Una hormiga sobre la tierra del parque infantil: la machacarás de un pisotón, y desaparecerá conforme avances. Lo nombrarás con el tiempo: la muerte. También a ti te ocurrirá, pero todavía vives, y te aburres en una sala de espera del hospital. Detallaste un síntoma en el ambulatorio y te derivaron a la especialista número uno, que te derivó al especialista número dos, que necesitaba varias pruebas. Escuchas tu nombre: abres la puerta de la consulta, el especialista número dos recita los informes mientras la cierras, usa términos que desconoces, más pruebas para confirmar o descartar. Enumera -tú de pie, con el abrigo abrochado y la mochila a la espalda, atendiendo al monólogo- los mostradores a los que dirigirte, y en qué orden. Agradeces la información, y te despides mientras grita los apellidos de la paciente de después. Frente al ascensor, te das cuenta de que no has entendido nada. El especialista número dos ha declamado la información, te la ha impreso, mucha esdrújula que desconoces cómo interpretar: algo no marcha bien. Bajas dos plantas, subes seis plantas, cambias turnos por volantes, recibes un mensaje: qué te han dicho. No lo sabes, así que no contestas. Por fin te sientas junto a una máquina expendedora, y rescatas los informes, y buscas en internet un término, y otro, y otro, y los conectas igual que en el juego infantil: une los puntos, obtén tu silueta blanca sobre la oscuridad.. Una palabra remite a una enfermedad, y otras dos a otra, y etcétera, así hasta la última línea: te vas a morir. En un par de horas aguarda la especialista número uno, y los pasillos y la cafetería huelen a tu carne que se pudre. Sales del edificio hacia la cafetería de enfrente, evitas a los pacientes que recuperan fuerzas tras sus analíticas, continúas hasta la hamburguesería en la glorieta, vacía por la hora. Te sientas en la segunda planta, junto a la cristalera desde la que ves los jardines del hospital, las consultas del hospital, el hospital, la urnita que guarda el polvo en el que te convertirás, y respondes al mensaje con una llamada de teléfono. Lo anuncias: me voy a morir. Pero cómo va a ser eso, reaccionan, e inventarías las dolencias terribles que te ha revelado la web de una clínica en Minnesota: al fin y al cabo, coinciden con las palabras que escribieron los técnicos. Lloras con tu teléfono en una mano y tu café en la otra, y en la mesa del fondo -ocultándose del ventanal- se besuquea una pareja adolescente, se han saltado las clases, comparten un helado de un euro, festejan la inmortalidad. Eros y Tánatos, pensarás al revisar esto. Pero entonces: me voy a morir.. «Lloras con tu teléfono en una mano y tu café en la otra, y en la mesa del fondo, una pareja se besuquea y festejan la inmortalidad». Te vas a morir. Y si no te mueres, según la página de la clínica de Minnesota, tu vida se complicará: la enfermedad acelerará el proceso de degradación, todo dolerá más hasta que acabe. Piensas en tu familia. Piensas en tus amigos. Piensas en las esdrújulas. En los trámites: el testamento vital y el testamento legal. El sorbito al café. El chico de la pareja pregunta: ¿está llorando la pava esa? Supones que la chica gesticula, pero no lo percibes, porque habitas al mismo tiempo ya en la vida y en la muerte: si el limbo existe, debe parecerse mucho a la segunda planta de la hamburguesería en la glorieta del hospital. Tu futuro cadáver arroja el vasito a la papelera, casi deshace la ruta: no sube a las últimas plantas del bloque principal, sino que desciende -simbolismo- al sótano del extremo. Un cartel lo desea: ¡te mereces un día feliz! Escuchas tu nombre, otra vez, y la especialista número uno te recibe: pero qué mala cara, qué te pasa. Lloras: me voy a morir. Describes la experiencia en la consulta anterior, página por página señalas un término y cuentas qué encontraste. Vamos a ver, te consuela mientras repasa con delicadeza, se gira a consultar las imágenes en el monitor, te dice caaaaaalma, te dice ajá. Traduce a fabulillas las esdrújulas. Concluye: bueno no es, pero tan malo tampoco. Puntualiza. Explica. Explica mucho.. Recurre a ejemplos. Todo cobra sentido. Luego las pruebas, el diagnóstico, la medicación y las revisiones semestrales, y no te has muerto, al menos todavía.. La muerte, la vida, lo que nos conduce a una y lo que acaba con otra, lo que las vincula: casi siempre rondamos este asunto. Pero también el lenguaje: las palabras. La manera en la que las usamos. Cómo las palabras exactas, las que guardan mayor fidelidad a su significado, no siempre coinciden con las palabras adecuadas, con las que exigen un tono distinto según el contexto y la intención. La terminología médica garantiza precisión y rigor para quien la maneja de forma habitual: sirve para la comunicación interna o una presentación de gremio. Pero también remueve el desconcierto y la vulnerabilidad de quien necesita una razón para ese dolor que no se calma, para esa función que no se cumple como antes. Morirte, morirás: pronto o tarde, en un atropello antes de que este artículo se imprima, durante una siesta plácida en tres o cuatro décadas. Cuando toque.
La Lectura // elmundo
Te vas a morir. Y si no te mueres, tu vida se complicará: la enfermedad acelerará el proceso de degradación, todo dolerá más hasta que acabe Leer
Te vas a morir. Y si no te mueres, tu vida se complicará: la enfermedad acelerará el proceso de degradación, todo dolerá más hasta que acabe Leer