Los principios del siglo XX en San Petersburgo hacen pensar en el íncipit de Historia de dos ciudades, la novela que retrata los albores de la Revolución francesa. Para la capital del Imperio ruso, tras la ola de agitaciones de 1905, era también el mejor y el peor de los tiempos: una era de creencias y suspicacia, una primavera de esperanza y un invierno de desesperación. Con una cruenta guerra civil gestándose en el horizonte, hambrunas y represión, no menos ciertas eran las palabras de Dickens: íbamos camino al cielo y nos desviamos hacia el infierno.. Traducción de Alejandro Ariel González. Libros del Asteroide. 272 páginas. 20,95 € Ebook: 10,99 €Puedes comprarlo aquí.. En medio de este panorama sombrío, Rusia buscaba desahogo en el humor. Periódicos, revistas, teatros y editoriales competían por las plumas más afiladas de la sátira y la comedia. En este contexto emergió, casi como de la nada, una figura singular: Nadezhda Lójvitskaia (San Petersburgo, 1872 -París, 1952). Bajo el seudónimo de Teffi, se convirtió, desde dos prominentes cabeceras, en una de las autoras más leídas por todo el espectro ideológico, desde Nicolás II hasta Lenin.. Tras algunos tanteos iniciales con poco éxito en la lírica, Teffi brilló en el relato, el folletín y el teatro, con una influencia evidente de Chéjov. Su nombre de pluma, que ella misma admitió que sonaba a nombre de perro, era parte esencial de su personaje: se lo robó a un «tonto», de nombre Stepán, al que llamaban Steffi. Lo último que quería era esconderse detrás de un nombre masculino para publicar: «Necesito un nombre que me aporte felicidad. Lo mejor sería el nombre de algún tonto, ¡los tontos siempre son felices!».. Teffi abrazó la revolución, pero no a los bolcheviques, y cuando estos tomaron el poder y «liquidaron» los medios donde colaboraba, Teffi se exilió en Francia. Su periplo la llevó a través de Kyiv, Odesa, Crimea y Constantinopla, hasta alcanzar su destino final, donde rápidamente reconectó con su público entre la comunidad de emigrados rusos, que formaban una especie de «pequeña ciudad» (o gorodok, título también de uno de sus libros de relatos) dentro de la sociedad de acogida.. Teffi en 1915 trabajando como enfermera durante la IGM.Heritage Images. Las escasísimas publicaciones de Teffi en español podrían atribuirse a su propia actitud de no tomarse demasiado en serio a sí misma. Sin embargo, su crónica «sobre el involuntario viaje de la autora por toda Rusia junto con millones de personas semejantes a ella», publicada por entregas en París, rivaliza en calidad con los testimonios de Tsvietáieva y Bunin. Una reseña de 1931 describe su estilo con acierto: «Hay escritores que enturbian sus propias aguas para que parezcan más profundas. Teffi es todo lo contrario: el agua es totalmente transparente, pero el fondo apenas se ve».. Esta aparente claridad disimula un humor insolente, una agudeza analítica y una gran precisión expresiva. ¿Cómo logra una escritora cómica retratar un mundo que ha dejado de ser divertido? Manteniéndose fiel a sí misma y recordando que «vivir en un chiste no es algo alegre, sino más bien trágico». Serguéi Dovlátov afirmaba que un escritor puede prescindir del sentido del humor (como ilustra Guerra y paz, carente en su propósito de comicidad), pero que para crear una obra maestra es imprescindible el sentido del drama. Y ponía a Teffi como ejemplo.. En estas Memorias, demuestra precisamente eso: treinta y una viñetas donde la protagonista no es ella, sino una multitud de «personas sencillas y ahistóricas» presas del caos y la ansiedad huyendo hacia el sur, a través de Ucrania, «rodando hacia abajo por el mapa», un paso por delante de los bolcheviques, incapaces de concebir que no hay retorno posible.. «A los escritores suelen reprocharles que una novela tenga un final deslucido, abrupto», se lamenta Teffi. En este caso, es una tierra que «por los siglos de los siglos veré cómo se aleja de mí». Nadie puede alterar los finales de la Historia. Ni siquiera un escritor, que solo puede reimaginarlos.
La Lectura // elmundo
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