Entre los campos y bosques de Yvelines (Île-de-France), se esconde un pueblecito de casitas de piedra, con su iglesia de campanario azul y su coqueta auberge: Montainville. Con poco más de 500 habitantes, no suele aparecer en ninguna lista de los pueblos más bonitos de Francia pero aquí la artista Lélia Demoisy (1991) tiene todo lo que necesita: un jardín propio, con su haya roja, un magnolio, un ciruelo, orquídeas salvajes… «Lo observo cada día, me inspira», confiesa Demoisy, que trata de no quitar ni las malas hierbas. «No son malas, sólo buscan su oportunidad de crecer», matiza ella, que deja a la naturaleza seguir su curso, siguiendo la filosofía del jardín punk del paisajista Éric Lenoir.. Ella misma tiene algo de punk filosófico, no sólo por ese trocito de cabeza rapada sobre su oreja izquierda, que cubre su pelo largo y liso. El punk de Demoisy es el de irrumpir en galerías, museos y ferias con obras que son pura naturaleza «Me gusta la idea de reasalvajar los espacios artísticos y públicos». Y es lo que hará en ARCO, en el lounge de Ruinart, patrocinador de la feria y la maison de champagne más antigua de Francia: desplegar un bosque artificial dominado por L’étrainte (El abrazo), una escultura de siete árboles distintos, esbeltos pilares de cedro, arce o ciprés que se entrelazan en una unidad.. Su discurso no obedece a la moda de lo sostenible ni su pose es la de la artista comprometida. «Mi aproximación a la naturaleza no es política o ecológica. Ni mucho menos trato de culpabilizar a la gente por su acción o inacción. Simplemente, a través de la naturaleza hablo de nosotros como individuos, porque formamos parte de ella. Y es mi manera de estar en el mundo», admite Demoisy, que despunta en el panorama artístico francés por sus delicadísimas obras, que ha expuesto en los jardines de Versailles, parques, castillos o la bodega de Ruinart, donde ha instalado algo más que una escultura. Allí, en un exuberante jardín poblado por las más sutiles obras de arte, Demoisy concibió la pieza Entre nous (Entre nosotros), una suerte de nube blanca de acero que rodea dos arces, destacando las conexiones invisibles entre los árboles y la riqueza del ecosistema. «Dos árboles pueden conectarse y crear una sola entidad, uno transmite agua y nutrientes al otro en una relación simbiótica», destaca la artista.. La artista trabajando en una de las obras que presenta en ARCO: ‘Anastomosis’.. Una visión que enlaza con el compromiso de Ruinart por la biodiversidad, desde la renaturalización de sus viñedos (donde plantó 20.000 árboles para crear un nuevo corredor ecológico) hasta la producción del champagne del futuro, con uvas adaptadas al cambio climático. Por eso, la maison francesa apuesta por la obra de Demoisy en su ciclo de Conversaciones con la Naturaleza, que estrena en ARCO.. La de Demoisy es una filosofía de los bosques, al estilo del Walden de Thoreau o, más contemporáneo, de Gilles Clément y su Manifiesto del tercer paisaje. «Jamás he cortado ni cortaré un árbol para crear una obra», puntualiza Demoisy, que de sus paseos recoge troncos caídos, ramas o maderas desechadas que luego convierte en sorprendentes esculturas, que si una campana, una especie de pez globo, un fósil de dinosaurio… Ya sea en el duro invierno canadiense a menos 25 grados, en la Patagonia o en sus bosques de Yvelines, Demoisy siempre descubre una nueva madera, una insospechada piedrecita que la inspira. Sus obras siguen la misma escala: de una miniatura casi de orfebre a la majestuosidad de un secuoya.. «Algunos árboles son como un monumento», reivindica la artista en su estudio, un hangar en un polígono de Yvelines, que le sirve para guardar y trabajar la madera más voluminosa. Aquí tiene todo el instrumental pesado: sierras radiales, grúas, lijadoras, taladros, tornos… No hay lienzos ni pinturas, su mesa de trabajo parece la de un carpintero. En medio de la espaciosa nave reposa un inmenso tronco de unos cuatro metros. «Es una historia triste», suspira Demoisy, que creció con ese árbol. «A sus pies enterramos las cenizas de nuestro perro», recuerda. Pero un día, su vecino lo taló para hacer espacio en su jardín. Y la artista custodia el tronco que forma parte de su propia biografía. «Aún no sé qué haré con él… Algunas maderas llevan aquí seis años, esperando a que se sequen o que encuentre el proyecto adecuado para ellas», confiesa. Cuando habla de los distintos tipos de madera es como oír a un pintor explicando los matices de los pigmentos. «La textura del roble es más rugosa, el secuoya tiene un tono rosado, el cerezo es muy, muy fino… ¡Hasta hay maderas que brillan con la luz negra!».. Pero su último hallazgo es la llamada madera de hierro: «Es tan dura que hay que trabajarla como si fuese piedra. Es un tipo de madera muy rara que queda sumergida en el agua, no puede flotar de lo que pesa». Su fama de coleccionista de troncos se ha extendido y le llegan ofrendas inespe-radas. «Me van a traer madera petrificada», cuenta emocionada. «Ha estado muchísimo tiempo en un pantano y también es muy dura. Es muy interesante como historia: viene de un bosque que vivió hace siglos y quedó congelado en el tiempo. Puede dar lugar a obras muy trascendentes».. Hay algo de teatral en las composiciones de Demoisy, no en vano estudió Artes Decorativas en París, especializándose en Escenografía: reintegra la naturaleza en la ciudad, incluso en la propia naturaleza. «Mostrar tus obras en un contexto urbano siempre es complejo, porque estás secuestrando el espacio público y a la gente puede no gustarle lo que pones en su calle. En un parque o bosque tienes una relación más íntima con la obra, puedes conectar más con ella…», explica. ¿Y en una galería o una feria? «Justamente por el contraste con el espacio la materia cobra un mayor protagonismo y la relación con el espectador puede ser muy fuerte y potente».. Aunque cabría la tentación de enmarcar a Demoisy en la tradición del land art, su obra va un paso más allá. «En los años 60 y 70 el land art era muy popular pero los artistas realizaban intervenciones muy drásticas en el paisaje, con bulldozers que desplazaban toneladas de tierra o piedras. Hasta Christo y Jeanne-Claude, dos creadores a los que admiro muchísimo, cubrieron con sus telas valles enteros, incluso islas. Eran unas intervenciones humanas muy intrusivas», explica Demoisy. «Yo prefiero desviar la mirada hacia una naturaleza que ya está ahí y simplemente señalarla con el dedo, porque es increíble por sí misma. Ocurren cosas mágicas y quiero mostrarlas».. Del brasileño Sebastião Salgado al danés Olafur Elias-son, en las últimas décadas varios artistas contemporáneos se han lanzado a salvar el planeta, ya sea a través de la toma de conciencia o con obras que nos recuerdan que somos parte de la naturaleza. «Ha habido muchas generaciones de artistas que han trabajado y se han preocupado por la naturaleza, pero no estoy segura de que esta línea continúe entre los más jóvenes. Mi impresión es las cuestiones de identidad y género son dominantes», cuestiona Demoisy. «Realmente creo que en este momento de emergencia climática todo el mundo debería estar hablando del tema».. Como si fuese una microrretrospectiva, un breve prólogo para adentrarse en la naturaleza punk de Demoisy, las instalaciones que estrena en ARCO viajarán en abril a Art Brussels y Art Paris, de la mano de Ruinart, haciendo un poco más salvajes las ferias europeas.
La Lectura // elmundo
La artista francesa despunta con unas esculturas que son pura naturaleza y que Ruinart lleva a las principales ferias europeas. «La relación de la obra con el espectador es muy fuerte» Leer
La artista francesa despunta con unas esculturas que son pura naturaleza y que Ruinart lleva a las principales ferias europeas. «La relación de la obra con el espectador es muy fuerte» Leer