Con «el milagro de una analogía» se refiere Proust al voraz incendio de la memoria suscitado por una centella vagabunda. Y milagro es que un hecho en apariencia nimio dé lugar a formidables recuerdos, estableciendo entre estos y la causa que los provocó una de aquellas correspondencias a las que se refirió Baudelaire. Sucedió en Combray, al comienzo de su monumental novela, con el sabor de una magdalena mojada en una infusión (que arranca del narrador poderosas, conmocionantes y sepultadas escenas de su infancia), y vuelve a suceder en el último tomo, El tiempo recobrado, con el casual tropiezo en una losa mal asentada (que le evoca una Venecia esplendorosa cuando va a asistir, precisamente, en una de tantas reuniones sociales en las que ha perdido su vida, a las exequias de un decrépito París). A ese modo de recordar le dio el nombre de «memoria involuntaria» y entronizó con él un modo de novelar tan personal que no pocas de sus imitaciones acaban resultando paródicas.. Muchos de los que acudan a ver la gran exposición Proust y las artes, del Thyssen de Madrid, es probable que no hayan leído En busca del tiempo perdido. Los que sí lo hayan hecho, la apreciarán acaso más. Pero unos y otros se encontrarán con una docena de obras de marca mayor (el Greco, Rembrandt, Chardin, Whistler, Boudin, Corot), un copioso número de autores ya clásicos (Monet, Manet, Pissarro, Degas, Sisley, Fantin-Latour, Renoir, Madrazo, Zuloaga) y otros, en fin, menores, escogidos por Fernando Checa (responsable de la muestra y devoto de la obra de Proust, como prueba su excelente texto en un catálogo que ha de conservarse). Quien acuda a visitarla, haya o no leído la Recheche, se llevará no sólo la impresión de las pinturas, objetos, libros, esculturas, fotos o trajes expuestos (fascinantes los de Fortuny y Babani), sino una idea aproximada de «lo proustiano».. Félix de Azúa lo contó en un texto memorable: «El relato se inicia en la infancia del protagonista y sigue una línea recta cronológica hasta llegar al último volumen, Le temps retrouvé, que es cuando Marcel, de modo casi inadvertido, se encuentra al cabo de muchísimos años en una fiesta de la princesa de Guermantes, y allí coincide con sus viejos amigos y las admiradas personalidades de su juventud, convertidos ahora en fantasmas cadavéricos o máscaras grotescas. En ese momento comprende la esencia negativa del Tiempo, se convence de la inutilidad de la vida mundana y decide recluirse para escribir un libro, ya que sólo el arte puede recobrar lo que hay de valioso en el tiempo perdido. El libro que Marcel va a escribir esa misma noche no es otro que À la recherche tu temps perdu». De modo que la novela se cierra abriéndose, y el final es el principio.. Checa recoge las célebres palabras de Proust en ese último tomo: «La verdadera vida, la vida al fin descubierta y esclarecida, la única vida por lo tanto plenamente vivida es la literatura».. Desengañado del «gran mundo» (los Guermantes) y del «cogollito» de los pretenciosos burgueses (los Verdurin), Proust, sin embargo, jamás menoscabó a quienes a través de la pintura (Elstir), la música (Vinteuil) y la literatura (Bergotte) le alentaron con su ejemplo a escribir esa Recherche, venciendo las dudas respecto de sus propias facultades para acometer una tan colosal empresa.. La categoría de «lo proustiano» se ha confundido a menudo con «lo decadente», con el dandy (en sus dos versiones, aristocrática y crapulense) y con aquellos ambientes donde se dan mezclados el oro y la purpurina, el gran arte de Vermeer y las decoraciones de Sert, los serios desgarros amorosos y los hiperespésicos amoríos. Un fatal malentendido.. En realidad lo proustiano remite al sobrehumano propósito de quien, al contar su vida tras haberla perdido en bagatelas de más y de menos, se embarcó en la búsqueda del sentido a través de la literatura. La voluntad de acero, ciega y sin concesiones, de quien descubrió a tiempo que esa búsqueda es ya un camino de salvación. Proust lo llamó también «los goces de la vida espiritual». Y así es como al escribir a la Recherche Proust justificó su vida. Como al leerlo, queda justificada la de cualquier lector.
La Lectura // elmundo
Quien visite la exposición del Thyssen sobre el escritor se llevará no sólo la impresión de las pinturas, objetos, libros, esculturas, fotos o trajes expuestos sino una idea aproximada de «lo proustiano». Leer
Quien visite la exposición del Thyssen sobre el escritor se llevará no sólo la impresión de las pinturas, objetos, libros, esculturas, fotos o trajes expuestos sino una idea aproximada de «lo proustiano». Leer