Hay varias cosas con las que los lectores de Manuel Rivas (A Coruña, 1957) podemos contar cada vez que, expectantes y siempre con ganas, abrimos un nuevo libro suyo: sus narraciones siempre están hechas de humor y de poesía, a lo que había que sumar, en sus primeros pasos, una tristeza más o menos profunda que con el paso del tiempo, con el correr de la bibliografía, ha ido derivando de una forma nítida hacia el retrato de la violencia. Muchos de sus personajes son hombres casi primitivos que hacen cosas terribles, pero dicen cosas graciosas, y lo hacen en medio de un paisaje consciente de su belleza privilegiada, una trascendencia horizontal, pero aplastado por varios tipos de dificultades.
Alfaguara. 216 páginas. 19,90 € Ebook: 9,99 €Puedes comprarlo aquí.
La inmensa y muchas veces sublime conciencia de la tierra que hay en esta narrativa pasa por meditar sobre su dolor, sobre cómo se ha forjado un mundo en el que, insisto, las carcajadas conviven con el luto, ya que sería demasiado ingenuo contemplar el espacio sin cavilar sobre la Historia. Y no es fácil decidir qué fue primero: si la sonrisa o el daño, si el placer o el duelo, pero lo evidente es que ambos están ahí, solapándose.
Tanto cuando Rivas ha echado la vista atrás (como en El lápiz del carpintero o en Los libros arden mal) como cuando, como aquí, se ha instalado en una Galicia de cazadores, narcotraficantes o mujeres esclavizadas por la prostitución, el escritor se ha mostrado muy apegado a un estilo que es bastante exigente con los lectores, hasta el punto de que no se entiende muy bien que haya llegado a convertirse en un autor casi popular.
Quizá fuera la perfección de varios de los cuentos de Un millón de vacas (cuánto me impactó leer a los quince años esas pequeñas obras maestras que son «Primer amor» o «Campos de algodón», por no hablar de los poemas…), la conmoción de «La lengua de las mariposas» (en ¿Qué me quieres, amor?, aunque a mí me sacudió todavía más «El míster & Iron Maiden») o la intachable redondez de la citada El lápiz del carpintero (una novela que, en su brevedad, era mucho más compleja de lo que pudiera parecer, con un final emocionante hasta la contrariedad) lo que creó a un buen público tan amplio como atento.
Uno que después hemos tenido que seguirle en caminos más personales y tortuosos, como el de su periodismo, siempre muy personal e insobornablemente literario, y el de proyectos más discutibles como el de La mano del emigrante o ensayos y manifiestos que podían ser coherentes y hasta «necesarios» pero que inevitablemente tenían algo de monserga, como Contra todo esto o Zona a defender, donde la poesía palidecía al servicio del activismo, por noble que éste nos pudiera parecer o por muy de acuerdo que pudiéramos estar.
Ahora, bajo el precioso título de Detrás del cielo (que remite al topónimo donde transcurre todo, un ficticio Tras do Ceo que podría ser cualquier aldea gallega un tanto aislada), Manuel Rivas ofrece, como afirma la promoción de la editorial, una novela negra, aunque hay que superar las cien páginas para comprobarlo. Lo que encontramos al principio es la cacería de el «Solitario», un temible jabalí que, defendiéndose, ha matado al menos a dos hombres, lo cual, no tanto por venganza como por codicia, excita a los cazadores de esta batida.
Pero, como suele suceder (no sé si en la realidad, pero desde luego sí en la tradición literaria y cinematográfica), las escopetas que se levantan para matar animales acaban provocando problemas mucho más serios. Tras un breve interludio en el que el narrador (llamado Dombodán, nombre cuyas implicaciones ya conocen bien los lectores habituales del coruñés, que se han ido encontrando con muchachotes llamados así en muchas de sus novelas y cuentos, como si fuera la reencarnación de un arquetipo eterno, inmortal, insuperable) se dedica a hacer de figurante en las recreaciones teatrales de batallas famosas (lo cual trae las que son, sin duda, las mejores y más divertidas páginas de la novela), el argumento gira hacia la caza de mujeres, primero a través del rescate de unas excursionistas, anécdota que se resuelve con una fenomenal discusión, y luego a través de la agridulce subtrama prostibularia, que, como siempre en Rivas, da lugar a escenas chuscas y a constataciones trágicas. Resulta que el Edén era un burdel.
En Lo que queda fuera, el libro de conferencias, poemas y dibujos que publicó Rivas el año pasado (y del que, por cierto, hay una autocita en la página 130), había un microtexto que decía: «Pobre, pobre, / es no tener / oscuridad ninguna». Eso es algo que no podría afirmar casi ninguno de los personajes de Detrás del cielo (sólo, tal vez, la niña Abril, que a pesar de las circunstancias de su concepción encarna cierta esperanza en medio de tanta ignorancia, tanta brutalidad, tanto humor desesperado y tanta pobreza), y tampoco el propio narrador, que se autorretrata como «un grandullón hecho de miedo y fuerza».
Aunque no es ni de lejos tan simple como otros Dombodanes del autor (como el de El lápiz del carpintero), su docilidad, su aparatosa mansedumbre y su falta de iniciativa lo convierten en poco más que un bulto en medio de lo que pasa, pero también, por ello mismo, en un testigo perfecto, el espectador que nos puede dar cuenta de lo que vio y de lo que ocultó, más que de lo que hizo en medio de un contexto de grandes personajes secundarios (entre los que hay que contar a algunos animales, como el «Solitario», el lobo divagante, el caballo Ben-Hur o esos pájaros que, «si supiesen que los escuchamos, no cantarían»).
Detrás del cielo es, en fin, una novela que se lee con bastante tensión, pero sin grandísimos sobresaltos, aunque hay alguna escena innecesariamente escabrosa. A veces hace daño, por descarnada, pero la prosa de Rivas siempre ha tenido un fondo amable. A este libro le pasa como a Dombodán: en el fondo es inocente, y hay un gran corazón latiendo bajo muchas capas de oscuridad.
La Lectura // elmundo
Alternando sonrisa y daño, humor y violencia, el escritor firma en ‘Detrás del cielo’ una novela negra llena de cazadores, narcotraficantes y mujeres esclavizadas en la que una prostibularia trama resume la bondad y la maldad del mundo Leer
Alternando sonrisa y daño, humor y violencia, el escritor firma en ‘Detrás del cielo’ una novela negra llena de cazadores, narcotraficantes y mujeres esclavizadas en la que una prostibularia trama resume la bondad y la maldad del mundo Leer