Los psicodélicos no son drogas, intensifican la percepción y pueden provocar alucinaciones, pero no son adictivos. De hecho, son una buena terapia contra las adicciones. Facilitan estados expandidos de la mente gracias a la magia de la química. Muestran que vivimos en una mente extendida, una mente que no es sólo nuestra y que puede sorprendernos, como ocurre en los sueños. Los psicodélicos tienen riesgos y no conviene jugar con ellos, pueden desatar tormentas psíquicas (sobre todo entre los más jóvenes) y revelar síntomas de enfermedades latentes. Pero también pueden ofrecernos una experiencia única: la interconexión de todos los seres a través del espacio y el tiempo, la naturaleza interdependiente de todas las cosas, que los budistas llaman pratītyasamutpāda y que el filósofo Nāgārjuna asoció con la vacuidad.. Filosóficamente, lo más interesante de estas sustancias (peyote, ayahuasca, LSD y psilocibios), que son las que conoce este relator, es que desmienten la cosmología moderna, elaborada por la Física (ciencia del impacto), y proponen una cosmología química (ciencia del enlace). La psicodelia proporciona una visión del mundo que sintoniza con cosmologías indígenas y premodernas. Huxley decía que todos los narcóticos y euforizantes vegetales que crecen en los árboles, los alucinógenos que maduran en bayas o raíces, fueron utilizados por las culturas antiguas. Para la cosmología védica, la conciencia es el factor unificante del universo. Es el “uni” del verso que es el mundo. Una lírica configurada por el sonido. Una vibración primordial es la responsable del universo en que vivimos. Y esa vibración puede resonar en nosotros, tanto en la experiencia meditativa como en la psicodélica. El objetivo último de la vida es sintonizar o armonizarse con ese origen. Un monje benedictino declaró en Newsweek que el MDMA produce en una tarde la sensación que se alcanza tras veinte años de meditación.. Rachel Nuwer ha realizado docenas de entrevistas a los protagonistas de la historia reciente del MDMA. Y lo ha hecho de un modo ágil y didáctico, sin mitificar la sustancia ni demonizarla. Nos cuenta que el padre del MDMA (C11H15NO2), también llamado éxtasis o cristal, fue el químico californiano Alexander Shulgin, que lo sintetizó en 1975 (Merck labs lo había hecho en 1912, pero no se probó). Compartió la sustancia con amigos terapeutas, que trataron con ella diversos tipos de traumas. El MDMA hacía desaparecer ansiedades, desconfianzas y tensiones internas de la neurosis.. No hacía mucho que Stanislav Grof había iniciado la terapia asistida con LSD. Algunos visionarios pensaron que la sustancia podría llevar a la humanidad hacia una mente más conectada, tolerante y amorosa. Fue abrazada por el movimiento hippie y la contracultura. El activista Rick Doblin afirmó: “comprendí que la razón de oponerse a los psicodélicos no era porque fueran malos, sino porque eran buenos. La gente tenía experiencias de este tipo y pensaba: ¿por qué matar a los vietnamitas que se parecen tanto a mí?”. Shulgin había creado para Dow uno de los primeros insecticidas biodegradables. Era el prototipo de científico loco y brillante (barba blanca y camisa hawaiana), que desarrollaba en su granja sus propios psicodélicos. Tomando como base la estructura de la mescalina, sintetizó más de doscientas sustancias e investigó sus efectos probándolas él mismo, primero en pequeñas dosis y luego aumentándolas. “Se ahorran muchos ratones y perros”, decía. No sólo se trataba de experimentar cálidas oleadas de euforia, subidones de empatía, o de quemar con ácido muchas tonterías. Se trataba de ensanchar la mente y percibir cosas que habitualmente no vemos.. Tras una experiencia con mescalina, en la que regresó al mundo de la infancia, lleno de belleza, magia y sabiduría de la totalidad, constató que “todo nuestro universo está contenido en la mente y el espíritu. Podemos optar por no encontrar acceso a él, incluso negar su existencia, pero de hecho está dentro de nosotros y hay sustancias químicas que permiten acceder a él”. El MDMA le confirmó que estamos hechos de amor y que el mundo es bueno y protector, aunque no lo parezca. Shulgin sostenía que la química y la música eran una misma ciencia, ambas combinaban melodías, ritmos y armonías.. El libro nos recuerda que entre 1953 y 1973 al menos 86 universidades e instituciones científicas participaron, financiados por fondos federales de la CIA, en programas psíquico-químicos y de guerra conductual altamente secretos. Se publicaron más de mil artículos científicos. Drogas para lavar el cerebro o controlar a los ciudadanos, sueros de la verdad o capaces de eliminar la voluntad, técnicas telepáticas o de lectura del pensamiento útiles para los servicios de espionaje. Curiosamente, esta injerencia del Estado abrió la ciencia a otros paradigmas que hoy se consideran tabúes. Después la propia administración estadounidense se encargaría de acabar con los hippies y pacifistas de la contracultura. La histeria de los medios contribuyó a ello. Se llegó a publicar que los psicodélicos dañaban los cromosomas.. No era de extrañar en una sociedad puritana que tiene como fundamento los sentimientos de culpa, vergüenza e indignidad. Una sustancia que los eliminara debía ser diabólica. “El resultado final fue una trágica pérdida para la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia”, comentó Grof”, desperdiciando la oportunidad más grande que tuvieron estas disciplinas”.. Seguir leyendo
La periodista científica Rachel Nuwer recorre la historia de la droga también llamada éxtasis o cristal. A través de docenas de entrevistas elabora un estudio ágil y didáctico de sus usos pasados y futuros
Los psicodélicos no son drogas, intensifican la percepción y pueden provocar alucinaciones, pero no son adictivos. De hecho, son una buena terapia contra las adicciones. Facilitan estados expandidos de la mente gracias a la magia de la química. Muestran que vivimos en una mente extendida, una mente que no es sólo nuestra y que puede sorprendernos, como ocurre en los sueños. Los psicodélicos tienen riesgos y no conviene jugar con ellos, pueden desatar tormentas psíquicas (sobre todo entre los más jóvenes) y revelar síntomas de enfermedades latentes. Pero también pueden ofrecernos una experiencia única: la interconexión de todos los seres a través del espacio y el tiempo, la naturaleza interdependiente de todas las cosas, que los budistas llaman pratītyasamutpāda y que el filósofo Nāgārjuna asoció con la vacuidad.. Filosóficamente, lo más interesante de estas sustancias (peyote, ayahuasca, LSD y psilocibios), que son las que conoce este relator, es que desmienten la cosmología moderna, elaborada por la Física (ciencia del impacto), y proponen una cosmología química (ciencia del enlace). La psicodelia proporciona una visión del mundo que sintoniza con cosmologías indígenas y premodernas. Huxley decía que todos los narcóticos y euforizantes vegetales que crecen en los árboles, los alucinógenos que maduran en bayas o raíces, fueron utilizados por las culturas antiguas. Para la cosmología védica, la conciencia es el factor unificante del universo. Es el “uni” del verso que es el mundo. Una lírica configurada por el sonido. Una vibración primordial es la responsable del universo en que vivimos. Y esa vibración puede resonar en nosotros, tanto en la experiencia meditativa como en la psicodélica. El objetivo último de la vida es sintonizar o armonizarse con ese origen. Un monje benedictino declaró en Newsweek que el MDMA produce en una tarde la sensación que se alcanza tras veinte años de meditación.. Rachel Nuwer ha realizado docenas de entrevistas a los protagonistas de la historia reciente del MDMA. Y lo ha hecho de un modo ágil y didáctico, sin mitificar la sustancia ni demonizarla. Nos cuenta que el padre del MDMA (C11H15NO2), también llamado éxtasis o cristal, fue el químico californiano Alexander Shulgin, que lo sintetizó en 1975 (Merck labs lo había hecho en 1912, pero no se probó). Compartió la sustancia con amigos terapeutas, que trataron con ella diversos tipos de traumas. El MDMA hacía desaparecer ansiedades, desconfianzas y tensiones internas de la neurosis.. No hacía mucho que Stanislav Grof había iniciado la terapia asistida con LSD. Algunos visionarios pensaron que la sustancia podría llevar a la humanidad hacia una mente más conectada, tolerante y amorosa. Fue abrazada por el movimiento hippie y la contracultura. El activista Rick Doblin afirmó: “comprendí que la razón de oponerse a los psicodélicos no era porque fueran malos, sino porque eran buenos. La gente tenía experiencias de este tipo y pensaba: ¿por qué matar a los vietnamitas que se parecen tanto a mí?”. Shulgin había creado para Dow uno de los primeros insecticidas biodegradables. Era el prototipo de científico loco y brillante (barba blanca y camisa hawaiana), que desarrollaba en su granja sus propios psicodélicos. Tomando como base la estructura de la mescalina, sintetizó más de doscientas sustancias e investigó sus efectos probándolas él mismo, primero en pequeñas dosis y luego aumentándolas. “Se ahorran muchos ratones y perros”, decía. No sólo se trataba de experimentar cálidas oleadas de euforia, subidones de empatía, o de quemar con ácido muchas tonterías. Se trataba de ensanchar la mente y percibir cosas que habitualmente no vemos.. Tras una experiencia con mescalina, en la que regresó al mundo de la infancia, lleno de belleza, magia y sabiduría de la totalidad, constató que “todo nuestro universo está contenido en la mente y el espíritu. Podemos optar por no encontrar acceso a él, incluso negar su existencia, pero de hecho está dentro de nosotros y hay sustancias químicas que permiten acceder a él”. El MDMA le confirmó que estamos hechos de amor y que el mundo es bueno y protector, aunque no lo parezca. Shulgin sostenía que la química y la música eran una misma ciencia, ambas combinaban melodías, ritmos y armonías.. El libro nos recuerda que entre 1953 y 1973 al menos 86 universidades e instituciones científicas participaron, financiados por fondos federales de la CIA, en programas psíquico-químicos y de guerra conductual altamente secretos. Se publicaron más de mil artículos científicos. Drogas para lavar el cerebro o controlar a los ciudadanos, sueros de la verdad o capaces de eliminar la voluntad, técnicas telepáticas o de lectura del pensamiento útiles para los servicios de espionaje. Curiosamente, esta injerencia del Estado abrió la ciencia a otros paradigmas que hoy se consideran tabúes. Después la propia administración estadounidense se encargaría de acabar con los hippies y pacifistas de la contracultura. La histeria de los medios contribuyó a ello. Se llegó a publicar que los psicodélicos dañaban los cromosomas.. No era de extrañar en una sociedad puritana que tiene como fundamento los sentimientos de culpa, vergüenza e indignidad. Una sustancia que los eliminara debía ser diabólica. “El resultado final fue una trágica pérdida para la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia”, comentó Grof”, desperdiciando la oportunidad más grande que tuvieron estas disciplinas”.. Rachel Nuwer. Traducción de Eneko Urizar Andrieu. Bauplan, 2024. 372 páginas. 25 euros. 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