El baile más conocido de Italia, la tarantela, tiene su origen en una curiosa creencia: «La gente decía que una persona picada por una tarántula tenía que bailar para sacar el veneno de su cuerpo, y esto podía implicar un proceso violento que la comunidad apoyaba tocando música». A la coreógrafa y bailarina danesa Mette Ingvartsen (Aarhus, 1980) la historia le pareció algo más que una anécdota y le planteó una reflexión: «La danza puede ser a la vez un veneno y un remedio. Una reacción que refleje la inestabilidad o el caos que vivimos, pero también puede proponer otras formas de estar juntos a través de ella». De ahí que decidiese crear una pieza sobre los vínculos entre el padecimiento y el baile: «Me atrajo la forma en que la danza ha funcionado históricamente como fuerza curativa social». Así surgió ‘Delirious Night’, un espectáculo que abandera la nueva edición del festival Madrid en Danza, dirigido por Blanca Li, y que se celebra desde este jueves hasta el 1 de junio en varios escenarios de la Comunidad de Madrid.. ‘Delirious Night’, que se representa en una única función en los Teatros del Canal el día 21, llega con una advertencia de música tan alta que se hacen recomendables los tapones para los oídos. También, una profusión de cuerpos semidesnudos y la sospecha de que los espectadores pueden no salir indemnes de la sala. Todo ello conecta, de nuevo, con el pasado. «Se trata de cuerpos que abandonan el surco de la estructura y abrazan lo caótico, lo afectivo y las energías de resistencia que uno pueda imaginar que surgen de ahí», explica Ingvartsen sobre la etimología del título: en latín, delirare significa apartarse del carril. «El espectáculo encarna la idea de salirse de los caminos normativos para explorar formas de bailar o comportarse que históricamente se han clasificado como patológicas o, al menos, al borde de la locura», prosigue su explicación. Y habla de aquellos episodios históricos de las epidemias de baile o coreomanías (también conocidas como bailes de San Vito) que tuvieron lugar durante la Edad Media y el primer Renacimeinto, en las que la gente perdía el control y bailaba de manera imparable por las calles en respuesta a épocas de crisis. Es el caso de la bien documentada epidemia de Estrasburgo de 1518.. «Cuando era joven, siempre me pareció extraño que nadie hablara del trasfondo erótico o incluso sexual de los espectáculos de danza». Otro de los aspectos en los que se centra ‘Delirious Night’ es la dicotomía entre cuerpos «correctos» e «incorrectos». Ingvartsen abunda: «En general, no pienso en los cuerpos en términos de lo que está bien y lo que está mal, pero me interesa saber cómo surgen esas etiquetas». Lo que se considera «incorrecto», plantea, procede a menudo «de sistemas de poder que definen lo que es aceptable o normal dentro de una sociedad en un momento determinado». ‘Delirious Night’ se centraría precisamente «en aquellos cuerpos y acciones que, históricamente, han sido etiquetados como excesivos, histéricos, indisciplinados». En la pieza, esos gestos equivocados se convierten en el punto de partida de una coreografía con las energías liberadoras, igual que los Bals des Folles (bailes en el hospital La Salpêtrière de París en la década de 1880, donde se invitaba a la burguesía a socializar con los pacientes histéricos), o los convulsionarios de Saint-Médard, que se hicieron famosos por bailar sobre un cementerio. A la coreógrafa le gustaría pensar que «revisitar esos movimientos podría ser una forma de deshacer las narrativas dominantes sobre el cuerpo hoy en día, cuando también nos vemos desafiados por múltiples crisis: injusticia social, desastres medioambientales, guerras, inestabilidad y precariedad».. Ahí entraría también el sexo. «Cuando era una bailarina joven, siempre me pareció extraño que nadie hablara del trasfondo erótico o incluso sexual de los espectáculos que íbamos a ver como estudiantes», recuerda. «Me molestaba, y decidí abordar esas cuestiones de manera frontal, lo que dio lugar a ‘The Red Pieces’, una serie de obras que realicé cuestionando las estructuras de poder en relación con la sexualidad y la desnudez. Esta investigación sigue presente, porque la igualdad y la comprensión del género han sido cuestiones políticas para mí». En este caso, sin embargo, no se trata de eliminar la sensualidad, «sino de redistribuirla, de colocarla en el ritmo, en el movimiento compartido, más que en escenificaciones más explícitas de lo erótico». A Ingvartsen le interesan más «los estados extáticos en los que los cuerpos van más allá de sí mismos, en los que la expresión se vuelve colectiva en lugar de individual o erótica en un sentido tradicional».. Lo cual lleva a otra de las preocupaciones de la bailarina y coreógrafa: la monstruosidad. «Me fascina porque trastoca las categorías ‘inamovibles’. Un monstruo es algo que no se puede clasificar fácilmente, se resiste a las normas y a las definiciones fáciles», explica. En piezas anteriores, exploró la monstruosidad como «una forma de reflexionar sobre los cuerpos híbridos y cómo pueden producir nuevas formas de deseo, políticas igualitarias y estéticas inesperadas». En cierto modo, ‘Delirious Night’ continúa ese interés: «No se trata de presentar movimientos de danza pulidos o muy controlados, sino de crear un espacio para expresiones del afecto sociales, caóticas, enérgicas y posiblemente monstruosas. Para mí, abrazar estados de exceso emocional es vital, y también es una forma de procesar sentimientos fuertes como el agotamiento, la ansiedad, el desgaste profesional… pero, por supuesto, también la profunda necesidad de alegría y celebración que siempre persiste, al menos en mí».. «La gente ansía reconectar con su cuerpo a través de la danza. La desconexión viene de las pantallas, del estrés». Se podría decir que la pandemia fue un momento en que todas estas cuestiones quedaron a la luz, por la necesidad generalizada de reconectar con nuestros cuerpos. «Yo también sentí ese impulso. Y fue el momento en que me interesé por todos los materiales en los que trabajamos para ‘Delirious Night’». Así, se fijó específicamente en los momentos históricos en los que «la danza social aparecía como respuesta a una crisis, cuando los cuerpos estallaban, literalmente, en movimiento, de forma incontrolable». Ahí está el vínculo, subraya. «Parece que durante la pandemia, e incluso ahora, la gente ansía esa liberación física, la reconexión con su propio cuerpo afectivo a través del baile. La desconexión, creo, viene de las pantallas, del estrés y, quizás, de enfrentarse a todos los retos de nuestro mundo actual, donde puede ser difícil navegar a través las propias emociones. Bailar -especialmente de manera colectiva- ofrece un contramovimiento a eso, y creo que por eso tanta gente sigue sintiendo la necesidad de bailar».. Vuelta al principio y a la picadura arácnida: «El baile era al mismo tiempo una enfermedad y una cura, y creo que es una hermosa manera de pensar en lo que la danza puede seguir haciendo en el mundo de hoy. Tal vez pueda ayudarnos a buscar nuevas formas de colectividad y maneras de estar juntos, en tiempos en los que lo necesitamos profundamente. ¿Alguien está dispuesto a bailar, implacable e incontrolablemente?».. Diversos escenarios.. Del 8 de mayo al 1 de junio.. Entradas de 5 a 35 euros.
La Lectura // elmundo
Mette Ingvartsen encabeza con ‘Delirious Night’, una pieza sobre el exceso y la monstruosidad, la programación del festival que dirige Blanca Li y que arranca este jueves. Leer
Mette Ingvartsen encabeza con ‘Delirious Night’, una pieza sobre el exceso y la monstruosidad, la programación del festival que dirige Blanca Li y que arranca este jueves. Leer