La redactora jefa de un periódico en el que colabora un personaje llamado Juanjo Millás encarga a éste «lo peor que te pueden decir: que escribas sobre lo que quieras». Lo que leemos en las 150 páginas siguientes (y lo que hemos leído en las quince anteriores, según entiende entonces el lector) es la búsqueda, un tanto sobreangustiada, de ese tema, propio o ajeno, autobiográfico o de investigación…, sobre el que poder escribir algo. «¿Habría en esta historia un reportaje?», va preguntándose en casi todos los capítulos, como un estribillo, mientras recuerda determinados episodios de su ya larga vida (o, mejor, mientras da cuenta de ciertas cabriolas de su famosa y fecunda fantasía).. Alfaguara.176 páginas. 19,90 € Ebook: 9,99 €. Puedes comprarlo aquí.. La posibilidad de no ser hijo de quien uno creía, el temor de que el libro que estamos leyendo sea en realidad una obra colectiva (o, cuando menos, intervenida por manos invisibles e interesadas), la necesidad de resolver un grotesco incidente de cincuenta años atrás (cuando el narrador, en una mañana de borrachera, se hizo pasar por sacerdote en un confesonario y absolvió a una mujer de buena familia que, según ella, acababa de asesinar a su marido) o el recuerdo de una falsa bicefalia que «Millás», siendo niño, estaba convencido de padecer… van trenzando un relato hecho a su vez de pequeñas subtramas, más o menos ordenadas en el presente por el mencionado encargo del periódico y por las ceremoniosas visitas a una psicoanalista que, aunque cómplice y divertida, comienza a perder la paciencia.. Desde que remontase el vuelo con la publicación de Que nadie duerma (una elevación literal y espectacular, si se recuerda el final de aquella novela), el último tramo de la obra narrativa de Juan José Millás (Valencia, 1946) ha venido muy inspirado. Dejando a un lado los exitosos libros que escribe junto a Juan Luis Arsuaga, nos han hecho disfrutar mucho el diario heterodoxo de La vida a ratos o el sobresaliente juego de Sólo humo.. Y, con la aparición, ahora, de Ese imbécil va a escribir una novela (rótulo que en otro momento hubiera sido tal vez bastante disuasorio, como lo fueron otros como Lo que sé de los hombrecillos, Infieles y adulterados o incluso La mujer loca, que afeaban una bibliografía en la que figuran títulos tan buenos como El desorden de tu nombre, La soledad era esto o El mundo) no va a terminar la racha, ya que a Millás no le hace falta alcanzar ningún particular estado de gracia para ofrecer una novela como ésta, bien armada, entretenida y hábil.. Su muy deliberada brevedad no impide que el lector encuentre en ella los ingredientes habituales del autor: ya se ha aludido al psicoanálisis, pero de su mano viene también una pequeña desconfianza ante el lenguaje («La ambigüedad, pensé, era quizá una forma de mantener a raya la angustia»…), la creatividad de la memoria, la arbitrariedad de la conciencia (en cierto momento se afirma que «lo que no es ocupa en la existencia de los seres humanos más espacio que lo que es») y cierta fijación por lo familiar y la herencia genética.. También está el recuerdo de los años de la Transición (aquí con referencias a los infiltrados o a los delatores en los últimos años del franquismo), las taras físicas disimuladas con prótesis (en este caso la oreja de un dentista), la importancia de las lecturas y de la formación personal, la fascinación ante los modos de vida de los otros (lo cual acaso proceda de «el miedo que siempre he manifestado hacia la gente normal») o la intuición de que las habitaciones de las casas se distribuyen de una forma orgánica, que las estancias tienen conciencia y los pasillos, las paredes o los armarios nos vigilan y condicionan. Y, ya que hablamos de muebles, como reflexión sublime se apunta que «el objetivo de las puertas, de los cientos o miles de millones de puertas que hay en el ancho mundo, no es otro que desviar la atención de la única que valdría la pena abrir y cuya ubicación desconocemos».. Y aparte, por supuesto, hay todo un alarde de imaginación («me cuesta desengancharme de mis fantasías», admite el narrador llegado un momento), mientras el «corazón urbano» de Millás vuelve a hacer un discreto homenaje a Madrid, contribuyendo a ese interminable work in progress que es la «traducción» a literatura de esa ciudad: sin levantarme a consultarlos, y por repasar sólo los últimos, recuerdo que en Que nadie duerma se hablaba mucho del restaurante chino de la plaza de Legazpi (aunque la taxista protagonista, claro, circulaba por todo el callejero), mientras que la especular trama de Sólo humo comenzaba ante una amplia vista de la carretera de circunvalación de la M-40. En el caso de hoy, el epicentro simbólico del asunto que más cuenta en esta nueva novela está en la plaza de la Luna, y más concretamente en la iglesia de San Martín de Tours, un «lugar del crimen» al que regresar medio siglo después.. No chafo absolutamente nada del argumento si adelanto que, a pesar de que en otro momento el narrador dice: «Detesto los finales abiertos», esta novela termina sin que su protagonista se haya decidido finalmente por ningún tema para su reportaje (aunque ha llegado a enviar uno sobre prácticas geriátricas en España, que rehúsa publicar a tiempo, y aunque ha dado mil vueltas a esos flecos pendientes de su vida que podrían dar para una crónica significativa).. Y, por terminar, coherentemente, por el final, en Este imbécil va a escribir una novela sucede de un modo muy sutil algo que más abiertamente (sólo para los lectores atentos) ocurría en Rabos de lagartija, de Juan Marsé (cuando el narrador implícito admite que «es que todavía me cuesta hacerme entender») o en El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas (donde Herbal responde: «Nada» cuando alguien le pregunta qué está diciendo), esto es, una especie de bonita captatio benevolentiae que no se coloca al principio, como era preceptivo, sino (de modo emocionante en los ejemplos citados) en las últimas palabras.
La Lectura // elmundo
Al escritor valenciano, que en ‘Ese imbécil va a escribir una novela’ continúa con el buen hacer de sus últimos trabajos, no le hace falta alcanzar ningún particular estado de gracia para ofrecer una novela como ésta, bien armada, entretenida y hábil Leer
Al escritor valenciano, que en ‘Ese imbécil va a escribir una novela’ continúa con el buen hacer de sus últimos trabajos, no le hace falta alcanzar ningún particular estado de gracia para ofrecer una novela como ésta, bien armada, entretenida y hábil Leer