Lo mejor (tentado está uno de decir «lo único») de aquel Valladolid anterior a 1975 fue Una historia inmortal. La echaban en un cine de sesión continua. Fui a verla tres o cuatro veces seguidas. Solo, sin acompañamiento (ya estaba uno en el «adiós a todo eso»). Acaso la más feliz adaptación al cine de una obra literaria, junto a Los muertos y El hombre que pudo reinar (hay una foto en que se ve a John Huston cabalgando a hombros de Orson Welles, ya ancianos y risueños, gigantes a hombros de gigantes), y la dicha de descubrir el mismo día a Erik Satie y a Isak Dinesen.. Se diría, sin embargo, que los dioses se reservan sus pequeñas venganzas: la película Memorias de África le ha tenido a uno apartado durante cuarenta años del libro a partir del cual Hollywood fabricó la confitura de Karen Blixen y Denys FinchHatton. Dinesen era todo un caballero y contó bien poco de su historia de amor con Finch Hatton. El amor lo dejó para sus cuentos.. Todos ellos tienen algo, y algunos, todo: misterio, poesía, sorpresa, hondura, humor… Un dechado de gracia, y el mundo reencantado.. El don de contar se tiene o no se tiene, como el de cantar. Y ella, que escribió en la apoteosis de las vanguardias literarias, siempre lo hizo de una manera tradicional y sencilla (la sofisticación va por dentro). Sus relatos empiezan con el clásico «Había una vez» (como hizo su paisano Andersen y los cuentistas del tiempo ido), y con resuelta claridad de exposición y juicio: todo está ya en la primera frase. A partir de ahí el relato va creciendo como el arco de una mezquita, con otros arcos más pequeños dentro de él, y te llegas a olvidar del argumento, embelesado en los detalles exactos. Recordaba a menudo «cómo mis negros me contaban las historias tal y como se cuentan en Las mil y una noches» y cómo ella, Serezade, se las contaba a ellos. «Cuando empecé a contar historias fue para deleitar al mundo y hacerlo más sabio», nos dice un personaje de El buceador, que encierra la mejor definición que se haya hecho jamás de este asunto que nos traemos entre manos: «Las perlas son como los cuentos del poeta: enfermedad transformada en belleza». Y así, más que contar, ensarta una tras otra, consciente de que no hay cuento que no despierte al niño que fuimos en su mejor versión, la que precede al sueño.. «El relato más difícil es siempre el de la propia vida. Contarla tan en voz baja como lo hace el mar en una caracola. Todo resuena en ella, la libertad, la belleza…». El poeta, Ecos, Ehrengard (Bille August acaba de convertirla en una comedia de enredo a lo Poco ruido y muchas nueces; se deja ver muy bien, como El festín de Babette, otra buena adaptación, aunque suprimiera esta gran verdad del general Loewehielm, presente en aquella cena: «Es preferible estar borracho a estar loco») y, claro, Una historia inmortal, cuyo tema es la soberbia (y la maldición que cae sobre quien trata de hacer de la ficción un hecho, pecado tanto o más execrable que pasar por verdad una ficción). Todas estas obras son memorables, pero ninguna acaso tan extraordinaria como Lejos de África, las memorias de los dieciséis años que pasó en Kenia como granjera (inseparable de Sombras en la hierba). Una obra maestra natural y rotunda, intensa y liviana.. El relato más difícil es siempre el de la propia vida. Contarla tan en voz baja como lo hace el mar en una caracola. Todo resuena en ella, la libertad, la belleza y la soledad envueltas en la gratitud de seguir vivos: «Ama el orgullo de Dios por encima de todas las cosas y el orgullo de tus vecinos como algo propio. El orgullo de los leones: no los encerréis en los zoológicos. El orgullo de vuestros perros: no los dejéis engordar. Ama el orgullo de tus compañeros y no les permitas la autocompasión».. No sé qué más añadir para persuadirte de que salgas corriendo de esta página y vayas a ese libro del que podría decirse lo que ella dijo del rey Lear en otro de sus relatos: «Pasase lo que pasase, estaba en manos de William Shakespeare. Eso era».. Pase lo que pase, el mundo nunca se vendrá abajo si sigue en manos de Isak Dinesen. Eso es.
La Lectura // elmundo
El don de contar se tiene o no se tiene, como el de cantar. Y ella, que escribió en la apoteosis de las vanguardias, siempre lo hizo de una manera tradicional y sencilla (la sofisticación va por dentro) Leer
El don de contar se tiene o no se tiene, como el de cantar. Y ella, que escribió en la apoteosis de las vanguardias, siempre lo hizo de una manera tradicional y sencilla (la sofisticación va por dentro) Leer