Un día haces limpieza de armario, algo pospuesto durante años, le das la cara con valor a prendas que te llevan persiguiendo sin sentido no sólo años sino décadas. Por si acaso un día se usaban, porque traían no sé qué recuerdos, porque se les tenía cariño, las reglas del club de acumuladores a rajatabla. Así que ese día te sientes fuerte o estás lidiando con un ultimátum, en la casa no caben más cosas, te estás mudando, te enferma la idea de seguir cargando con todo eso, lo que sea. Te sientes fuerte y consciente, hay prendas en buen estado pero hace demasiado que te planteas la posibilidad de organizar un mercadillo casero, de donarlas, de volver a usarlas, de subirlas a una plataforma de venta de segunda mano, ¿quién saca tiempo y energía para fotografiar semejante morralla, escribir descripciones, medir centímetros, contestar dudas de usuarios indecisos, empaquetar, enviar, cómo es siquiera pensable, en mitad del amasijo de bolsas de Churruca con olor a humedad, añadir esa complejidad a la ya ardua tarea que se está llevando a cabo?. Las manos polvorientas, las uñas astilladas, el ataque de alergia, sudando escozores, agujetas, lavadoras, visitas ardientes que te queman las mejillas y los hombros hasta el contenedor de reciclaje de tejidos, varias jornadas de esfuerzo que dejan un orgullo, una sensación de ligereza, de progreso, de madurez. Por fin ha sido una capaz de desprenderse de esa carga absurda, por fin se ha hecho una mayor, por fin dejar de mover la tonelada reseca de un sitio a otro desde los veinticinco años.. Pasa un mes y te mudas, se mantienen el orgullo y el espíritu de renovación, el armario ligero sin esas montañas, sin el barroco de cajas de plástico llenas de reliquias, camisetas de los noventa como esquirlas de la cruz a medio podrir, todo eso se va y ha quedado cierta contrariedad pero también una enorme sensación de alivio, lo que pasa es que en la fiebre de la liberación se han ido también otras cosas. Ropa más reciente, sin acartonar, apenas usada, en perfecto estado pero que por lo que sea no ha funcionado. Cuestiones de ajuste, de estilo. Una falda abotonada de cuarenta pavos puesta dos veces para ir un rato a la Feria del Libro, viscosa fresca, sin marcas de uso. Una camisa para una sesión de fotos que se quedó pequeña a los seis meses. Unos pantalones negros usados dos veces porque te diste cuenta de que ya no te identificabas con el pitillo. Y el fantasma de esas cosas, durante una noche de insomnio en la que estabas considerando adquirir un juguete viejo en Vinted, una taza de los Moomin, un cuento descatalogado, empieza a acecharte.. «¿Quién saca tiempo y energía para fotografiar semejante morralla, empaquetar, enviar, en mitad de ese amasijo de bolsas con olor a humedad?». Cómo habría sido la descripción de la falda de cuarenta pavos, qué precio de salida le habrías puesto, qué oferta hubiera recibido, con qué otro artículo se habría podido combinar para montar un buen lote, qué fotos resultonas se le habrían hecho. Las agujetas de la mudanza han quedado atrás, el armario nuevo está despejado, la luz a las siete de la tarde entra bonita por la ventana, sin montones de cosas viejas que gestionar todo parece fácil, una oportunidad perdida. No habrá tejemaneje en torno a esa falda que acabó en el contenedor de reciclaje. Había que haberla guardado, traído, lavado, retratado. Tantos años sin tirar nada y llegado el momento se ha tirado demasiado. El bosque era tan espeso que todo parecía maleza.. Vinted es un lugar de vicio. Una mezcla entre las casas de subastas y las de apuestas. Toneladas de artículos de toda índole, regateos, jugártela a una supuesta ganga y que cuando llegue lo sea o vaya a la nueva pila de descartes. Si alguna transacción es exitosa, la adicción se reactiva. Vendes una camisa que guardaste por indecisión a cuatro euros, la noche sin dormir calculando cuánto has perdido. Llevas un paquete a enviar y ves que era sencillo, sensación de negocio próspero. Compras un jersey fantástico por cinco que cuando llega es de tu talla y no huele a demonios, la noche enganchada en busca de un triunfo similar. Un juguete con moho, remordimientos. Una taza cascada, propósito de enmienda.. Te ofrecen dos mil quinientas pesetas por un lote de cosas que estuvieron a punto de ir a la basura, conservar esas sobras lo mejor que has hecho en la vida. Me sigue gustando contar el dinero en pesetas, siempre lo hago, siempre lo digo. Es gracioso, enigmático, alguna gente se sitúa mejor así. Dos mil quinientas pesetas son quince euros. Perder o ganar el sueño por quince euros. ¿Es caro o barato? ¿Valía la pena transportar el montón de ropa descartada para montar una tienda de segunda mano? ¿Ocupar dos de las seis puertas del armario en almacenar el stock? ¿Quitarle protagonismo al stock de pijamas, el más importante, el principal, el que mantiene realmente el negocio andando?. Una vez más una columna en torno a la experiencia humana y su relación con la cultura en un sentido amplio, que en este caso venía a tratar el auge de Vinted y sus efectos psicológicos, funciona como terapia para mí. Escribir es capaz de darle sentido a todo.
La Lectura // elmundo
Vinted es un lugar de vicio. Una mezcla entre las casas de subastas y las de apuestas. Si alguna transacción es exitosa, la adicción se reactiva Leer
Vinted es un lugar de vicio. Una mezcla entre las casas de subastas y las de apuestas. Si alguna transacción es exitosa, la adicción se reactiva Leer