Estamos en el verano del año 2001. Precisamente el 20 de julio. Mientras Roma enfrenta el calor agobiante de la temporada, en Génova, otra ciudad italiana, un grupo de activistas antiglobalización lleva a cabo una marcha de protesta. Allí, bajo la protección del entonces primer ministro Silvio Berlusconi, se lleva a cabo la reunión del G8, que representa la manifestación visible de la voraz y difusa entidad del capital internacional neoliberal, triunfante en la histórica lucha que concluyó con el (¿realmente?) fin de la Guerra Fría. Es un momento en el que el mundo, que ha experimentado tantos cambios en los últimos años, intenta establecerse bajo el control de ese siniestro poder. No obstante, como bien señala Francesco Pecoraro, autor de «Lo único que importa es el verano», en un futuro cercano ocurrirán cambios que alterarán la realidad, incluso aquellos eventos que creíamos superados, como las guerras de conquista. Este libro, presentado por diversas plataformas como «un gran autor» y «uno de los más originales de la literatura italiana contemporánea», inicia con estas reflexiones para adentrarnos en la historia y actualidad de una amistad entre los jóvenes romanos Enzo, Fillippo y Giacomo, ahora treintañeros, y su intrigante amiga Biba, abogada de moral sexual liberal. Biba mantiene una relación enredada, siendo novia de Giacomo, amante de Filippo (quien dirige un taller de bicicletas), y también tiene una conexión sexual con el tímido Enzo, un diseñador gráfico que destaca en el cunnilingus. En el contexto de un 20 de julio, Biba se embarca en un viaje cuyo destino desconocen sus amigos, quienes, identificados como GEF, escapan del caluroso Roma hacia la costa pontina para disfrutar de su particular interpretación del dolce far niente. En una especie de película de carretera que se extiende a lo largo del viaje y se enfoca en su estancia en la localidad (incluyendo cena y fiestas), los personajes comparten sus pensamientos sobre lo humano y lo divino, mientras reflejan sobre el estado de las carreteras y la urbanización del área, la existencia de Dios, la globalización y la decadencia de Europa. Sin embargo, siempre regresan a la cuestión más importante: el vacío al que se enfrentan en sus vidas, habiendo perdido muchos de los valores sociales, políticos e incluso existenciales que solían tener. La banalidad se presenta como una forma de vida de la cual muchos no son conscientes —o que no pueden o no desean dejar atrás. Así, hacia el final de la novela, Pecoraro introduce a Biba y revela el propósito de su jornada: Génova, donde, sin entender del todo las razones, se unirá a una manifestación antiglobalización. Este evento resultará en una experiencia traumática, al presenciar la represión más brutal que puede ejercer el poder. Biba sentirá en su rostro el miedo a la muerte y, como culminación, será testigo de la muerte histórica y real de Carlo Guiliani, quien recibe un disparo en la cara.
Estamos en el verano del año 2001. Precisamente el 20 de julio. Mientras Roma enfrenta el calor agobiante de la temporada, en Génova, otra ciudad italiana, un grupo de activistas antiglobalización lleva a cabo una marcha de protesta. Allí, bajo la protección del entonces primer ministro Silvio Berlusconi, se lleva a cabo la reunión del G8, que representa la manifestación visible de la voraz y difusa entidad del capital internacional neoliberal, triunfante en la histórica lucha que concluyó con el (¿realmente?) fin de la Guerra Fría. Es un momento en el que el mundo, que ha experimentado tantos cambios en los últimos años, intenta establecerse bajo el control de ese siniestro poder. No obstante, lo conoceremos, como también lo sabe Francesco Pecoraro, el escritor de «Lo único que importa es el verano», y nos lo señala: en un futuro cercano y lejano, habrá perturbaciones que lo modificarán, perturbaciones que continúan afectándonos incluso con aspectos que creíamos pertenecían al pasado, como los conflictos por la conquista. Algunas plataformas de venta y promoción presentan a Francesco Pecoraro como «un gran autor» y «uno de los más originales de la actual literatura italiana». Con estas referencias, el autor lanza su más reciente novela, «Lo único que importa es el verano», publicada por Periférica, que anteriormente lanzó «La vida en tiempo de paz» en 2018 y «La avenida» en 2021, esta última finalista del premio Campiello en 2019. La historia se centra en la amistad entre Enzo, Filippo y Giacomo, tres jóvenes romanos de la clase media que se conocen desde su época de estudiantes, ahora en sus treinta. La pieza clave de su vínculo es Biba, una abogada con una moral sexual bastante liberal, que es novia (en un sentido vago) de Giacomo, amante de Filippo (quien tiene un taller de reparación y venta de bicicletas, y tiene incluidas prácticas sadomasoquistas), y sexualmente dominante sobre el tímido Enzo, un diseñador gráfico e ilustrador considerado el mejor en la práctica del cunnilingus. El 20 de julio, mientras Biba inicia un viaje cuyo destino es desconocido para los demás, los tres amigos, conocidos por las iniciales GEF, escapan del caluroso Roma y se dirigen hacia la costa pontina para disfrutar de su tiempo libre a su manera: su interpretación contemporánea del dolce far niente.
Es el verano de 2001. Justamente el 20 de julio. Y mientras Roma sufre la intensidad bochornosa de la estación, una manifestación de militantes antiglobalización realiza una marcha de protesta en la también italiana ciudad de Génova. Allí, bajo el manto que les ofrece el entonces primer ministro Silvio Berlusconi, se reúne el G8, la cara visible de ese monstruo difuso pero tan voraz del capital internacional neoliberal, vencedor de la disputa histórica saldada con el fin (¿el fin?) de la Guerra Fría. Es un instante en que el mundo, tan cambiado en los años anteriores, pretende asentarse bajo el dominio de ese tenebroso poder. Sin embargo, ya lo sabremos, ya lo sabe y nos lo recuerda Francesco Pecoraro, el autor de Lo único que importa es el verano, en el horizonte inmediato y mediato ocurrirán convulsiones que lo alterarán, que lo siguen alterando incluso con lo que ya pensábamos que era cuestión del pasado, como las guerras de conquista.

Presentado por algunas plataformas de venta y promoción como “un gran autor”, “uno de los más originales de la actual literatura italiana”, Francesco Pecoraro abre con tales contextualizaciones su más reciente novela Lo único que importa es el verano (ahora publicada por Periférica, la casa que ya estampó La vida en tiempo de paz en el 2018 y La avenida en 2021, obra finalista del premio italiano Campiello de 2019) para luego introducirnos en la historia y presente de una amistad: la que desde los días románticos de estudio en el instituto se profesan los jóvenes romanos, pequeño burgueses y ahora treintañeros Enzo, Fillippo y Giacomo, y la aglutinadora, magnética Biba, abogada, con una moral sexual bastante laxa, pues es novia (más o menos) de Giacomo (el más reflexivo del grupo), a la vez amante, con prácticas sadomasoquistas incluidas, de Filippo (dueño de un taller de reparación y venta de bicicletas) y avasalladora sexual del más apocado Enzo (diseñador gráfico e ilustrador), su mejor practicante del cunnilingus.
Mientras ese 20 de julio Biba emprende un viaje del que los otros desconocen el destino, los tres amigos (identificados por una sigla: GEF) huyen de la hirviente Roma para acercarse a la costa pontina para gastar el tiempo como más les gusta hacer: su versión moderna del dolce far niente. En una especie de road movie que se alarga en las horas del viaje y luego acapara las de la estancia en la localidad (cena y fiesta incluidas), los personajes van deslizando sus opiniones sobre lo humano y lo divino, porque transitan desde el estado de las carreteras y el urbanismo de la zona hasta la existencia de Dios, pasando por la globalización y la decadencia europea, aunque siempre recalando en lo más trascendente: el vacío al que se están asomando sus vidas, perdidos muchos de los sentidos sociales, políticos y hasta existenciales, que alguna vez los adornaron. La banalidad como forma de existencia de la que no saben —o no pueden o no quieren— escapar.
Entonces, con un giro inesperado del transcurso argumental seguido, hacia el último tercio de la novela Pecoraro hace aparecer Biba y revela su destino de esa jornada: Génova, donde —sin saber muy bien por qué— participará en la manifestación antiglobalización, un evento que derivará en una experiencia traumática: la de ver con sus ojos la represión más brutal que puede ejercer el poder e, incluso, sentir en su rostro el vapor del miedo a morir y, como colofón, ser testigo de una muerte (histórica, real), la del joven Carlo Guiliani luego de recibir un disparo en el rostro. Una experiencia que, al parecer, va a cambiarle la vida.
Para conseguir una interiorización en los modos de entender la vida de estos cuatro personajes, el narrador de Pecoraro se mueve de uno a otro a veces sin marcar alguna ruptura en la continuidad pues entra y sale de una subjetividad para penetrar en otra. Así, a la vez que comenta sobre realidades circundantes concretas, entra en asuntos de actualidad política, económica, social, e incluso lingüística, como es el carácter del idioma italiano romano y de los dialectos de los grupos juveniles. Y lo hace en ocasiones con un discurso directo, de patente tono ensayístico.
Cuando Biba regresa, medio traumatizada, quizás cambiada tras su experiencia con la represión y la muerte, Pecoraro ya nos ha dicho que para sus personajes, “el presente escapa a su juicio; avanzan inseguros como por encima de una capa de hielo” hacia “un futuro imposible de planificar y difícil de gestionar (que) les fascina y por el que sienten rencor”, para casi al final de la novela rematar la reflexión que parece animar el sentido último de la obra cuando Biba les espeta: “Ahora mismo no existe una sola idea por la que merezca la pena correr el riesgo de que te maten… Creo que lo único que importa es vivir, porque si estás muerto estás muerto y punto… el mundo no notará tu ausencia y la gente utilizará tu muerte con fines políticos… lo malo es que al llegar el fin de semana esa gente se irá a la playa…”.
Lo único que importa es el verano se convierte así en una dolorosa introspección en el destino generacional de una hornada europea, primer mundista, privilegiada en muchos aspectos, que ha perdido sus nortes presentes y futuros, asediados por la perversa realidad de una época que parece proscribir las ideologías y, con ellas, las utopías que se propusieron la búsqueda de un mundo mejor y más justo. Comienzan los auges de las derechas que se van concretando en ese universo que ha alcanzado un notable nivel de bienestar, un tiempo en curso que también encuentra en GEF y Biba y en su incapacidad de comprometerse, el sustento que le hace crecer e, incluso fructificar.
Novela aleccionadora que, aun con los reparos estilísticos y argumentales que podría anotarle, revela una dolorosa y dramática realidad que se remite a un día de julio de 2001 pero que también transcurre, quizás con más potencia, en este verano de 2025. Nuestro presente.
EL PAÍS