Pisar Emeryville, una ciudad atestada de empresas de tecnología y antiguo dominio de los nativos ohlone, es pisar Pixar. Y pisar Pixar, además de un bonito y cacofónico trabalenguas de aire sicalíptico (sobre todo si lo lee un italiano), tiene algo de inquietante. Quizá incluso de sacrílego. Uno entra en Pixar y, pese a su apariencia idílica (o precisamente por ella), uno duda. Demasiado perfecto para ser verdad, demasiada felicidad para ser feliz, demasiado luminoso todo para no esconder algún secreto por fuerza turbador. «Lo único que se lleva mal aquí es la búsqueda de protagonismo. Lo que se espera de ti es que aportes algo diferente, sí, pero siempre a favor de una idea común, de la película o del proyecto en el que estés en ese momento», comenta Jordi Oñate, animador catalán con más de 13 años de experiencia en la casa. Lo hace en la cafetería del gran atrio central que da paso a todo: a los baños, a la sala de juntas, a la cafetería con todo tipo de menús veganos y no veganos (por ese orden), al área de correos, a la tienda de recuerdos para los empleados (no se admiten visitas turísticas) y al cuarto (o bar) del cereal (sí, hay una estancia atestada de cereales que nunca habría imaginado uno siquiera su existencia). ¿Pero dónde estamos exactamente? «En Pixar», responde una de las encargadas de dirigir a los periodistas-turistas que han acudido a Emeryville a la presentación de Elio, la última película de la casa del flexo Luxo, dirigida por Madeline Sharafian y Domee Shi. Por el tono de la respuesta se diría que no ha entendido la pregunta. Y tiene razón. Probablemente la pregunta no tiene sentido. Pisar Pixar.. Elio cuenta la historia de un niño raro. Tal vez algo friqui. O solo particular. Tan peculiar como probablemente muchos de los trabajadores de Pixar, empezando por la propia Domee Shi. Ella es la corresponsable de la cinta que narra la historia de un crío empeñado en ser abducido por los extraterrestres. Llega a este nuevo trabajo después de haberse encargado de Red, la adorable cinta de 2022 que hablaba de adolescencias y menstruaciones. Tal cual. «En verdad, siempre me he sentido un poco bicho raro. Desde muy joven me interesé por el anime. Era la vicepresidenta del club anime de mi escuela. El club lo componíamos la presidenta y yo. No había más», dice para presentar sus credenciales. A su lado, Madeline Sharafian le da la razón y hasta sube la apuesta. La que habla, para situarnos, es codirectora debutante en el largo después de varios cortos de éxito, siempre en Pixar, como Madriguera, nominado a los Oscar. «Recuerdo que hablando con Adrián Molina [director de Coco y padre de la idea de la que surge Elio], los dos recordábamos el momento preciso en que nos sentimos raros por primera vez. Y fue cuando conocimos a alguien que, como nosotros, estaba obsesionado con la animación. Esa es la sensación que quisimos representar en el momento exacto en el que Elio entra en el universo común [Comuniverso podría ser la traducción] en el que viven todos los extraterrestres y se siente parte de ellos… Creo que mucha gente en Pixar se siente un poco así», confiesa feliz de saberse al lado de un cuarto de cereales.. El diseñador de producción Harley Jessup con Kristian Norelius y la directora Madeline SharafianDEBORAH COLEMAN/ PIXAR. Alguien podría pensar que esa celebración de la rareza, del friquismo orgulloso, de la experiencia genuina de pisar Pixar, está directamente relacionada con el propio edificio en el que estamos. Y parte de razón tendría. Si algo llama la atención y sorprende en las instalaciones es la facilidad para tropezarse. En verdad, todo son tropiezos. Uno va al baño y ahí se encuentra a Ernesto Nemesio, supervisor de efectos de luz, al que acaba de entrevistar. ¿Sería lícito continuar con el cuestionario a pie de urinario? Es entonces cuando uno empieza a delirar con la posibilidad de tropezarse con el mismísimo Pete Docter, director de todo esto, de todo Pixar, y… ahí va con la bandeja camino de algún lugar. ¿Llevará cereales? Y en caso de llevarlos, ¿serán de los redondos, de los cuadrados, de los rojos, de los verdes…? Las posibilidades son infinitas. «Muchas veces lo piensas y, en verdad, te tienes que obligar a dejar de trabajar. Estás haciendo lo que quieres y lo que te gusta, pero puedes saturarte. Así que levantas la vista del ordenador y te fuerzas a distraerte en cualquiera de las atracciones que componen Pixar», comenta divertido Oñate. Dejar de trabajar para trabajar mejor. Una fórmula infalible.. Es Walter Isaacson, el biógrafo de Steve Jobs, el que nos saca de dudas sobre la influencia del espacio en el esfuerzo y en los tropiezos cuando se pisa Pixar. En su libro sobre el hombre de Apple recuerda cómo tras el éxito de Toy Story 2, el entonces dueño de todo esto antes de su venta a Disney empezó a soñar con la posibilidad de crear un paraíso para la creación y el arte. Y para el propio esfuerzo. Tras dar con un terreno en la tierra sagrada de los ohlone (es decir, en Emeryville al lado de la bahía de San Francisco que pisamos), encargó al arquitecto Peter Bohlin un edificio en ladrillo rojo a la altura de su ambición. Cuando uno pasa la puerta principal y después de hacerse la foto de rigor con Luxo Jr. y su pelota gigante, llega al atrio de marras, al de los tropiezos. Detrás de sí (o alrededor de sí, mejor) deja un entorno de trabajo de 65.000 metros cuadrados en los que se despliegan un anfiteatro, jardines, hamacas y sillas con sombrillas, varias canchas de baloncesto, un campo de fútbol, una barbacoa, una piscina de agua salada…. Pero volvamos al edificio. Jobs vivió una temporada obsesionado por su proyecto. Estaba convencido de que los espacios comunicantes generan interacción, de que la interacción produce ideas, y de que las ideas son mejores si se comparten y se mejoran en común. Y es así independientemente de dónde sea y cómo sea: meando, comiendo, viendo cine o… delante de un bol de cereales. «Jobs creía en la idea de Louis Kahn de que los espacios tienen el poder de determinar las actitudes», escribe Aaron Winston, profesor del Departamento de Arquitectura de la UC Berkeley. Y para ello, ¡oh, sorpresa!, no dudó en diseñar el edificio a partir de sus propias estructuras cerebrales. Tal cual. Ese podría ser el secreto. «Tenía un objetivo algo perverso. Al esquematizar la construcción de Pixar en correspondencia con los mapas de su cerebro, lo que quería no era solo influir en las actitudes de sus empleados, sino meterlos en su cabeza y controlarlos», añade el profesor. Glups. Estamos en la cabeza del mismísimo Steve Jobs.. Una imagen del Comuniverso donde se dan cita todos los extraterrestres de la galaxia.PIXAR. Y ahora la pregunta: ¿Qué hacemos aquí? «Es tu turno», nos dice la encargada de los periodistas-turistas de antes. Lo que sigue es una ronda por cada departamento de la casa siempre de la mano de Elio. Elio, para no perderse, es muchas cosas. No solo es la última producción que sale del edificio que es también, como hemos descubierto a la hora del café, la cabeza de Jobs (preferiríamos estar en la de Riley, la verdad). De entrada, es la cinta número 29 de la casa fundada por Lasseter, el ingeniero Ed Catmull y, de rebote, el propio Jobs. Pero también es la primera cinta sobre una idea original (no secuela ni spin-off) después del éxito arrollador de Del revés 2. La producción del año pasado fue un momento agónico. El estreno de la segunda entrega del auto sacramental (eso es) también él dentro de una cabeza -de la adolescente Riley de unas líneas más arriba- llegó en el peor momento del estudio de animación tras el despido del 14% de la plantilla y la amenaza de recortes infinitos. Todo ha cambiado a la vuelta del año y del pánico se pasó a la euforia en una coherencia perfecta con la propia película. Del revés 2 se convirtió en la cinta de más éxito de Pixar. «Entiendo que la gente o tú mismo lo interpretes como una presión añadida», comenta Sharafian, «pero, en realidad, el triunfo de la cinta que va antes de la nuestra nos aporta tranquilidad. Es tranquilizador y muy emocionante saber que, si la película es buena, la gente irá a verla. La calidad se aprecia». El comentario es de antes del estreno. Ahora sabemos que la realidad, a veces, es cruel. Y muy poco tranquilizadora, la verdad. De momento, Elio, ya estrenada fuera de España, ha logrado el peor debut en la historia de Pixar. Pero no nos desanimemos. Seguimos en Pixar, pisamos Pixar.. En el departamento de animación Jude Brownbill y Travis Hathaway, los dos con el cargo de supervisores, cuentan con detenimiento los nuevos retos a los que se han enfrentado con Elio. Es el segundo el que da la pauta de todas las explicaciones que vendrán: «Por muy desarrollados que sean los equipos y los programas, nuestro trabajo consiste en que la tecnología no se vea». Es entonces cuando uno y otro, en una exposición bastante gráfica de lo que significa hablar en estéreo, cuentan cómo fue crear a Glordon, Questa y, sobre todo, U. Todos, claro está, son extraterrestres. «Cuando animas caballos, criaturas marinas o insectos -de todo ello ya se ha ocupadlo Pixar-, las referencias están ahí. Pero ahora ha sido diferente», dicen y es en este momento cuando se ponen en valor los tropiezos de antes. En el primer piso sobre el atrio, están expuestos buena parte de los modelos en arcilla (o algo parecido), los esbozos y los apuntes de los personajes. E impresiona el número inacabable de referencias, ideas desechadas y apuntes que requiere la creación de una criatura que flota en gravedad cero, que se mueve como una anguila o que, en efecto, tanto recuerda al alien de Ridley Scott, pero de otra manera.. Un momento, ¿y quién es U?. U es todo y es nada. Es un personaje secundario cuya forma consiste en no tener forma. No está claro que sea el personaje más radical imaginado nunca por Pixar, el Pixar que pisamos, pero casi. «U», explica Jude, «es una supercomputadora líquida. Para crearla estudiamos el líquido en el espacio y cómo reacciona en gravedad cero: glóbulos blancos en movimiento, lámparas de lava, aceite y agua, cualquier cosa líquida, moviéndose, desintegrándose y volviéndose a unir. Porque eso era lo que nos encantaba de la idea: que pudiera desintegrarse, recomponerse y dejar partes de sí misma al desaparecer». En la habitación de al lado, el veterano maestro a punto de jubilarse Harley Jessup, diseñador de producción, y Claudia Chung Sanii, supervisora de efectos visuales, les dan la razón a sus compañeros y replican idéntico entusiasmo. Ellos se detienen no tanto en U, el niño bonito, como en el propio Comuniverso donde se juntan todas las criaturas del espacio. «Cómo explicarlo», inicia nervioso Harley sin que quede claro si es por su retiro inminente o por la imagen que tenía preparada, que en este preciso instante no se ve. Y sigue: «Se trata de una estación espacial interplanetaria cuyo objetivo principal es mantener la paz y la seguridad en el universo». Bien. Más: «Cuenta con 16 planetas miembros con embajadas y sus delegaciones. Son cuatro ecosistemas diferentes que están representados en los discos giratorios. Hay un disco volcánico, un disco de hielo, un disco acuático y un disco frondoso y exuberante… Y todos los discos giratorios se muestran retroiluminados como vidrieras de colores». Bien. Y es ahora, ante la cara de no queda claro qué del periodista, que Harley y Claudia sacan el conejo de la chistera: «Nada de esto hubiese sido posible sin el programa Luna (así, en castellano), un conjunto de herramientas que permiten dirigir la iluminación en consonancia con los movimientos de la cámara». Perdón. Y es ahora cuando los dos, más entusiasmados que nunca, se lanzan a una detallada explicación por la que asoman palabras como renderización, lente anamórfica virtual, luminiscencia, luz constante… Resumiendo mucho, gracias a Luna pisamos Pixar y tenemos Comuniverso y Elio.. Stephan Steinbach y el director de arte David Luoh, los dos con gafas de realidad virtual, ‘dentro’ del set donde se desarrolla ‘Elio’.DEBORAH COLEMAN/ PIXAR. Pero, como quedó claro párrafos más arriba en algún momento de las idas y venidas por el atrio, la tecnología está, pero sin que se note. Aquí lo importante es, ya se ha dicho, tropezarse, tropezarse mucho como lo harían dos bolas de billar dentro de la cabeza de Steve Jobs. «Nosotros somos el supervisor del set y el supervisor de luz». Perdón. David Luoh y Ernesto Nemesio, con el que luego coincidiremos camino del baño, no se ofenden ante la ignorancia y eso no solo es un valor en sí mismo, sino que a mí me viene bien. «Todo lo que se ve en el fotograma», explica el primero, «está diseñado y modelado en 3D. La idea es que la cámara se pueda mover por dentro de los espacios creados literal y completamente». Y para que no quede duda, ofrece unas gafas virtuales, nos las ponemos y allá que vamos de la mano de Elio y su amigo Glordon por el Comuniverso. Falta la tienda de cereales, pero se lo perdonamos. Nemesio toma el relevo y explica el sentido de la luz misma. Suena poético y, en verdad, lo es. «La iluminación es parte de la realidad, de la realidad de la película. Los escenarios cambian según sea la hora del día, los focos de luz… Incluso una puesta de sol no es simplemente una puesta de sol. Puede ser rosa, púrpura o amarilla». ¿Era o no era lírico?. Elio, por volver a la prosa de la Tierra, cuenta la historia de un niño de 11 años obsesionado con los extraterrestres. Como es habitual en la casa que pisamos, un drama familiar (sus padres murieron en un accidente y vive con una tía) es el hilo emocional que todo lo cose. Hay aventura hacia el espacio y más allá, pero la verdadera aventura discurre por dentro. En el momento que sea abducido y se haga amigo de Glordon (el que recuerda al alien de Scott), los alienígenas del Comuniverso iluminado por la herramienta Luna, y con la sibilante embajadora del espacio Questa a la cabeza, le tomaran por todo un líder global de nuestra Tierra. Cuando, con el correr del día, hablemos de nuevo con las directoras Madeline Sharafian y Domee Shi, a la conversación se sumará la productora Mary Alice Drumm. Lo del equipo que decía Oñate es cierto. Y lo de la cabeza de Jobs y las bolas de billar, también. «La gente ahora mismo busca más conexión, y de eso habla Elio. Llevamos desde 2021 trabajando en esta película. Jamás pensamos que nos íbamos a encontrar con un mundo como en el que estamos», dice la productora midiendo una repuesta en la que no aparezca la palabra Trump por ningún lado. «Es curioso», habla ahora Madeline, «porque Elio es un personaje que descarta por completo la Tierra como un lugar viable para ser feliz. Y a veces siento que es una sensación con la que uno se identifica especialmente ahora mismo. Pero cuando miras el mundo en su conjunto, hay tanta gente maravillosa y tantas cosas buenas sucediendo en él que no queda otra que cambiar la posición, que es lo que hace Elio. Es una época difícil para estar en la Tierra, sin duda». «Lo interesante es cambiar el punto de vista», concluye Domee. «La mayoría de las películas de ciencia ficción muestran a los extraterrestres como seres aterradores. Dan miedo. Llegan para hacerte daño. Están aquí para abducirte, para reemplazarte. Pero nuestros extraterrestres son una sociedad aspiracional y positiva de seres que aprenden a vivir juntos y a apreciarse mutuamente. Y eso me parece genial». ¿Está hablando de la emigración quizá? La respuesta es una sonrisa.. Los personajes Elio y Glordon en un momento de ‘Elio’.PIXAR. Dice Oñate que siente que haya perdido el Barça, su equipo (todo esto de pisar Pixar sucede a la vez que Lamine Yamal y los suyos se la juegan contra el Inter. Ya saben cómo acabó). También dice que en Pixar da igual lo bueno que seas, que siempre empiezas de cero; que lo único que cuenta de verdad en Pixar es intentar siempre algo nuevo, algo diferente, algo que sorprenda. Y, mientras dice, se muestra convencido de que la forma de llegar al corazón de la gente es siempre desde lo más sencillo, por muy desarrollada que sea la tecnología y «por muchas lucecitas que haya». Y para demostrarlo llega el animador Matt Nolte nos da un lápiz, nos hace dibujar dos círculos y, voilà!, ahí que aparece Glordon. Es perfecto, es Pixar, es ligeramente turbador. Hora de comer cereales.
La Lectura // elmundo
Visitamos la casa del flexo Luxo en Emeryville (California), un lugar ideado por Steve Jobs a imagen y semejanza de su propio cerebro donde la interacción provoca ideas (y control) y donde Madeline Sharafian y Domee Shi han creado una nueva aventura (la película número 29 de la casa) de extraterrestres que, lejos de invadir nada, aprenden a vivir juntos Leer
Visitamos la casa del flexo Luxo en Emeryville (California), un lugar ideado por Steve Jobs a imagen y semejanza de su propio cerebro donde la interacción provoca ideas (y control) y donde Madeline Sharafian y Domee Shi han creado una nueva aventura (la película número 29 de la casa) de extraterrestres que, lejos de invadir nada, aprenden a vivir juntos Leer