Con la alfombra del último desfile de la Mostra ya enrollada, la sucursal musical de la Bienal de Venecia se prepara para una 68ª edición cargada de estrenos. La programación de este año girará en torno a la «música absoluta» de la mano de los creadores que con mayor rigor y empeño siguen defendiendo la pureza del sonido en un mundo cada vez más saturado de imágenes. Lo sabe bien la compositora Rebecca Saunders (Londres, 1976), una de las voces más singulares de su generación, que el 27 septiembre recibirá el León de Oro por su contribución a esta suerte de disciplina alquímica con un lenguaje tan inconfundible como difícil de definir. «Soy consciente de que mi música no se presta fácilmente a la etiqueta», reconoce por videoconferencia desde su casa de Berlín. «Quizá se deba a que mis obras, sin dejar de ser abstractas, proponen una experiencia corporal y física que parte de la idea del sonido como algo tangible que se esculpe y moldea en el espacio».. Así sucede, por ejemplo, en Wound, obra monumental de su catálogo que podrá escucharse el día 26 en La Fenice como preámbulo a la ceremonia de entrega del galardón. La dirigirá Tito Ceccherini al frente de un conjunto mixto formado por el Ensemble Modern (condecorado con el León de Plata) y la orquesta titular del teatro. «Hablamos de una partitura extremadamente densa, en la que el peso de los materiales sonoros se concentra sobre la herida a la que hace referencia el título para crear una serie de texturas y timbres que llevan al límite la noción de lo táctil». Con razón se ha dicho que la música de Saunders goza de vida propia. «No se trata de contar una historia en el sentido más convencional o dramatúrgico, sino de abrirse paso por territorios donde el nivel de intensidad emocional sólo puede conmover o perturbar al oyente», reflexiona la compositora. «Y digo esto porque a veces se nos olvida que esa cualidad innombrable de la música a la que llamamos belleza no siempre resulta agradable a los sentidos».. Cuenta Saunders que la libertad con la que se ha enfrentado siempre a la página en blanco se la debe a las clases que recibió del recientemente fallecido Wolfgang Rihm, su profesor y mentor desde que, a principios de los años 90, abandonara Edimburgo (donde había destacado más como violinista que como compositora) para instalarse en Berlín sin hablar apenas una palabra de alemán. «Creo que fue el hecho de que no conociera el idioma ni la cultura lo que me ayudó a encontrar mi propia voz sin la carga de las expectativas», prosigue. «A diferencia de otros músicos de su generación, Rihm era inmune a los dogmas. Para él no había una forma correcta de componer, sino un lenguaje nuevo por descubrir». A veces, cuando no se entendían hablando, recurrían a colores o formas básicas que garabateaban en el aire para expresar ideas más complejas. «El día que le entregué el borrador de mi primera partitura para orquesta de cuerdas, me dijo: ‘Muy bien, ahora dedica toda la semana a reescribirla en un solo tono’».. Con esto Rihm pretendía orientarla hacia las capas más profundas de la partitura a través del estudio de la textura, el timbre y las dinámicas. «Mientras otros profesores se habrían conformado con una buena construcción melódica o armónica, él siempre me animaba a seguir buscando más adentro». Algo de eso hay en Skull, uno de sus trabajos más recientes, que interpretará una vez más el Ensemble Modern (día 28) a las órdenes de Bas Wiegers en el Teatro Piccolo Arsenale. «El cráneo que da nombre a la obra delimita la frontera entre lo que escuchamos y lo que resuena dentro de nuestras propias cabezas, por lo que la distribución espacial de los músicos es muy importante». La pieza surgió de la lectura de varios textos de Samuel Beckett y acabó sirviendo de laboratorio de pruebas para su primera ópera, Lash, a partir de un libreto de Ed Atkins, que se estrenará en la Deutsche Oper el año que viene. «La protagonista es una mujer que, al borde de la muerte, se desdobla en cuatro versiones de sí misma para hacerse todo tipo de preguntas».. «Mis obras parten de la idea del sonido como algo tangible que se esculpe y moldea en el espacio», dice Saunders. Además del homenaje a Saunders, el Festival ofrecerá hasta el 11 de octubre su habitual maratón de conciertos, talleres y conferencias, con secciones tan estimulantes como Polifonías (donde Leonidas Kavakos interpretará el Concierto para violín de Unsuk Chin); la instalación Listening/hearing del ingeniero de sonido Thierry Coduys en la Sale d’Armi del Arsenale; las emanaciones acústicas de Sound structures (con grandes piezas para percusión de Gérard Grisey y Rihm); las sesiones de electrónica experi-mental de artistas como Sam Barker y Tim Hecker; el Stabat Mater de Palestrina (en contraste con la versión más moderna de Lisa Streich) en la Basílica de San Marcos, y toda una batería de estrenos firmados por Miles Walter, Miharu Ogura, Dmitri Kourliandski, Patricia Kopatchinskaja, Eva Reiter y John Zorn, entre otros muchos, además de la colección de piezas para piano solo Erinnerungsspure (huellas de la memoria) del español Alberto Posadas que abordará Chisato Taniguchi en el Palazzo Giustinian.. «Un año más, la Bienal de Venecia volverá a congregar a los grandes referentes de la creación contemporánea para poner en común los diferentes modos con que el arte nos permite entender nuestro tiempo», celebra Saunders, que imparte clases en los cursos de verano de Darmstadt y hace cinco años se convirtió en la primera compositora en ser distinguida con el premio Ernst-von-Siemens. «En El espacio vacío, Peter Brook ya advertía que el músico ha de manejarse con un tejido que es lo más cercano que el ser humano dispone para expresar lo invisible».
La Lectura // elmundo
La Bienal de Venecia bendice a la compositora británica con el León de Oro. Será el pistoletazo de salida a una temporada de conciertos plagada de estrenos Leer
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