En 2015 Juan Manuel Castro Prieto (1958) viajó hasta Solovki, una isla remota del Mar Blanco, apenas una mota en el planisferio. No es fácil llegar hasta allí. Sobre esa isla puso su dedo ciego Lenin cuando trataba de afianzar el proyecto humanista de la Unión Soviética, el Hombre Nuevo. Stalin lo perfeccionó hasta extremos virtuosos, si bien el mérito en acuñar el rótulo por el que se conoce el mayor logro del comunismo se lo debemos a Aleksandr Solzhenitsyn: Archipiélago Gulag. Solovki fue, según el escritor ruso, «la madre del Gulag», acrónimo ruso de la Organización de los campos de trabajos forzados. Castro Prieto, inmerso en su proyecto de fotografiar la memoria a gran y pequeña escala, se llevó consigo en ese viaje, como ayudante, a Rafael Trapiello (1980).. Regresaron a Solovki al año siguiente y en 2019 expusieron en el Centro de Arte de Alcobendas, desde hace años la Meca de la fotografía española, el fruto de aquel trabajo, que firmaron al alimón. Expo y libro (con un texto de Muñoz Molina) se recuerdan como uno de los hitos de la fotografía reciente en España.. Seis años después ha vuelto RTrapiello, esta vez en solitario, al mismo Centro de Alcobendas con Un feliz desorden del tiempo, una «obra en marcha» que…. En este punto me he acordado del historiador don Ramón Carande. Cuando le tocó presentar al escritor Bernardo Víctor Carande señaló de una manera muy simpática: «Como resulta que ese hombre es un hijo mío, pues claro, tengo ciertos vetos que me impongo».. Debería uno imponérselos también, pero este trabajo trasciende los personalismos. Le sucede lo que a Solovki, cuando el maestro Castro y su discípulo Rafael decidieron borrar de sus fotos al autor material de cada una de ellas.. «Frente a los nacionalismos, aquello que nos es común. Ruinas griegas y romanas, romántica mirada a las trazas del tiempo que se resisten a desaparecer». Durante estos años RTrapiello ha viajado por Grecia, Italia, España y Marruecos (y seguirá haciéndolo por los países que abrazan al Mediterráneo), tras las huellas y vestigios del mundo clásico. Frente a los nacionalismos e identidades pequeñitas, aquello que nos es común. Ruinas griegas y romanas, su estatuaria, templos y mezquitas, y, claro, las trazas del tiempo que se resisten a desaparecer. Se diría un viaje romántico al pasado (y cuánto tienen sus fotos de homenaje a los pioneros de la fotografía; y que las fotos no declaren su procedencia, subraya su naturaleza temporal y espacial compartida: un presente absoluto).. Lo primero que salta a la vista en ellas es una paradoja: frente a WBenjamin, para quien la reproducción mecánica acaba con el aura, las fotografías de Rafael la afirman con mayor fuerza de la que supuso el filósofo alemán que tenía la fotografía. todas sus fotos son obras únicas, auráticas. Tiene que ver precisamente con la técnica, que en este caso hace ociosa cualquier reproducción.. El soporte (del tamaño, más o menos, de una vieja postal) no es la tradicional cartulina, sino un espejo al que se traspasa la imagen en blanco y negro en un proceso artesanal más o menos sofisticado (en Instagram lo han visto miles de seguidores; vale la pena asomarse). Lo que en el papel se apaga y muere, aquí cobra vida gracias a los dos principales aliados de estas fotos. Lo dice muy bien Carmen Dalmau, comisaria de la expo, en un texto precioso: la luz y el silencio. La luz natural que se refleja en las fotos saca la propia de ese soporte, espejándose en nosotros su pequeño/gran fulgor. Y el silencio de cada una de sus imágenes nos acerca al que cada uno lleva dentro de sí, recordándonos que el silencio es lo que cada cual conserva de lo sagrado.. Resulta difícil de expresar la emoción tan grande que despiertan esas fotos… A mí al menos me lo resulta. Parecen algo mágico (la fotografía es magia o no es), y todo acaba siendo sencillo, el tema, sus humildes formatos, cada imagen. En todas las fotos predomina «la voz apagada». Dalmau lo dice con palabras de Goethe: «Los antiguos fueron grandes en lo natural». La naturalidad suele hablar en voz baja. Y la puerta hacia la verdad y la belleza, por seguir con el romántico por antonomasia, solo puede ser la naturalidad. Rafael nos la ha abierto a cada uno de nosotros en esas fotos, tantas de ellas (¡vetos fuera!) bellísimas y verdaderas, o sea muy misteriosas.
La Lectura // elmundo
Rafael Trapiello expone en el Centro de Arte de Alcobendas el resultado de seis años de viajes mediterráneos tras las huellas y vestigios del mundo clásico. Fotografías bellísimas, verdaderas y muy misteriosas Leer
Rafael Trapiello expone en el Centro de Arte de Alcobendas el resultado de seis años de viajes mediterráneos tras las huellas y vestigios del mundo clásico. Fotografías bellísimas, verdaderas y muy misteriosas Leer