En la exposición Del uno al otro confín, que reunió el año pasado en la sede del Instituto Cervantes de Madrid una enorme muestra de las piezas más valiosas que custodia la red de bibliotecas de esa institución (y en donde había libros y revistas, claro, pero también dibujos originales, partituras, cartas, libretas, carteles…), pudo verse una pequeña papeleta, un mínimo manuscrito, en el que la escritora Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937-Lisboa, 2022) dedicaba unas preciosas líneas a sus orígenes gallegos, tan poco remotos que, de hecho, ella fue brasileña de primera generación.. Traducción de Roser Vilagrassa. Alfaguara. 296 páginas. 21,90 € Ebook: 10,99 €Puedes comprarlo aquí.. Leyendo ahora Los rostros que tengo me da por pensar que aquel suelto, apenas una tarjeta garabateada (depositada en el Instituto Cervantes de su ciudad natal), iba a formar parte de este proyecto, pues es un libro de memorias, y a la vez un libro de despedida («Amén, queridos lectores», exclama en una de las últimas páginas) formado por 147 secuencias de extensión irregular (pero casi nunca más de dos o tres páginas, a veces seis, muchas veces una…) en las que Piñon va dejando recuerdos, testimonios, impresiones, balances y retratos. Sobre Galicia, por seguir con eso, hay varias, aquí y allá, dedicadas a «Cotobade» (la aldea pontevedresa de donde procedía su familia), a la «Cosmogonía gallega» (donde lista a escritores que supieron captarla y cantarla), o al orgullo de declarar que «Vine de lejos».. Esa evocación familiar, con momentos muy altos («Carmen, Lino, Daniel y Amanda, estos últimos, mis abuelos, formaban una familia que ningún rey haya tenido. Sólo la he tenido, yo, la escritora que ahora se dirige a ustedes»…) puede demostrar que Rodrigo Lacerda tiene razón, en su prólogo, al decir que ese asunto es el primer pilar de un libro hecho apunte tras apunte en el que también destacan el amor a la literatura y las impresiones más íntimas (y aunque en su propia identidad estuvo especialmente grabada su estirpe, y de un modo casi calculado, ya que su nombre es un anagrama del de su abuelo).. Es así, desde luego, pero también hay mucho Brasil, y mucho Portugal, y amigos escritores a los que se evoca mucho más por lo primero que por lo segundo, como Clarice Lispector, Gabriel García Márquez, Rubem Fonseca o Mario Vargas Llosa (quien dedicó a Piñon, por cierto, La guerra del fin del mundo, su novela más brasileña). Y le da tiempo a comentar, muy al final, la pandemia, y a reconocerse como «una feminista histórica», pero sobre todo le importa explicar su propia literatura, y no tanto los libros como el impulso, su «imaginación ágil», su conciencia de ser «brutal y refinada en mi escritura».. Los rostros que tengo termina siendo, pues, un libro misceláneo, hecho a ratos de inspiración y de apetito, en momentos de especial y urgente lucidez, pero que acaba adquiriendo una extraña coherencia, una unidad hecha de una diversidad de temas tratados con un mismo tono, con una misma calma, y destinados a lo mismo, que era hacer una recapitulación general, o una última reflexión, sobre las cosas que, al cabo, más le habían importado en su vida.. Todos, seamos o no conscientes, acabamos escribiendo siempre sobre lo que nos preocupa, sobre lo que más cuenta para cada uno de nosotros, y eso es algo que sucede aquí de un modo ya no evidente sino militante. En ese sentido, y aunque probablemente no fuese Piñon quien ordenó estas notas, qué hermoso es que la última pieza esté dedicada a su madre, quien «me llevó a explorar los enigmas que existían. Y a comprender que la vida exige una ilusión»…
La Lectura // elmundo
En ‘Los rostros que tengo’, libro de memorias y de despedida a los lectores hecho de inspiración y apetitos, la escritora brasileña reúne 147 textos que narran recuerdos, testimonios y retratos vitales Leer
En ‘Los rostros que tengo’, libro de memorias y de despedida a los lectores hecho de inspiración y apetitos, la escritora brasileña reúne 147 textos que narran recuerdos, testimonios y retratos vitales Leer