En una sala del Teatro Real, Gustavo Gimeno (Valencia, 1976) habla con calma y precisión. Cada frase parece construida con el mismo rigor con el que dirige una orquesta: no hay adornos superfluos, pero sí un pulso interior, un sentido del equilibrio que revela la arquitectura detrás de sus ideas. Del 2 al 10 de noviembre, el maestro valenciano dirigirá un programa doble que el Real nunca había presentado: El castillo de Barbazul y El mandarín maravilloso, ambas de Béla Bartók. Un desafío musical y escénico que también marca su primer gran estreno como nuevo director musical del escenario madrileño.. «Fue en 2022, durante El ángel de fuego de Prokófiev, cuando sentí que este teatro era mi casa», recuerda. «La propuesta de incorporarme llegó después, de manera inesperada. Lo pensé unos días, pero en el fondo no lo dudé: era el momento justo. Es uno de los más importantes del mundo. Y como decía alguien hace poco… no se le dice que no al Teatro Real, ¿no?».. Gimeno llega aquí tras una carrera internacional sólida: director musical de la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo desde 2015 y de la Toronto Symphony Orchestra desde 2020. Su trayectoria se ha forjado, sobre todo, en el repertorio sinfónico. Pero la ópera, dice, le ofrecía algo distinto: «Me interesaba hacer ópera con mayor asiduidad. El trabajo sinfónico y el operístico se complementan; uno te da precisión y el otro humanidad. Quería ese equilibrio, y aquí lo encontré».. Ese «aquí» no es solo una institución, sino una comunidad de trabajo que lo sedujo tanto como el propio repertorio. «En un teatro de ópera confluyen muchos mundos: la orquesta, el coro, los técnicos, los regidores, la dirección de escena… Lo que me motiva es construir con todos ellos. No se trata de imponer mis ideas, sino de crear algo juntos. Esa sensación de equipo es lo que más me gratifica». En su concepción, dirigir ópera exige una sensibilidad distinta, una atención al detalle que excede lo puramente musical. «Hay momentos de gran brillo orquestal y otros en los que hay que respirar con la voz, sostenerla. Hay que entender la trama, la psicología de los personajes, la dramaturgia… La partitura no es suficiente. Dirigir ópera es construir desde la escena».. Ese proceso se ha hecho tangible en las semanas previas al estreno de El castillo de Barbazul y El mandarín maravilloso, dos obras hermanas por época y espíritu. «Aunque no fueron compuestas una tras otra, en la vida de Bartók se solapan. El castillo de Barbazul se estrenó en 1918, y ya entonces él trabajaba en El mandarín maravilloso. Ambas son una reflexión sobre las relaciones humanas, el amor, el deseo, el misterio del otro».. La puesta en escena de Christof Loy, con quien Gimeno ya había colaborado en Eugenio Onegin -su anterior paso por el Real-, explora esos paralelismos: «Loy tiene una sensibilidad muy especial. Es respetuoso con la música, pero está siempre dispuesto a dialogar. Pasamos horas analizando el texto, frase a frase, preguntándonos qué hay detrás de cada palabra o de cada gesto. En Barbazul todo tiene un sentido psicológico: cómo se dice una frase, desde qué emoción, con qué pausa o con qué distancia. Esa búsqueda me apasiona».. El programa que dirige ahora tiene, además, valor histórico. Por primera vez el Teatro Real presenta juntas estas dos partituras. Y lo hace en su versión más exigente: El mandarín maravilloso, ballet pantomima en un acto, se ofrecerá completo y escenificado, algo que rara vez sucede incluso en grandes coliseos europeos. «Yo mismo nunca lo había visto así», confiesa el director. «Es una obra de una audacia instrumental impresionante: llena de efectos inéditos, de cambios de compás, de virtuosismo extremo. Pero también de una enorme fuerza emocional. En los ensayos he visto a gente llorar. Tiene momentos duros, sí, pero también una belleza que te deja sin palabras».. Bartók ocupa aquí un territorio intermedio entre el ballet y la ópera, la sensualidad y la violencia, la luz y la sombra. En ese contraste radica su atractivo. «Su música va del misterio más oscuro a una luminosidad casi brutal. Es muy física y, al mismo tiempo, profundamente emocional. Creo que ningún espectador -tenga la edad que tenga- puede salir indiferente de una experiencia así».. Lejos de proyectar una figura de autoridad distante, Gimeno concibe su papel desde la colaboración: «No se trata de dejar un sello personal», dice. Y sigue: «Sino de contribuir a que el teatro crezca. Me identifico plenamente con el proyecto artístico que dirige Joan Matabosch; no vengo a cambiar nada radical, sino a continuar un camino».. Su discurso está atravesado por una idea que repite varias veces: la estabilidad. «En arte, la estabilidad es fundamental. Permite construir a largo plazo, y este teatro la tiene. Hay liderazgo artístico, calma institucional y una búsqueda constante de excelencia. Eso se nota». Para él, esa verdad se mide por la intensidad emocional que provoca.
La Lectura // elmundo
Gustavo Gimeno se estrena como director musical del Teatro Real con un doble programa que rinde homenaje a Béla Bartók: «Es una reflexión sobre el amor y el deseo» Leer
Gustavo Gimeno se estrena como director musical del Teatro Real con un doble programa que rinde homenaje a Béla Bartók: «Es una reflexión sobre el amor y el deseo» Leer
