Hasta que Fernando Savater no le recomendó a uno encarecidamente este libro no sabía yo quién era Simon Gray ni, por supuesto, conocía sus ‘Diarios de un fumador’. A él se los había enviado la editorial Gatopardo, «quizá porque tengo fama de fumador. Me puse a leerlo porque en la solapa vi que fue amigo de Harold Pinter (que no me cae demasiado bien) y porque me gusta el humor inglés gamberro». Y uno lo ha leído de inmediato porque sería una frivolidad pasar por alto la recomendación de un tan buen lector como nuestro amigo.. En la contra viene una frase de Julian Barnes: «El mejor libro que he leído en todo el año». Se refiere al 2004, cuando se publicó. Cuatro años después Simon Gray «murió y no escribió ya más nada». Gray hubiera dicho «la palmó». Con 72. No sé si el autor acertó poniéndole ese título, porque el tabaco tiene un papel relativo aquí (eso sí, él empezó a fumar a los siete años, su padre, patólogo, no soltaba la pipa y su madre, deportista de élite, fumaba incluso entrenando: «El tabaco no se consideraba entonces un riesgo serio para la salud», nos dice). En cambio, han acertado los editores al ponerle una faja al volumen con la frase de un tal Craig Brown: «Nunca creo a la gente cuando dicen que ríe a carcajadas con un libro, pero ahí estaba yo con ‘Diarios de un fumador’, partiéndome de risa sin parar».. Hay un precedente ilustre. Se atribuye a Felipe III, que vio desternillarse a uno que leía a orillas del Manzanares: «Aquel estudiante está fuera de sí, o lee la historia de don Quijote», dicen que dijo. Lo que está más que probado es que fueron los ingleses quienes primero comprendieron en toda su dimensión el humor del Quijote.. Gray fue un dramaturgo que vio cómo al final de su vida su estrella se eclipsaba, al tiempo que iba escribiendo, sin muchas esperanzas, unos cuantos volúmenes autobiográficos. Este del que me ocupo lo empezó al cumplir los 65 y tanto como diarios son unas pequeñas memorias llenas de viejas historias familiares, la mayor parte de ellas inflantes, pese a su causticidad, o precisamente por ella.. «Diarios de un fumador’ son unas memorias llenas de viejas historias familiares, la mayor parte de ellas inflantes, pese a su causticidad, o precisamente por ella». Buffon dijo aquello de que el estilo es el hombre y Gray se descojona de eso (así lo diría él en la magnífica traducción de Àlex Gilbert) como de mil cosas más. De «la alta cultura de pacotilla», por ejemplo (con Auden llega a una crueldad parecida a la que han tenido algunos, aquí, con Vicente Aleixandre, Dios nos perdone). Fue una suerte para él: se murió justo cuando se imponía el yugo de los remilgos verbales.. En cuanto a la comicidad decir que la administra con mucho dominio del efecto: «Le sobresalían un poco las orejas, como a la mayoría de los hombres buenos, según mi experiencia», dice con la mayor seriedad.. A veces ese cómico monólogo suyo, en el que las historias se quedan como en un sartal, va tiñéndose de vislumbres lúgubres y misantrópicos, dando a entender que no hay demasiadas escapatorias, y menos para quien como él ha terminado tabaquista, alcohólico y un si es no es olvidado de todos, aunque consciente de aquello tan famoso: «Por delicadeza, perdí mi vida».. Puede que el hombre no sea el estilo, pero no hay un diario sin un tono original. El de Gray es el de alguien que se compadece de aquellos de sus colegas que se hallan «a la espera de una posteridad negligente»; que habla libremente de casi todo menos de su trabajo o de sus éxitos (cosa muy de agradecer tratándose de un escritor); que ama por encima de todo los poemas de Thomas Hardy, y que tiene en tanta estima su intimidad, que no la traiciona contándola.. Y acaso lo más importante, este es un libro de despedidas (acaba muriéndose hasta el apuntador): parientes, amigos, enemigos. Bajo sus sarcasmos, sus coñas vitriólicas y su humor negro aflora una mirada tan piadosa y cervantina para con todos ellos (y para consigo mismo), que da gusto ver a alguien que ha hecho de su vida aros perfectos y armoniosos mientras se la fumaba. Y todo sin que el lector despinte la sonrisa de su cara en ningún momento, ni siquiera en los más tristes.
La Lectura // elmundo
Simon Gray fue un dramaturgo que vio cómo al final de su vida su estrella se eclipsaba, al tiempo que iba escribiendo, sin muchas esperanzas, unos cuantos volúmenes autobiográficos Leer
Simon Gray fue un dramaturgo que vio cómo al final de su vida su estrella se eclipsaba, al tiempo que iba escribiendo, sin muchas esperanzas, unos cuantos volúmenes autobiográficos Leer