En la Unión Soviética, los músicos y los compositores eran tenidos en gran consideración, casi como semidioses. Lo malo es que, durante las primeras tres décadas del Imperio Rojo, tuvieron la desgracia de que Stalin fuera melómano e interfiriera en la vida musical de manera directa, incluso en las grabaciones que se hacían, dando su visto bueno (o no) mediante anotación en las portadas de los discos. Hay algunas anécdotas elevadas a categoría de mito que, si bien son más ficción que realidad, han ilustrado el grado de control y miedo que se respiraba.. Una bastante famosa se recoge en Al son de la utopía del periodista Michel Krielaars (Ámsterdam, 1961), eslavista y corresponsal en Rusia del NRC entre 2007 y 2012. Está en un capítulo que traza un perfil de la pianista Mariya Yúdina, intérprete del Concierto para piano nº 23 de Mozart que se retransmitió por radio desde una sala de conciertos moscovita. Stalin, que estuvo escuchándolo, llamó al término de la función porque quería la copia en vinilo para esa misma noche en su dacha. ¿Quién se atrevía a decirle al Gran Líder que justo ese concierto no se había grabado? Era mejor hacer sentar de nuevo al público para tocarlo de nuevo. Esta anécdota es también una escena clave, con muchas licencias, de la película satírica La muerte de Stalin (Armando Iannucci, 2017).. Traducción de Goedele De Sterck . Galaxia Gutenberg. 312 páginas. 23,50 € Ebook: 14,99 €. Puedes comprarlo aquí.. Conocemos las caídas en desgracia de muchos escritores soviéticos. Con los músicos pasó algo parecido, pero a menor escala. También se destruían o censuraban piezas, se perseguía y se detenía a músicos y compositores. Incluso con una aleatoriedad más enigmática que para los hombres y mujeres de letras. Krielaars compila diez perfiles que ayudan a penetrar en ese microcosmos un tanto hermético, el de la política musical soviética, y cómo impactó en las vidas de nombres conocidos, y no tanto, en Occidente, más allá del paradigmático Dmitri Shostakóvich.. Sí lo son Sviatoslav Richter o Serguéi Prokófiev, pero menos los compositores Vsévolod Zaderatski (1891-1953) y Moiséi Vainberg (1919-1996), la cantante de música de variedades Klavdiya Shulzhenko (1906-1984) y el tenor Vadim Kozin (1903-1994). Con ellos nos asomamos a las diversas caras de un panorama artístico dictado por los caprichos de los dirigentes y las imposiciones de los propagandistas, sin olvidar las miserias humanas, envidias y ambiciones personales que confluyen en cualquier gremio y organización, sobre todo habida cuenta de que ingresar en la Unión de Compositores permitía una vida sin aprietos.. Dmitri Shostakóvich, el caso paradigmático de músico perseguido por el estalinismo.. Al son de la utopía no se limita a bucear en la historia, sino que trenza estas biografías con su legado en la Rusia actual, entrevistándose con descendientes o testigos de aquella época y con experiencias personales y encuentros con algunos nombres célebres. Peca un tanto de esa rusofilia que tiende a equiparar la pluralidad soviética con Rusia, aun cuando un buen número de los personajes abordados, por ejemplo, son ucranianos. Con todo, este ensayo muestra cómo la censura llegó en varias embestidas, antes y después de la Segunda Guerra Mundial, y que tras la muerte de Stalin las estructuras de control, lejos de desaparecer, se reconfiguraron.. De hecho, se exigió continuar con el realismo socialista como principio rector, pero sin el culto a la personalidad. Es decir, «se podía interpretar o representar cualquier obra musical con tal de que fuese fácil de tararear y de que sonase como debía sonar, lo que supuso la sentencia de muerte para toda creatividad musical». Valga esta cita (y el ensayo) como un recordatorio de que el enemigo de la creatividad (no solo musical), y de la singularidad que nos hace humanos, es el cliché, la uniformización, la repetición de patrones, algo que no es monopolio de dictaduras.
La Lectura // elmundo
En ‘Al son de la utopía’ el periodista musical Michel Krielaars muestra las diversas caras de un panorama artístico dictado por los caprichos de los dirigentes y las imposiciones de los propagandistas, sin olvidar las miserias humanas, envidias y ambiciones personales de cualquier gremio y organización Leer
En ‘Al son de la utopía’ el periodista musical Michel Krielaars muestra las diversas caras de un panorama artístico dictado por los caprichos de los dirigentes y las imposiciones de los propagandistas, sin olvidar las miserias humanas, envidias y ambiciones personales de cualquier gremio y organización Leer