El 1 de octubre de 1975, cincuenta días antes de morir, Francisco Franco dio su último discurso al pueblo español. Ante una multitud congregada en la Plaza de Oriente de Madrid, el Generalísimo respondió a los ataques internacionales contra su régimen agonizante: «Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece».. La fijación del dictador con los masones fue una constante desde su llegada al poder. En solitario o en alianza con alguna otra fuerza (especialmente reiterativa fue su mención al «enemigo judeo-masónico»), los miembros de la Orden representaron la encarnación del Mal para el régimen surgido del golpe de Estado contra la República en 1936. Pero ni siquiera en esto fue Franco original: su animadversión por las logias sólo respondía a un sentimiento muy extendido hacia las fraternidades de hombres que florecieron por Europa y América entre los siglos XVIII y XX en pos de un mundo más justo y unido.. Las sospechas sobre sus intenciones dieron lugar a numerosas teorías de la conspiración que asociaron la masonería al satanismo y al manejo de los hilos que mueven el mundo. Una conspiranoia que aún hoy es perceptible: ante las imágenes del cadáver del Papa Francisco en una de las capillas de la iglesia vaticana de Santa Ana, por las redes sociales se extendió un mensaje de alerta al ver la arquitectura del espacio, con abundancia de triángulos. Aquello confirmaría la sospecha, denunciaban algunas voces fuera de sí: el papa recién fallecido era, efectivamente, masón.. La proliferación de las teorías conspirativas en nuestros días ha vuelto a convertir la masonería en uno de los blancos favoritos de las especulaciones más disparatadas. Entre la fascinación por el secretismo o su ritualidad simbólica (mandiles, mazos, numerología) y la paranoia, lo masónico todavía sigue presente, a pesar del cada vez menor número de sus miembros. Por eso, el historiador Francisco Martínez Hoyos se ha propuesto desmontar fantasías y aportar datos históricos en su libro ‘¿Secta maléfica o trinchera de la razón? La masonería en España’ (Cátedra). Lejos de ser un ente monolítico y todopoderoso, su complejidad y su debilidad frente a los ataques recibidos a lo largo de tres siglos lo sitúan en un lugar muy lejano del mito.. El punto de partida es claro: la masonería no es la villana de las pesadillas ultraconservadoras, pero tampoco la heroína de los relatos progresistas. «Es un tema complicado porque hay visiones conspirativas sobre la masonería para dar y vender. Se dicen cosas absurdas, así que con mi libro he intentado huir del sensacionalismo, de las teorías fáciles y ver lo que podía demostrar», explica. Su objetivo es devolver a la historia «el sentido común», un desafío nada menor en un contexto donde tanto masones como antimasones comparten, sorprendentemente, una premisa común: la idea de que la Orden ha sido un actor decisivo en el transcurso de la historia. «Me ha sorprendido que la visión de la historia de ambos es en el fondo la misma: la masonería como un grupo que ha estado ahí y que ha resultado determinante. Lo único que cambia es el juicio de valor. Mientras unos dicen que ha sido malo, los otros dicen que ha sido bueno. Pero los datos muestran que, siendo un colectivo importante, no ha tenido ni de lejos la influencia que se le atribuye».. Este hallazgo es uno de los pilares que sustentan el libro. Martínez Hoyos pretende desmantelar la noción de una masonería omnipotente, mostrando que su impacto en la política y la sociedad españolas ha sido mucho más limitado de lo que sugieren tanto sus defensores como sus detractores. Lejos de ser una entidad agrupada en un núcleo que mueve los hilos en la sombra, la masonería en España se ha caracterizado por su fragmentación en diversas agrupaciones. «No hay una masonería centralizada, hay diversas obediencias, y estas obediencias están enfrentadas entre sí», subraya el autor. Esta pluralidad interna, combinada con la primacía de las lealtades políticas sobre las masónicas, desmonta el mito de una organización conspirativa. «Esto se ve cuando hay doble militancia. Por ejemplo, los dirigentes socialistas de la época de la Segunda República, cuando tuvieron que elegir entre ser fieles a la masonería o al partido, por lo general, escogieron el partido», añade Martínez Hoyos.. Otro de los aspectos más destacados es la existencia de una antimasonería de izquierdas que desafía la percepción común de que el rechazo a la masonería es exclusivo del conservadurismo. «Al principio de mi investigación identificaba la postura antimasónica con la derecha, pero he visto que dentro de la izquierda obrera, como el socialismo o el comunismo, hay un sector profundamente antimasónico, que considera que los masones son burgueses, con intereses de clase determinados que van contra la revolución obrera».. Para Trotski constituía «una parte no oficial, pero extremadamente importante, del régimen burgués», lo cual justificaba que en el IV Congreso de la III Internacional se declarase incompatible ser masón y dirigente comunista. En términos similares se manifestó Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’ al señalar a los responsables de la rendición del frente republicano ante los sublevados en la contienda que desangró España entre 1936 y 1939: «En el bloque de los capituladores, la masonería jugaba un papel de primer orden, tanto desde el punto de vista político como organizativo. Ella era uno de los canales por donde penetraban en España las corrientes y los dictados de capitulación».. Sin embargo, Martínez Hoyos matiza que no todos los socialistas, comunistas o anarquistas fueron antimasones. La doble militancia, aunque no exenta de conflictos, también fue una realidad. Este enfoque matizado se extiende a otros ámbitos, como la literatura, donde el autor destaca la sorprendente crítica de Benito Pérez Galdós hacia la masonería: «Un escritor con una mentalidad aperturista, liberal y progresista hace una crítica a la masonería auténticamente feroz, presentándola como algo ridículo».. El aura de misterio que rodea a la masonería es, sin duda, uno de los factores que alimentan las teorías conspirativas. «Se ha hecho mucho sensacionalismo con esto», dice el autor. «Los masones hoy dirán que son discretos, pero no secretos. En el siglo XIX hubo numerosas revistas y publicaciones que están ahí, que no eran clandestinas. Las puedo leer yo, y las podría leer cualquiera», argumenta. Sólo en contextos de persecución, como durante dictaduras o regímenes absolutistas, la masonería recurrió al secretismo, pero esto no resultaba exclusivo de las logias, sino una práctica común entre cualquier grupo perseguido.. El libro también aborda el papel de las liturgias, un aspecto que fascina a detractores, como los obsesionados con los triángulos sobre el féretro papal. «Es absurdo. La Iglesia Católica ha sido profundamente antimasónica desde el siglo XVIII hasta hoy. Las condenas se han sucedido una detrás de otra, incluso en la Iglesia actual, pues ese antimasonismo no se ha superado del todo. Pensar que el papa es masón es tan estúpido como pensar que es comunista». Martínez Hoyos sitúa su importancia en un contexto más amplio de la condición humana. «El hombre es un animal simbólico y el símbolo nos conecta con una realidad trascendente. Pero de ahí a plantear teorías conspirativas o ver a la masonería manejando hilos, hay un abismo».. La masonería no es diferente de otras instituciones, como la Iglesia Católica, que también usa rituales para estructurar sus prácticas y conectar con lo fundamental. A pesar del supuesto antagonismo, hay más puntos en común entre la Cristiandad y la Hermandad: «No hay una masonería, sino varias. Unas creen en el Gran Arquitecto del universo y otras son más laicas. Pero en el mismo cristianismo, por ejemplo, no es lo mismo un defensor de las cruzadas o de la inquisición que un teólogo de la liberación o de cristianos por el socialismo. Cualquier colectivo humano es plural y tiene formas de enfocar una doctrina desde puntos de vista más abiertos o cerrados».. En España, la percepción de la masonería no puede entenderse sin volver una y otra vez a Franco. «Pero su pensamiento no es original y se remonta a tiempos remotos», señala Martínez Hoyos. Desde la Revolución Francesa, pensadores reaccionarios como Barruel señalaron a los masones como responsables de los males de la modernidad, una narrativa que Franco adoptó con entusiasmo. En su visión, la masonería era el culpable perfecto para explicar la «decadencia» de España, desde la pérdida del imperio (su relato señalaba que la emancipación de las colonias americanas a cargo de Simón Bolívar habría sido obra de los francmasones criollos) hasta la llegada de la Segunda República. «Desde ese punto de vista conspirativo, el mito masón es funcional porque presenta un chivo expiatorio al que culpar de todo y eso te excluye de hacer autocrítica», explica el autor.. Martínez Hoyos destaca un curioso paralelismo: mientras los antimasones ven a la masonería como la madre de todas las conspiraciones, algunos masones han alimentado su propio conspiracionismo, señalando a los jesuitas como una fuerza maligna. «Llama la atención que se den los mismos prejuicios, pero vistos desde otra perspectiva»,. En el libro se recoge la virulencia de la purga franquista contra los masones: aunque antes de la Guerra Civil llegó a contar con unas 5.000 integrantes de la Orden, tras el final de conflicto el régimen inició expedientes condenatorios contra unas 80.000 personas. La paranoia llegó al punto de que el General Yagüe, apoyo fundamental de Franco durante la guerra, acusó al Caudillo de estar manejado por la organización e, incluso, de ser él mismo masón.. Comparada con la masonería anglosajona, que tiende a ser más apolítica, o la latina, más politizada, la masonería española presenta características propias, marcadas por el contexto de un país donde el catolicismo ha sido históricamente dominante. «En EEUU o Inglaterra, naciones democráticas con separación Iglesia-Estado, ser masón era algo normal. Aquí, aunque tuviéramos a gente como Sagasta o Prim, el peso de un catolicismo ultramontano hacía que ser masón se viera como algo sospechoso», explica Martínez Hoyos.. Hoy la masonería en España es un fenómeno minoritario, aún lastrado por décadas de hostigamiento y por los prejuicios que persisten en la sociedad. «Hay diversas obediencias de carácter menor porque los años de persecución franquista no se han podido erradicar así como así», afirma el autor. La idea de que los masones se ayudan entre sí para «medrar» sigue alimentando suspicacias, aunque Martínez Hoyos insiste en que la mayoría de sus componentes tratan de encontrar una ruta que dote de sentido su existencia, no ventajas materiales. «Son gente honesta que busca un camino espiritual a su modo», dice.. Otro capítulo del libro está dedicado a las mujeres en la masonería, un tema que revela tanto los límites como los avances de este movimiento. Inicialmente, fue un espacio marcadamente masculino, y cuando las mujeres fueron admitidas, lo hicieron en «logias de adopción» subordinadas. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, algunas mujeres encontraron en la masonería un espacio para reclamar igualdad, tanto frente a la sociedad patriarcal como en la propia organización. «Hay mujeres que encuentran en ella un espacio para reivindicar sus derechos, en un doble sentido: respecto a una sociedad machista y dentro de la propia masonería», destaca Martínez Hoyos. Gracias a estas luchas, la masonería española se abrió progresivamente, y hoy existen logias femeninas, masculinas y mixtas.. En un mundo marcado por la incertidumbre, descrito por el filósofo Zygmunt Bauman como una «sociedad líquida», las ideas masónicas podrían ofrecer ciertas claves para orientarse en un terreno que se deshace bajo nuestros pies.. Martínez Hoyos destaca dos valores fundamentales: el libre pensamiento y la tolerancia. «Tolerancia porque admiten a gente de diversas ideologías, y eso resulta muy positivo. Igual que el libre pensamiento, el buscar la verdad sin prejuicios ideológicos, en un mundo polarizado como el nuestro donde ideologías enfrentadas se dicen cosas terribles, esos valores no requieren ser masón -yo no lo soy- para que sean vistos con simpatía», concluye.
La Lectura // elmundo
Si algo pone de acuerdo a masones y antimasones es la importancia de la Orden en la historia de España. Pero, según el nuevo libro de Francisco Martínez Hoyos, ambos bandos se equivocan. «Aunque son un colectivo importante, no ha tenido ni de lejos la influencia que siempre se le atribuye». Leer
Si algo pone de acuerdo a masones y antimasones es la importancia de la Orden en la historia de España. Pero, según el nuevo libro de Francisco Martínez Hoyos, ambos bandos se equivocan. «Aunque son un colectivo importante, no ha tenido ni de lejos la influencia que siempre se le atribuye». Leer