarca desde la II Guerra Mundial a las guerras balcánicas de los noventa, pasando por las películas del Oeste sobre las populares novelas del alemán Karl May, que triunfaban en la RDA.
“La idea la tuve en 2008, durante un viaje en Croacia”, relata Meyer. “Un escritor y cronista de guerra, Edo Popovic, me llevó a los lugares donde rodaron en los años sesenta las extrañas películas germano-occidentales sobre Karl May. Reconocí los lugares de inmediato, porque en mi infancia yo era un fan absoluto de estas películas. El escritor me explicó que en este mismo lugar, donde rodaron las pelis, 30 años después habían estallado los primeros combates entre serbios y croatas. Ahí pensé: ‘Esto es material potente. Tengo que hacer algo. Con esto se puede hacer una gran novela sobre la poesía y la verdad, sobre las visiones, sobre el cine, sobre las guerras y sobre la locura de la Historia’. En 1941 los alemanes destruyen Yugoslavia. En 1962 vuelven para rodar películas. Y 30 años después se derrumba Yugoslavia y hay una guerra civil. ¡Y las huellas conducen hasta España! Franco acogió a Ante Pavelic”, el dictador croata.
Si hay algo específicamente germano-oriental en Meyer, puede que sea esta visión marginal y a la vez grandiosa y panorámica en el tiempo y el espacio: “Me ocupo de las grandes utopías del siglo XX. Por qué fracasó el socialismo y por qué no se pudo librar de Stalin. Tito lo hizo, pero tampoco funcionó. Me veo como alguien a quien la Historia le rozó de muy de cerca, en Leipzig en 1989. La Historia sucedió ahí, y esto es algo bastante particular”.
En un café de Leipzig, enfrente de la Nikolai-Kirche, la iglesia donde tocó Bach —esta mañana el organista interpreta Pedro y el lobo, de Prokofiev— y núcleo de la revolución pacífica de 1989, el germanista Dirk Oschmann rememora aquellos días. También a él la Historia le rozó. Era un estudiante inmerso en la lectura del Doktor Faustus, de Thomas Mann. Su atención se dividía entre las andanzas del músico Adrian Leverkühn y las noticias que llegaban por la tele. “Un libro alemán”, resume, “un libro que trata de la filosofía alemana, la miseria alemana, la larga historia alemana desde Lutero a Hitler y el papel de los románticos y el protestantismo y el arte. Todas estas cuestiones estaban presentes, indirectamente, en 1989. Y yo, claro, me pregunté: ‘¿Y ahora qué hago?”. Se marchó a Berlín en tren con su novia para vivir la Historia de cerca. Se hizo con los 100 marcos alemanes que la RFA repartía para los alemanes del Este y se los gastó en libros de bolsillo de la editorial Suhrkamp, muchos de ellos inencontrables en la RDA. “Me quedó claro que todo iba a cambiar radicalmente”, dice, “también para mí”.
Oschmann, ahora profesor de la literatura alemana moderna en Leipzig, publicó en 2023 Der Osten: eine westdeutsche Erfindung (El Este: un invento germano-occidental). Es un ensayo sobre la identidad germano-oriental y sobre cómo, cuando han pasado casi cuatro décadas después de la caída del Muro, sigue envuelta de connotaciones negativas y sigue definiéndose como una “desviación” de la norma, que sería la identidad “germano-occidental”.
Con la literatura del Este sucede que, de un lado, posee lo que Oschmann llama “un capital narrativo” único —la vida bajo la dictadura, la revolución de 1989, la dura reconversión de los años noventa—, una materia prima de la que carecen los autores del Oeste con sus vidas pequeñoburguesas y sin revoluciones ni tragedias ni actos heroicos. Del otro lado, el ensayista denuncia que a esta literatura se la ha encerrado desde el Oeste en un gueto para degradarla. Cuenta que autores como Christa Wolf que había obtenido los máximos reconocimiento en la Alemania Occidental antes de 1989, de repente se les puso la etiqueta de “kitsch sentimental y moralizante”, una literatura acomodaticia con el régimen. La revelación de los vínculos pasados de algunos de estos escritores con la Stasi, la siniestra policía secreta germano-oriental, culminó la tarea para socavar su reputación.
“El concepto de literatura de la RDA quedó dañado como algo que era algo del pasado”, resume Oschmann. “Y sigue dañando todavía la literatura de autores y autoras que vienen del Este”.
De vuelta a Berlín, la conversación prosigue en el despacho atiborrado de libros de Jenny Erpebeck, autora la novela del fin de la RDA y el inicio de los tiempos inciertos en la Alemania unida. Kairós relata la desintegración de un país por medio de la descomposición de la relación entre Hans, un intelectual afín al régimen, y la estudiante Katharina. “Todo se derrumbaba”, escribe Erpebeck en Kairós, y añade sobre el viejo Hans: “Durante los años nazis, numerosos escritores alemanes, desde Bertolt Brecht a Thomas Mann, abandonaron sus hogares. Ahora es al revés: su hogar le abandona a él sin que él vaya a ningún lugar”.
Cuando Oschmann lamentaba que el concepto literatura de la RDA siguiese usándose contra autores actuales, se refería a las críticas del historiador Ilko-Sascha Kowalczuc a Jenny Erpenbeck. En Freiheitsschock (El choque de la libertad), Kowalckuz, que como Erpenbeck creció en el Berlín Oriental, le recuerda a la autora de Kairós, y parece que le reproche, sus orígenes familiares. Sus abuelos Fritz Erpenbeck y Hedda Zinner, pertenecieron al círculo de comunistas alemanes exiliados en la URSS durante la II Guerra Mundial. Después de la guerra fueron élite intelectual del nuevo país. Kowalczuc sostiene que esto determina una visión más amable, por parte de la nieta, de aquel país desaparecido: “Para ella, 1989 no fue una fiesta de la libertad”.
“Cuando se critica, habría que conocer otros libros míos”, replica Erpenbeck. Durante la conversación, saca de los estantes un ejemplar de Selbstbefragung (Autoexamen), el libro que su abuela, Hedda Zinner, publicó en 1989, una visión crítica de los años en la Rusia estalinista. La vida de sus abuelos fue más compleja, viene a decir, que la imagen que da de ellos Kowalaczuc como unos “fanáticos comunistas”. Y, en todo caso, precisa: “Habría que admitir que estoy dos generaciones alejada de ellos”.
Kairós toca una fibra sensible, algo íntimo en la identidad de la Alemania moderna, porque atañe al significado de 1989. Una liberación, sí, y la democracia y la prosperidad y el bienestar en uno de los países más prósperos del planeta. Pero también las frustraciones, las experiencias traumáticas.
Erpenbeck saca más libros de los estantes. Libros sobre los años soviéticos, los años 30 de Fritz y Hedda. Volúmenes con fotografías de aquellos 90 en los que la ebriedad se mezclaba con el vértigo de lo desconocido. Fotografías como la de Sibylle Bergemann que ilustra este reportaje y estos días se expone en la galería C/O Berlín: Potsdamer Platz, 1990, la cometa que no se sabe si despegará o no, la tierra de nadie entre Este y Oeste, la icónica torre de comunicaciones al fondo. Un instante, una época.
En uno de los textos incluidos en el libro de ensayos Kein Roman (Ninguna novela), Erpenbeck escribe: “Si digo que, a pesar de todas las comodidades de las que disfruto hoy, todavía hay un rastro de tristeza que las ganancias no pueden borrar… ¿Puedes imaginarte que incluso en un país del que nunca se habla sin calificarlo de régimen canalla, alguien pudiese tener una infancia feliz?”.
A ella le gustaría pensar que sí, que pudo haber un país hoy desaparecido, hoy casi imaginario, donde fue posible ser feliz aunque resultase un fracaso. Le gustaría creer que hay otro modelo frente al “consumismo radical, al individualismo radical, al egoísmo radical”. ¿Cuál? “No lamento en absoluto la desaparición de la RDA tal como fue, y creo que nadie lo lamenta”, dice en su piso en Prenzlauer Berg. “Pero, ¿cómo decirlo? Creo que el duelo es por la posibilidad de algo distinto, de alternativas”.
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