En 1934, el escritor y coleccionista inglés A. J. A. Symons publicó The quest for Corvo. An experiment in biography, una obra maestra que desde su mismo subtítulo ya era consciente de su propia excepcionalidad. Se trataba, por decirlo rápido, de levantar una biografía más o menos minuciosa de una persona no especialmente célebre, y de alguien, por tanto, que no hubiera dejado demasiadas huellas, ni testigos u observadores fácilmente localizables.. El sustantivo de ese título pasó a designar un subgénero narrativo que en estos noventa años ha demostrado su flexibilidad y sus posibilidades. Si uno escribe una biografía de Churchill se le permiten menos conjeturas que a alguien que lo haga lo propio con Napoleón, quien a su vez tiene menos margen de especulación que quien escriba sobre Julio César… Los lectores de biografías reclamamos rigor, pero somos comprensivos con la distancia.. Del mismo, modo, cuando se trata de juzgar a alguien importante esperamos exactitud y pruebas, y preferimos lagunas en el rastreo que caprichos en el relato. Pero cuando el asunto es retratar a alguien no especialmente relevante, sin una vida muy nítida o registrada, entonces estaríamos ante una quest, territorio híbrido cuyo autor, más cerca del novelista que del historiador, puede permitirse no sólo la imprecisión (que no el error) o la arbitrariedad (que no la mentira), sino directamente la ficción, una invención de la que ni siquiera es preceptivo dar cuenta.. Alfaguara. 288 páginas. 19,90 € Ebook: 9,99 €. Puedes comprarlo aquí.. El nuevo libro de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) tiene mucho de esto, y nace de una fascinación antigua. Cuando apenas tenía nueve años, leyó la necrológica que Gabriel García Márquez escribió sobre la escultora colombiana Feliza Bursztyn, y quedó impresionado con unas breves líneas en las que se explicaba que había muerto de un fulminante infarto de miocardio, pero que en realidad lo profundamente cierto es que «se murió de tristeza».. García Márquez parece eternamente insoslayable cada vez que se habla de escritores colombianos (sobre todo, me parece, si se hace desde España), pero en este caso está justificado, ya que a esa nota de despedida se añade el hecho de que quien iba a recoger el Premio Nobel de Literatura precisamente en octubre de ese 1982 era uno de los comensales que compartieron mesa con la tozuda, enérgica y rebelde Feliza en aquella cena parisina del 8 de enero, cuando apenas había comenzado el año, y, por tanto, fue uno de los que presenciaron la muerte instantánea de la artista, que en un segundo estaba estudiando, con más fatiga que apetito, la carta del bistró, y al siguiente caía fulminada de la silla, traicionada desde dentro por su propio corazón.. Ese segundo final de la vida de Bursztyn es el punto de partida de la investigación literaria que acomete Vásquez, quien durante meses callejea por París, observa ventanas, visita museos, entrevista a personas próximas (entre ellas su viudo, Pablo Leyva), lee las pocas monografías existentes sobre la obra de la escultora y, en no menor medida, fantasea, «dejando que los hechos probados se confundieran con imágenes que mi cabeza construía»: es ésta la actitud habitual del «questista», a la que en el caso de Vásquez se suman sus continuos hallazgos de escritor bueno.. Se hace aquí un enorme esfuerzo de reconstrucción consultada, pero también de imaginación, para analizar ese último día de la vida de Feliza, desde el gélido amanecer que la destempló hasta el momento de la cena con los ilustres amigos, pasando por la música que escucharon o los alimentos que adquirieron. Y la crónica exageradamente meticulosa de esa jornada se va barajando de forma realmente hábil con la biografía completa, el cuento de una vida que fue relativamente apacible en su primera mitad, y que, tras la decisión de divorciarse de su marido americano y, como consecuencia, perder la custodia de sus tres hijas, derivó hacia varios tipos de inestabilidades (dónde vivir, con quién, en qué ocuparse…), a las que se uniría algún susto con las autoridades de su país (encontronazos a los que aludió con osadía García Márquez en su obituario).. Los hitos de esa breve pero fuerte vida van siendo estratégicamente presentados y explicados a lo largo de Los nombres de Feliza, de modo que tenemos que callarlos, pero sí podemos adelantar que por el libro van desfilando algunos estupendos personajes secundarios, como la escritora argentina Marta Traba (que moriría un año después de su amiga no mucho más mayor y de un modo igualmente trágico) o, mucho más fugaz pero en un gran momento, George Grosz, así como André Breton, cuya oquedad intelectual e insustancialidad general fueron, al parecer, captadas al vuelo por la escultora.. No es un libro nada digresivo sino, al contrario, deliberadamente ceñido a su asunto, es decir a su protagonista, pero sí hay unas pinceladas sobre los ascendientes polacos y judíos, así como pequeñas excursiones necesarias a determinados detalles poco conocidos (al menos para mí) de la historia de Colombia (que es calificado de «país autodestructivo» o de «país de papeleos interminables»), como el antisemitismo oficial de los últimos años 30 (llegó a tener lugar «la fundación de un partido nazi en Barranquilla, y jóvenes morenos de la costa caribe defendían con el brazo en alto la supremacía de la raza aria») o, casi cuarenta años después, las disposiciones que complicaron las vidas de Feliza y Pablo y los obligaron a volver a exiliarse tras una aparatosa detención justificada por acusaciones estrambóticas relacionadas con Cuba. Y si eran estrafalarias era sobre todo porque fueron lanzadas hacia alguien que se comprometió en varios momentos con diversas causas, pero que no anduvo nunca especialmente politizada.. Al cabo, pues, sucede que la escultora se ve en este libro esculpida con cada vez más pliegues y detalles por la mano de Juan Gabriel Vásquez, que en algunos tramos alcanza el virtuosismo. La del colombiano es una prosa magistral, envolvente y cómplice que enseguida se hace amiga del lector, y en un libro que reivindica «el placer de perderse y encontrarse», ocurren los dos movimientos, y ambos de forma gozosa.
La Lectura // elmundo
Con su habitual prosa envolvente y cómplice, que por momentos alcanza el virtuosismo, Juan Gabriel Vásquez esculpe en esta novela biográfica todos los pliegues de la breve y enérgica vida de la escultora colombiana Leer
Con su habitual prosa envolvente y cómplice, que por momentos alcanza el virtuosismo, Juan Gabriel Vásquez esculpe en esta novela biográfica todos los pliegues de la breve y enérgica vida de la escultora colombiana Leer