Carla Simón está en Barcelona. Más concretamente, en el barrio del Eixample, en la sede del estudio donde afina el sonido de su película. Oliver Laxe, en Lugo. Más concretamente, en Vilela, un lugar verde y claro de la parroquia de Son, en el concejo de Navia de Suarna, en la comarca de los Ancares, en el mundo probablemente. El segundo, además, está algo fastidiado. Una laringitis ya casi curada le hace exhibir una voz ligeramente grave, profunda incluso, y una mente en un estado contradictorio de vaporosa lucidez. «Perdonad si divago, pero me cuesta centrarme con la fiebre», dice casi más por coquetería que por prevención. Ella, por su parte, presume de embarazo. El suyo es una embarazo de ocho meses orondo y tan evidentemente feliz que hasta ofende. Y que no se priva de nada, ni siquiera de una diabetes gestacional que la mantiene hambrienta sin interrupción y hasta sin ganas. «No paro de comer un segundo», dice.. Los dos, a su modo, son pioneros. No en lo de la laringitis ni el embarazo, sino en eso que el tiempo ha dado en llamar cine español. Y no lo dicen ellos, sino eso más serio y pitagórico que son las cifras. Decía el filósofo del muslo de oro que en el número reside la esencia de todo lo real y tampoco es el momento de llevarle la contraria. Desde 2009 (hace, por tanto, 16 años) no se daba que dos directores españoles coincidían en la sección oficial competitiva del festival de Cannes. Fueron Isabel Coixet y Pedro Almodóvar. Antes, fue en el lejano 1988 cuando Vicente Aranda y Carlos Saura hicieron otro tanto. Ese 2009 citado fue la última vez que un director español que no fuera el manchego y de nombre Pedro (presente en 2019, 2016, 2011, el 2009 de marras, 2006 y 1999) llegó ahí mismo. Y hay que remontarse 1996, de la mano de Julio Medem, para asistir a un fenómeno (pues eso es dada su escasez) similar. Ahora, uno está en Barcelona y otro, en Lugo, pero dentro de poco (el Festival empieza el 12 de mayo) los dos estarán juntos en Cannes. Todo un prodigio pitagórico y hasta cinematográfico sin duda.. Carla Simón estrenará en la Croissette Romería y Oliver Laxe, Sirat. La primera película se ocupa de una niña, ya adolescente, que busca el lugar en el que se perdieron sus padres muertos en la pandemia del sida en el fragor de los años 80. Esa niña, que se llama Marina, tiene mucho que ver con la propia directora. La segunda cinta también se ocupa de otra niña, pero ésta, en vez de buscar el origen de su familia, es ella la perdida y el objeto de búsqueda por parte de su padre y de su hermano. Se llama Mar. Mar y Marina. Todo encaja. «Yo siento que acabo de llegar a la fiesta», comenta la directora. Y sigue: «Me lo tomo con mucha ilusión y como con la conciencia clara del privilegio que es estar en Cannes. Entiendo que estar ahí no significa que la tuya sea una de las 22 mejores película del año, pero, sin duda, es un lugar privilegiado, el mayor de todos, para estar si te dedicas al cine. Lo valoro muchísimo, pero soy muy consciente de la necesidad de seguir siendo autocrítica». La que habla, no se olvide, fue León de oro en el festival de Berlín gracias a Alcarràs en 2022 y lo fue, más números, casi 40 años después de que lo lograra el último cineasta español.. «Es una película, si se quiere, temeraria. La primera reacción que tuve del festival tras ver la película fue que el gesto que propone Sirat necesitaba ser apoyado y que por eso la seleccionaban…». Oliver Laxe. El caso de Laxe es distinto. Su cine, todo él, ha pasado por Cannes y en el festival francés se ha hecho grande. Su primer largo, Todos vós sodes capitáns, logró el premio de la crítica en el festival paralelo la Quincena de los Realizadores. Su siguiente trabajo, Mimosas, conquistó el premio mayor en la Semana de la Crítica, el lugar del certamen francés dedicado a las primeras y segundas películas. Y Lo que arde se llevó el Premio del Jurado en la sección Un Certain Regard. Digamos que el hecho de que Sirat acceda al lugar reservado a los elegidos se puede considerar una consecuencia casi natural. ¿Se puede pensar una película para estar en Cannes? «Las motivaciones para hacer una película son muy diversas y complejas. Está claro que hay algo sin duda noble en nuestro oficio, hay un trabajo de mirarse adentro, de conocimiento de uno mismo. Pero al mismo tiempo tienes que tener algo tan primario y mundano como ambición. Sin ambición no llegas a un sitio como Cannes». Pausa ligeramente febril y crítica. «Pero al mismo tiempo hoy es mucho más fácil hacer cine que lo era cuando yo empecé. Y es cierto que ves a mucho cineasta que parece diseñado por una inteligencia artificial». Nueva pausa. «Obviamente, este último no es mi caso. Cannes me ha acompañado desde el principio y también lo ha hecho en éste nuevo proyecto que es muy arriesgado y que necesitaba hacerlo desde hace tiempo. Es una película, si se quiere, temeraria. La primera reacción que tuve del festival tras ver la película fue que el gesto que propone Sirat necesitaba ser apoyado y que por eso la seleccionaban… No sé si he respondido», dice.. Cada una de las dos películas, como el viento, sopla donde quiere y nace de un sitio distinto. En el caso de Carla se trata del cierre de un ciclo. Romería concluye lo que se inició con Verano 1993. Aquella película narraba con todo detalle el momento en el que Frida, la protagonista, aprendía a llorar en brazos de sus nuevos padres adoptivos, que eran sus tíos, la muerte de sus padres. Frida era Carla. Y Carla era la viva imagen del tiempo, de su tiempo, de cualquier tiempo fracturado. Luego llegó Después también, un cortometraje sobre el estigma social del VIH que también quería ser otro abrazo más a esos padres que no estuvieron. Y un poco más tarde apareció como de la nada Carta a mi madre para mi hijo, un ensayo cinematográfico deslumbrante que imaginaba en forma de salto generacional un contacto casi místico entre la madre ausente y el hijo inminente. Carla en ese momento estaba embarazada como lo está ahora. Para esta película, la directora se sirvió de una correspondencia dejada por su madre antes de la muerte. Romería vuelve a esas cartas y, a su modo, las reescribe. Dice que no le gusta que se hable de trilogía porque, en rigor, no hay tal cosa. No hay personajes que se repitan, ni argumentos recurrentes, ni nada de lo que habitualmente se atribuye a las trinidades, santas o profanas. «Comencé a escribir esta película en pleno confinamiento y conserva ese momento tan íntimo de la propia escritura… El hecho de haber pasado antes por Alcarràs, me ha dado la libertad necesaria para probar cosas sin miedo. En una primera y segunda películas sientes que, de alguna manera, tienes que complacer. Ahora me lo tomado como el momento para probar y experimentar caminos nuevos», comenta.. Oliver Laxe, en su casa, en Vilela (Lugo).Rosa González. A su lado, Oliver no es que le lleve la contraria, pero sí discrepa. «La mía es una película», dice, «que quiere dialogar con el público más joven que es una audiencia más difícil porque ya no tiene el hábito de ir al cine. En este sentido, sí que me atrevo a decir que es más ambiciosa que las otras. No es que haga concesiones, no me gusta esta palabra por lo que tiene de condescendiente, pero sí he intentado, de manera honesta, clara y directa, acercarme al público, para comunicarme con él de manera explícita… Quizá sea la consecuencia de que nunca antes lo he tenido tan fácil. He rodado siete semanas en lugar de las cinco de mis trabajos anteriores. Esta es una película en la que TVE ha entrado, cosa que nunca hizo antes, y siempre me he sentido apoyado y acompañado por una televisión privada como Movistar Plus+… Es una obligación compartir e invitar al espectador». Queda claro. Sirat cuenta la historia de un padre y un hijo. Los dos buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una fiesta perdida en medio de las áridas y fantasmagóricas montañas del sur de Marruecos. Lo que sigue es algo así como el destino que les empuja detrás de una última fiesta que se celebrará en el desierto.. Más allá de las motivaciones por separado de cada uno y de sus historias por fuerza disímiles hasta llegar aquí, lo cierto es que uno y otro comparten más de lo que parece. ¿Estamos acaso ante el principio de algo? ¿Veremos desfilar por la prensa el consabido recurso de las nuevas olas que nos alcanzan? «Es complicado valorar un momento en el preciso instante que lo estás viviendo, pero sin duda sí somos conscientes de que algo está pasando. Cuando compartí con Isaki Lacuesta la selección en Berlín la sensación no era de que compitiéramos entre nosotros, sino que, bien al contrario, compartíamos. Lo que se discute es esa mirada del director jerárquica que toma las decisiones en soledad. Esta generación está demostrando que esto no tiene que ser así, que se vive mejor si compartes el proceso», dice Carla y Oliver esta vez le da la razón: «Siento como si hubiéramos salido de la clandestinidad. Ya en alguna otra ocasión he manifestado que siento que somos Carla y yo de la misma tribu. Nuestras caligrafías puede que sean muy diferentes, pero en el tipo de cine que hacemos hay una mirada hacia dentro que compartimos. Nuestra práctica cinematográfica, tanto mía como de Carla, está muy ligada a un proceso de desarrollo personal y propone un proceso de autodescubrimiento fuerte. Vivimos una época en que es importante mirarse adentro y nuestro anhelo es que el espectador haga ese mismo proceso». Esto otro ya no queda tan claro, pero quizá está en la profundidad de las cosas la gracia de la oscuridad con eco.. Para Oliver vivimos tiempos de histeria generalizada y de miedos demasiados comunes y el cineasta que él confiesa ser no está inmunizado contra ese miedo y contra esa histeria, aunque los combata y lo haga con todas sus fuerzas. «Por eso el cine que hacemos es reflejo de nuestra propia degradación. Nuestro cine no tiene la misma luz y la misma humanidad que la de nuestros maestros. De esto último estoy convencido», dice. Y sigue: «Noto que cada vez somos menos pacientes, más cartesianos y nos estamos convirtiendo más en consumidores que en espectadores. Cada vez nos cuesta más contemplar una obra de arte. Nos conformamos con consumirla». Es crítica y es examen de conciencia. Todo a la vez. Y sigue: «Mantengo la teoría que el arte en los procesos de secularización y desmoralización de la sociedad contemporánea ha ido teniendo menos luz, menos energía. Estoy convencido, por desarrollar la idea de antes, que en el cine de nuestros maestros, había más proporción de esencia que de ego. Si el ser humano está compuesto de estos dos elementos, lo que nosotros intentamos es llegar a lo que hay dentro, a la esencia, que la personalidad encubre. Pues bien, esa esencia, que es lo que importa, está más al descubierto en nuestros maestros». Y al legar aquí, se detiene.. «Hay que seguir confiando en que la gente puede conectar de manera sensible e inteligente con lo que tú estás proponiendo y en ningún momento tratar al espectador como esa masa que está viendo no sé qué de Netflix». Carla Simón. Para Carla, el problema, por llamarlo de algún modo, es similar y distinto a la vez. Ella lo llama simplemente desconexión. «Son demasiado los estímulos externos y todo se ha vuelto, tal vez, demasiado superficial. Echo de menos ese cine más introspectivo, más interior, con más peso… más conectado con el mundo que importa de verdad… Pero no quiero ser pesimista. De hecho, consideró un milagro que una película como Alcarràs, que de algún modo es tan personal, haya interesado a más gente. En definitiva, hay que seguir confiando en que la gente puede conectar de manera sensible e inteligente con lo que tú estás proponiendo y en ningún momento tratar al espectador como esa masa que está viendo no sé qué de Netflix», afirma con una contundencia que, como poco, conecta.. PREGUNTA. ¿Creéis que con vosotros se acaba la supuesta maldición con la que el Festival de Cannes había condenado al cine español?. CARLA. No me atrevo a tanto. Recuerdo que cuando estudiaba no paraba de escuchar hablar de la crisis del cine español. Y no lo entendía. Yo iba a ver cine español y me gustaba. Ahora ya no se habla de eso, sino de todo lo contrario. Imagino que llega un momento en el que cambia el discurso. Sí es cierto que no ha habido mucho cine español en Cannes, pero tampoco ha habido de otros muchos países.. OLIVER. No estoy tan de acuerdo con Carla. Países más pequeños como Portugal o, qué sé yo, como Argentina, Tailandia o Camboya sí han tenido representación. Quizá la razón de su ausencia es histórica. Sí es cierto que el cine de autor no ha tenido la fuerza que en otros países de nuestro entorno. Aquí lo que se ha valorado sobre todo ha sido el mercado. No ha habido una convivencia simbiótica en España entre el cine comercial y la expresión artística. El primero fagotizaba al segundo. En mi caso, desde luego, no me puedo quejar. Ha sido Cannes quien me ha apoyado el que me ha legitimado completamente.. CARLA. Tampoco hay que olvidar que España lleva un retraso que tiene que ver con la dictadura. Mientras en otros países eclosionó la modernidad y las nuevas olas, aquí no había nada.. OLIVER. Ahora es diferente porque, por fin, el cine de autor dispone de algunos medios que antes no ha tenido. Narrar es caro, evocar es caro. El cine es un arte desgraciadamente caro y nunca se ha entendido muy bien en España el valor de apoyar al arte. ¿Cuál es el valor de que dos películas españolas estén entre las 20 mejores del año? Creo que tiene un valor simbólico y económico enorme. Y también tenemos que aprender a darnos cuenta de esto… Que una televisión privada no solo te financie sino que te acompañe como lo ha hecho conmigo es un signo de madurez de toda una cinematografía y de toda la sociedad. Es, si se quiere, un sentido de servicio, de darse cuenta de que a todos nos renta hacer un buen pan que nada tiene que ver con el que se hace en Carrefour. Vamos a hacer el mejor pan del mundo porque sabemos hacerlo, porque es sano y porque está más rico. Vamos a hacer, por fin, un cine rico, el mejor cine del mundo.. Y dicho lo cual, a Carla le entra hambre. Y a Oliver también. El 15 se estrena la película de Oliver Laxe y el 21, la de Carla Simón. Primero Sirat, luego Romería. Buen cine, buen apetito.
La Lectura // elmundo
‘Romería’, de Carla Simón, y ‘Sirat’, de Oliver Laxe, compiten en el festival francés e inauguran una revolución por venir. Sus directores conversan sobre su obra, su vida y el nuevo tiempo Leer
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