“El amor es amor cuando el amor muere. Lo sé porque, recuperando sus aprendizajes de la mística, la filósofa María Zambrano dijo que ‘amor sin distancia no sería amor’, y porque, en esa misma línea, Simone Weil aseguró que «amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama”. El amor es amor cuando el amor muere, sí. O lo que es lo mismo: la mayor distancia posible entre los cuerpos que se aman es la muerte, el gran final”, dice Luna Miguel en el prólogo de la edición de Recuerdo…, probablemente, la obra más famosa de la poeta, novelista, dramaturga, traductora y editora estadounidense Natalie Clifford Barney, que ha publicado recientemente la editorial Tránsito. Un prólogo que la misma Miguel titula Elogio de los amores muertos.. Porque, como también dice la poeta, escritora, periodista y editora española, precisamente el libro va de eso: del elogio de los amores muertos. De todas las fases por las que puede pasar un amor. El deseo, el enamoramiento, la pérdida, la soledad, el sueño, las luchas juntas, solas y la una contra la otra, la celosía, la esperanza, la voluntad de supervivencia ante el término de ese amor que muere y no muere, el recuerdo y la memoria.. Dividido en seis partes, Recuerdo, El encuentro, La ausencia, Interludio. Tres sueños a través de la noche, El retorno y Nocturnos, el libro, una suerte de poema en prosa, es un apasionado testimonio del amor entre dos mujeres en la belle époque: Natalie C. Barney y la poeta Renée Vivien. Barney, nacida en Dayton (Ohio) en 1876, fue toda una inspiración para numerosas mujeres artistas de su tiempo. Expulsada de Estados Unidos por su adinerada familia, debido a su comportamiento indecoroso y a sus aires lesbianos, llegó a París en 1900. Era finales de la belle époque, una época impregnada de convenciones y en la que a las mujeres no se les dejaba ningún papel protagonista en ningún círculo intelectual ni en nada que tuviera que ver con la cultura, más allá de ser las musas de tal o cual. Nueve años después de su llegada a la capital francesa, creó un salón literario que condujo hasta 1969 y fundó L´Académie des Femmes para impulsar la escritura de todas aquellas mujeres que querían algo más de la vida que aquello que por época y circunstancias personales les había tocado. La libertad creativa que el dinero de Barney ofrecía a este grupo de mujeres se convirtió también en libertad sexual y de experimentación, de exploración de los límites entre amor, sexo, lectura, escritura, cuerpo y pensamiento. Barney terminó convirtiéndose en una leyenda en Francia por su papel clave en la creación de los círculos intelectuales de mujeres, por declararse abiertamente lesbiana y escribir sobre lesbianismo, y, en ese contexto, escribió esta hermosa obra que le dedicó a su gran amor, como escribió en su dedicataria: “A la autora de Ceniza y polvo, estas cenizas y este polvo”.. Retomando las palabras de Luna Miguel, Recuerdo… “es un libro de ideas, trazadas a veces como aforismos, otras como poemas y otras como pequeñas historias entre tiernas y vengativas, que surgen del amorío de Natalie C. Barney con la poeta Renée Vivien”. Viajaron a Lesbos juntas, frecuentaron los malos barrios parisinos, compartieron amor, pasión, deseo y sexo, pero también celos, peleas y sufrimiento (pues mientras Barney detestaba la monogamia, Vivien quería a la estadounidense para sí sola), placer y dolor, amaron la vida juntas y también juntas dejaron de soportarla. Quizá, este fuera uno de los motivos (o el motivo) por los que Vivien, cuando ambas escritoras ya habían dejado de ser amantes, perdió la vida -hay quien dice que “se dejó ir”- en 1909, dejando una herida irreparable en Barney.. La autora escribió este libro años antes de la muerte de Vivien (concretamente, en 1904), en una de sus múltiples rupturas con voluntad de recuperarla. Pero sabiendo el trágico desenlace, no es extraño que, la obra leída hoy, adquiera ciertos tintes necrófilos y adivinatorios. Al fin y al cabo, es un libro que habla del amor más allá de la muerte (física o sentimental), de lo que está a punto de romperse, pero todavía no, de lo que cuando muera seguirá en nosotros, de los fantasmas y el pasado que nos habita. Y es ahí donde la escritora logra conmover en lo más hondo con versos bellísimos y desgarradores como “Caminantes que regresáis de las noches lejanas, hay retornos más tristes que todas las partidas”, “(…), no haber conocido el olvido, que es la única soledad verdadera” o “Tengo dentro de mí un recuerdo que no es vuestro recuerdo, y esa a la que yo he conocido es la que vosotras nunca conoceréis”.. Pocos meses después de que Barney terminara el libro, la pareja volvió de nuevo viajando a Grecia para seguir los pasos de Safo, en una aventura que María Mercè Marçal transformó en ficción en La pasión, según Renée Vivien. Pero como también dice Luna Miguel, “que dos personas se amen no es sinónimo de que deseen las mismas formas de vida”. Las escritoras no tardaron en volver a separarse, la salud mental y física de Vivien quedó dañada para siempre, hasta que finalmente, “se dejó ir”. Barney había dejado de querer a Vivien cuando su corazón aún latía, pero como suele suceder en las historias de amor que nunca terminan, volvió a quererla como nunca cuando su corazón se detuvo. “El amor es amor cuando el amor muere”. Recuerdo… se lee entonces como el testimonio de un luto, pero también como una eterna declaración de amor, pasión y esperanza. También como una celebración visceral y extraordinariamente moderna (fue publicada de forma anónima en 1910) del amor entre dos mujeres, una oda al amor y al deseo libre, a la naturaleza y al cuerpo de la mujer amada, una valiente y bella fuente de inspiración para toda la literatura sáfica.. Al final del prólogo, cita Luna Miguel el conocido poema que Idea Vilariño le dedicó a su amor imposible Juan Carlos Onetti: “Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros / (…)”. Es un poema que refleja de forma devastadora el alma de la obra de Barney, ese amor que ya no será, pero que seguirá habitando en el corazón del que ama. Pero leo el libro y pienso también en ese poema de Alfonsina Storni que dice: “Yo seré a tu lado / silencio, silencio / perfume, perfume / no sabré pensar / no tendré palabras / no tendré deseos / solo sabré amar. / Cuando el agua caiga monótona y triste / buscaré tu pecho para acurrucar / este peso enorme que llevo en el alma / y no sé explicar. / Te pediré entonces tu lástima, amado, / para que mis ojos se den a llorar silenciosamente / como el agua cae sobre la ciudad. / Y una noche triste, cuando no me quieras / sacaré los ojos y me iré a bogar / por los mares negros que tiene la muerte / para nunca más”. El amor loco; el gran final cuando ya no se puede soportar la vida por ese amor que muere; la prueba de ese amor muerto como la carta de despedida más honesta; el amor más allá de la muerte a través de la escritura.. 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La editorial Tránsito recupera en castellano una de las grandes obras de la escritora estadounidense Natalie C. Barney, en la que evoca su historia de amor con la poeta Renée Vivien
“El amor es amor cuando el amor muere. Lo sé porque, recuperando sus aprendizajes de la mística, la filósofa María Zambrano dijo que ‘amor sin distancia no sería amor’, y porque, en esa misma línea, Simone Weil aseguró que «amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama”. El amor es amor cuando el amor muere, sí. O lo que es lo mismo: la mayor distancia posible entre los cuerpos que se aman es la muerte, el gran final”, dice Luna Miguel en el prólogo de la edición de Recuerdo…, probablemente, la obra más famosa de la poeta, novelista, dramaturga, traductora y editora estadounidense Natalie Clifford Barney, que ha publicado recientemente la editorial Tránsito. Un prólogo que la misma Miguel titula Elogio de los amores muertos.. Porque, como también dice la poeta, escritora, periodista y editora española, precisamente el libro va de eso: del elogio de los amores muertos. De todas las fases por las que puede pasar un amor. El deseo, el enamoramiento, la pérdida, la soledad, el sueño, las luchas juntas, solas y la una contra la otra, la celosía, la esperanza, la voluntad de supervivencia ante el término de ese amor que muere y no muere, el recuerdo y la memoria.. Dividido en seis partes, Recuerdo, El encuentro, La ausencia, Interludio. Tres sueños a través de la noche, El retorno y Nocturnos, el libro, una suerte de poema en prosa, es un apasionado testimonio del amor entre dos mujeres en la belle époque: Natalie C. Barney y la poeta Renée Vivien. Barney, nacida en Dayton (Ohio) en 1876, fue toda una inspiración para numerosas mujeres artistas de su tiempo. Expulsada de Estados Unidos por su adinerada familia, debido a su comportamiento indecoroso y a sus aires lesbianos, llegó a París en 1900. Era finales de la belle époque, una época impregnada de convenciones y en la que a las mujeres no se les dejaba ningún papel protagonista en ningún círculo intelectual ni en nada que tuviera que ver con la cultura, más allá de ser las musas de tal o cual. Nueve años después de su llegada a la capital francesa, creó un salón literario que condujo hasta 1969 y fundó L´Académie des Femmes para impulsar la escritura de todas aquellas mujeres que querían algo más de la vida que aquello que por época y circunstancias personales les había tocado. La libertad creativa que el dinero de Barney ofrecía a este grupo de mujeres se convirtió también en libertad sexual y de experimentación, de exploración de los límites entre amor, sexo, lectura, escritura, cuerpo y pensamiento. Barney terminó convirtiéndose en una leyenda en Francia por su papel clave en la creación de los círculos intelectuales de mujeres, por declararse abiertamente lesbiana y escribir sobre lesbianismo, y, en ese contexto, escribió esta hermosa obra que le dedicó a su gran amor, como escribió en su dedicataria: “A la autora de Ceniza y polvo, estas cenizas y este polvo”.. La portada del libro ‘Recuerdo…’.Cortesía de Tránsito. Retomando las palabras de Luna Miguel, Recuerdo… “es un libro de ideas, trazadas a veces como aforismos, otras como poemas y otras como pequeñas historias entre tiernas y vengativas, que surgen del amorío de Natalie C. Barney con la poeta Renée Vivien”. Viajaron a Lesbos juntas, frecuentaron los malos barrios parisinos, compartieron amor, pasión, deseo y sexo, pero también celos, peleas y sufrimiento (pues mientras Barney detestaba la monogamia, Vivien quería a la estadounidense para sí sola), placer y dolor, amaron la vida juntas y también juntas dejaron de soportarla. Quizá, este fuera uno de los motivos (o el motivo) por los que Vivien, cuando ambas escritoras ya habían dejado de ser amantes, perdió la vida -hay quien dice que “se dejó ir”- en 1909, dejando una herida irreparable en Barney.. La autora escribió este libro años antes de la muerte de Vivien (concretamente, en 1904), en una de sus múltiples rupturas con voluntad de recuperarla. Pero sabiendo el trágico desenlace, no es extraño que, la obra leída hoy, adquiera ciertos tintes necrófilos y adivinatorios. Al fin y al cabo, es un libro que habla del amor más allá de la muerte (física o sentimental), de lo que está a punto de romperse, pero todavía no, de lo que cuando muera seguirá en nosotros, de los fantasmas y el pasado que nos habita. Y es ahí donde la escritora logra conmover en lo más hondo con versos bellísimos y desgarradores como “Caminantes que regresáis de las noches lejanas, hay retornos más tristes que todas las partidas”, “(…), no haber conocido el olvido, que es la única soledad verdadera” o “Tengo dentro de mí un recuerdo que no es vuestro recuerdo, y esa a la que yo he conocido es la que vosotras nunca conoceréis”.. Natalie C. Barney y la poeta Renée Vivien. Cortesía de Tránsito. Pocos meses después de que Barney terminara el libro, la pareja volvió de nuevo viajando a Grecia para seguir los pasos de Safo, en una aventura que María Mercè Marçal transformó en ficción en La pasión, según Renée Vivien. Pero como también dice Luna Miguel, “que dos personas se amen no es sinónimo de que deseen las mismas formas de vida”. Las escritoras no tardaron en volver a separarse, la salud mental y física de Vivien quedó dañada para siempre, hasta que finalmente, “se dejó ir”. Barney había dejado de querer a Vivien cuando su corazón aún latía, pero como suele suceder en las historias de amor que nunca terminan, volvió a quererla como nunca cuando su corazón se detuvo. “El amor es amor cuando el amor muere”. Recuerdo… se lee entonces como el testimonio de un luto, pero también como una eterna declaración de amor, pasión y esperanza. También como una celebración visceral y extraordinariamente moderna (fue publicada de forma anónima en 1910) del amor entre dos mujeres, una oda al amor y al deseo libre, a la naturaleza y al cuerpo de la mujer amada, una valiente y bella fuente de inspiración para toda la literatura sáfica.. Al final del prólogo, cita Luna Miguel el conocido poema que Idea Vilariño le dedicó a su amor imposible Juan Carlos Onetti: “Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / no te besaré al irme / nunca sabrás quién fui / por qué me amaron otros / (…)”. Es un poema que refleja de forma devastadora el alma de la obra de Barney, ese amor que ya no será, pero que seguirá habitando en el corazón del que ama. Pero leo el libro y pienso también en ese poema de Alfonsina Storni que dice: “Yo seré a tu lado / silencio, silencio / perfume, perfume / no sabré pensar / no tendré palabras / no tendré deseos / solo sabré amar. / Cuando el agua caiga monótona y triste / buscaré tu pecho para acurrucar / este peso enorme que llevo en el alma / y no sé explicar. / Te pediré entonces tu lástima, amado, / para que mis ojos se den a llorar silenciosamente / como el agua cae sobre la ciudad. / Y una noche triste, cuando no me quieras / sacaré los ojos y me iré a bogar / por los mares negros que tiene la muerte / para nunca más”. El amor loco; el gran final cuando ya no se puede soportar la vida por ese amor que muere; la prueba de ese amor muerto como la carta de despedida más honesta; el amor más allá de la muerte a través de la escritura.