Cuando cumplió 65 años, el escritor inglés -medio escocés, y que pasó la guerra en Canadá al cuidado de sus abuelos paternos- Simon Gray (1936-2008) decidió empezar un diario, sin fechas, aunque sí hay divisiones por entradas señaladas con un título. Primero fue Diarios de un fumador (2004), al que siguieron The year of the jouncer (2006), The last cigarette (2008) y Coda (2008). En total suman unas mil páginas.. La editorial Gatopardo publica el primero de los volúmenes, con traducción de Álex Gilbert, que se abre precisamente en el 65 cumpleaños de Gray: «A partir de mañana tengo derecho a varias prestaciones, o eso tengo entendido: una pensión estatal de tantas libras a la semana, viajes gratuitos en transporte público, tarifas reducidas en los ferrocarriles. Supongo que también tengo derecho a otras prestaciones secundarias».. Traducción de Álex Gibert. Gatopardo. 304 páginas. 21,95 €. Puedes comprarlo aquí.. Esas otras prestaciones no están tan garantizadas como las estatales: espera que ser oficialmente viejo le dé derecho «a una atención respetuosa cuando hablo, al auxilio infalible cuando tropiezo o me tambaleo, a la vista gorda de mis semejantes cada vez que hago todo eso que de un tiempo a esta parte acostumbro a hacer con más frecuencia, aunque me esfuerzo por mantener en secreto: eructar, tirarme pedos, babear y resoplar».. Gray deja fluir su escritura y vuelca lo que le va viniendo al hilo de la escritura, desde recuerdos de infancia a otros más recientes: adulterios propios y ajenos, trabajo -visitas a festivales, por ejemplo-, ausencia de trabajo, encuentros y desencuentros -muchas veces provocados por su propia torpeza-. La muerte y la enfermedad planean todo el rato: se acuerda de sus padres y sus muertes -también de sus vidas, claro-, está reciente la muerte de su amigo, el poeta y crítico Ian Hamilton. La enfermedad se hace presente en Harold Pinter, amigo y compañero de Gray, y se siente como una amenaza constante en Gray, que padece una actualización de la culpa del superviviente: su madre murió de cáncer antes de los sesenta; su hermano diez años menor murió, ¡y él, fumador empedernido, sigue vivito y coleando!. Dejó el alcohol, dejó las infidelidades, bebe cocacola light y nada en el mar en sus vacaciones en Barbados («poseo los instintos de una marsopa, pero ni un ápice de su gracia»). Allí se arrepiente de la selección de libros que hizo de manera apresurada y pide a una amiga que le mande una antología cualquiera. Le llega el Oxford Book of English Verse, en edición de Christopher Ricks, del que comenta: «hay menos Auden de lo habitual, aunque sigue habiendo demasiado».. Diarios de un fumador es un libro divertidísimo, se mete sin miedo -y a veces parece que sin conciencia ni rumbo- en asuntos hondos y situaciones comprometidas; la risa ilumina los rincones y es un modo de acercarse también a sucesos desagradables de los que no resulta fácil hablar. Gray no tiene reparos en poner el cuerpo y la actitud en favor de la carcajada. Comparte festival David Lodge, cuya cola de admiradores es impresionante. «Pero yo le aventajaba en que pude largarme a los pocos minutos, y en unos minutos más Victoria y yo estábamos en el hotel», escribe.
La Lectura // elmundo
‘Diarios de un fumador’, divertidísimo primer volumen de los cuatro de su tetralogía memorialística se mete sin miedo a través de la risa en asuntos hondos y situaciones comprometidas Leer
‘Diarios de un fumador’, divertidísimo primer volumen de los cuatro de su tetralogía memorialística se mete sin miedo a través de la risa en asuntos hondos y situaciones comprometidas Leer