Al poco de llegar a Londres, a principios de los años 80, la ensayista y crítica de arte de The ObserverLaura Cumming (Edimburgo, 1961), reputada experta internacional en el arte del siglo XVII, adquirió la costumbre de escaparse todos los días a visitar la National Gallery. Y allí se enamoró. «Londres era una ciudad hostil, amenazante, en la que no conocía a nadie. El museo era para mí como un hogar, un consuelo, un santuario que me acogía y protegía», recuerda en conversación con La Lectura. «Allí encontré un pequeño cuadro misterioso que colgaba en un oscuro rincón. En él aparecía un hombre pensativo, meditabundo, sentado junto a un par de instrumentos musicales y con una ciudad de fondo. Me enamoré de este hombre del siglo XVII y todavía voy a verlo una vez por semana».. Titulado hoy Una vista de Delft, el cuadro que prendó a Cumming fue pintado en 1652 por el pintor Carel Fabritius, un misterioso maestro flamenco que los críticos actuales consideran el eslabón perdido entre Rembrandt, en cuyo taller estudió, y Vermeer, los dos mayores artistas de una época especialmente populosa en ellos. Pintor casi desconocido, del que apenas existen huellas reales, la originalidad de su arte llamó la atención de la crítica, que desde entonces, como gran experta en la pintura del Siglo de Oro holandés, ha ido recabando datos sobre la trágica vida y la prematura y espantosa muerte de Fabritius.. ‘Vista de Delft’, pintada por Fabritius en 1652.National Gallery de Londres. Esta obsesión cristalizó durante el encierro del covid, cuando Cumming se propuso unir su pasión por el arte del Barroco holandés con la narración de la vida del esquivo maestro. «Tras años viendo todos los días algún cuadro de esa época, la pandemia me afectó. En la pared, al lado del escritorio donde trabajo tenía colgadas dos reproducciones, una de Vermeer [La callejuela] y varias de Fabritius. Los miraba una y otra vez y comencé a escribir como homenaje a su belleza, tratando de ver en esas pinturas algo más de lo que había visto antes», explica la autora. Y lo que vio fue mucho más.. El resultado de esa ardiente reflexión es Trueno. Una historia de arte, vida y muerte (Crítica), un libro inclasificable -el tópico es aquí necesario- que aglutina un intenso y vibrante recorrido por la pintura del Siglo de Oro holandés -su día a día, su ecosistema social y la vida de sus muchos y geniales pintores-, en el que Cumming enhebra una semblanza de su padre James, también pintor, varias historias autobiográficas y reflexiones sobre la mirada, la visión y el papel de las imágenes y el arte en nuestras vidas. Y, como guinda e hilo conductor, varios capítulos que reconstruyen la vida de del apenas conocido Fabritius y su azarosa carrera en el complejo ecosistema pictórico de la Holanda del siglo XVII.. «Los artistas rehacen la realidad y nos la devuelven tamizada por su propia mirada. Construyen un mundo paralelo que ofrece infinidad de matices». «Por desgracia o por suerte, sólo puedo pensar en imágenes. Se podría decir que es un giro neurológico, una extrañeza relacionada con la sinestesia. Así que todo el tiempo estoy viendo todo en mi cabeza como imágenes, las ideas, los pensamientos filosóficos, las operaciones matemáticas, y tengo que volcarlo en palabras», apunta la autora. «En mayor o menor medida, nos ocurre a todos, siempre hay imágenes en nuestra cabeza, incluso cuando estás inconsciente o dormido tus sueños arrojan imágenes como en una pantalla. Para mí son la totalidad de nuestra existencia, casi como el aire que respiramos, y en el mundo actual, poblado por pantallas, creo que cada día tienen más peso».. Autorretrato de Carel Fabritius, c. 1645.COLECCIÓN DEL MUSEO BOIJMANS VAN BEUNINGEN, RÓTERDAM. Lógicamente, en la cúspide de esas imágenes que construyen cada vez más nuestra forma de ver e imaginar el mundo, Cumming pone el arte y su modo de plasmar la realidad. «Vemos el mundo a través de los ojos, de forma realista, pero los artistas lo rehacen y nos lo devuelven tamizado por su propia mirada. Construyen una especie de mundo paralelo que nos ofrece infinidad de riqueza y matices. Mirando cuadros, he comprendido mucho mejor la vida», condensa Cumming, que pone como ejemplo a Velázquez -» sin duda, el mayor artista de todos los tiempos»- a quien dedicó el apasionante ensayo Velázquez desaparecido (Taurus, 2016), en la que a través de la historia del librero inglés John Snare, que creyó encontrar un cuadro desconocido del maestro sevillano, desarrollaba las claves vitales y pictóricas del artista. «De él y de sus cuadros he aprendido la dignidad, la empatía, el respeto ajeno, una forma de mirar al Otro tan profunda como el océano. La elevación del alma humana en este artista es sublime».. Hasta ese mundo paralelo que describe nos traslada Cumming en Trueno, en este caso a la Holanda del siglo XVII, una próspera república, en intermitente guerra de independencia con el Imperio español, en la que el floreciente comercio y una serie de amplias libertades civiles fomentaron como nunca en la historia la aparición de un arte de gran calidad y popular. «El arte holandés de aquellos años fue la primera pintura democrática de la historia. Todo el mundo tenía algún cuadro en su casa, los había en las tabernas como en las iglesias, en los edificios públicos igual que en las cortes aristocráticas», apunta la crítica.. «Eso propició que hubiera legiones de pintores de todo tipo que registraron como nunca antes todo el tejido de la sociedad: desde las escenas más humildes de la vida cotidiana, trabajos campesinos, mercados o gente patinando en el hielo, hasta cuadros de batallas y grandes ocasiones», prosigue Cumming. Algo parecido ocurrió con los retratos. «Los hay, claro, de ricos comerciantes, militares y nobles, pero también de una lechera, un mendigo o un soldado anónimo. Además de muchos autorretratos de los pintores, como en el caso de Rembrandt, a quien podemos ver en todas las épocas de su vida».. «El arte del Siglo de Oro holandés es el primero democrático de la historia, pero los pintores vivían en la miseria, igual que hoy». Pero no todo fueron luces. La gran cantidad de pintores propició también que el valor de los cuadros fuera muy bajo y que muchos o casi todos los artistas fueran pobres. «A ellos este Siglo de Oro no les dio riqueza. Incluso los más grandes, Rembrandt, Hals, De Witt o Vermeer, ya no digamos Fabritius, viven en casas minúsculas, en la más absoluta miseria, sufren bancarrotas y mueren dejando facturas enormes. Y sus deudas, pasan a sus esposas e hijos. Igual que hoy, la pintura era una profesión destinada a la pobreza», apunta Cumming.. Muchos de ellos, además, tuvieron vidas trágicas, como Fabritius. «Se casó a los 21 años y en pocos meses fallecieron su esposa y su hija, además de otro bebé que nació muerto. Quizá por eso su arte -que se resume en 12 cuadros por los casi 1.000 de otros contemporáneos- siempre muestran una figura solitaria, brumosa, pensativa y fascinante».. Esta introspección psicológica aplicada al arte y la vida de estos pintores, a la estrecha relación entre ambas, es el gran caballo de batalla de la autora, que pretende en este libro desterrar para siempre el tópico de que ese arte holandés, cotidiano y plagado de retratos y bodegones, sólo es una especie de fotografía histórica sin más ambición. «Odio esa idea. Mi padre, que era pintor y a quien también homenajeo aquí siempre decía que los pintores pintan por razones muy diferentes y muy profundas, sin importar en qué estén trabajando», recuerda Cumming.. «Cada cuadro de esos artistas demuestra que han entendido algo profundo sobre la naturaleza de la existencia humana, la belleza y brevedad de la vida». «Cuando vemos un tulipán en uno de esos cuadros, pensamos que sólo es una foto cara de una flor, pero nadie pinta un tulipán en un jarrón sólo por dinero. Cada cuadro de esos artistas demuestra que han entendido algo profundo sobre la naturaleza de la existencia humana, la belleza y brevedad de la vida», defiende.. ‘El jilguero’, pintado por Carel Fabritius en 1654, el año de su muerte.MUSEO MAURITSHUIS, LA HAYA. El 12 de octubre de 1654, Fabritius que había vuelto a pintar tras superar su depresión murió a causa de una gran explosión de pólvora conocida como «el Trueno de Delft». Sin embargo, como relata Cumming, su obra sobrevivió hasta hoy. Una reflexión de esperanza que la ensayista engarza con otro tipo de trueno, el que se produce cuando presenciamos obras de arte.. «La visión del espectáculo de la pintura es tan grande que toda tu actitud hacia la vida de alguna manera. No es que escuches un sonido sino que hay una enorme reverberación y un shock maravilloso», comparte la autora. «Stendhal escribió con maestría sobre ello, pero siempre me gusta contar la historia de un hombre que viajó hasta el Prado con los ojos tapados y sólo se quitó la venda ante Las Meninas. Ver ese cuadro de Velázquez por primera vez es como que te caiga un rayo. Ese es el poder del arte».. Traducción de Sion Serra. Crítica. 304 páginas. 24,90 € Ebook: 10,99 €Puedes comprarlo aquí.
La Lectura // elmundo
La ensayista y crítica de arte publica ‘Trueno’, un vibrante recorrido por la pintura del Siglo de Oro neerlandés que imbrica recuerdos de su padre y reflexiones sobre la muerte y el papel de las imágenes en nuestra vida. «Uno de cada siete cuadros del Siglo de Oro holandés se ha perdido» Leer
La ensayista y crítica de arte publica ‘Trueno’, un vibrante recorrido por la pintura del Siglo de Oro neerlandés que imbrica recuerdos de su padre y reflexiones sobre la muerte y el papel de las imágenes en nuestra vida. «Uno de cada siete cuadros del Siglo de Oro holandés se ha perdido» Leer