Poesía en Segovia. Rebasar el umbral de lo que una vez fueron las estancias íntimas de un personaje puede crear la sugestión de ser convidados por el anfitrión a una tarde de tertulia sin prisa y con dulce merienda. Por eso, a un callejón en cuesta, de viento suave pero frío, y desvalido nombre, Desamparados, y tras una cancela de altura escasa, llegamos a pasar la hora de la siesta con don Antonio a ésta su pensión, que no casa, en la que, junto a otros seis o siete inquilinos, pasa sus años segovianos (1919-1932) alquilando la alcoba del fondo, a razón de 5 pesetas diarias. Este aposento de techo bajo y austeridad casi monacal, regentado por doña Luisa Torrego, mujeruca de negro que al poeta cuida con devoción, invita al recogimiento, con estufa de petróleo para los fríos de su Castilla, recia cama de hierro, mesita redonda (su lugar de trabajo), cómoda negra y lámpara suspendida del mismo cable trenzado en hélice del que se alimenta. Como la casi totalidad de mobiliario y menaje es original, el poder evocador del conjunto es hipnótico y la ausencia del poeta se hace presencia, tanto que casi pueden escucharse los crujidos de la tarima bajo sus pasos acercándose para ofrecernos el café que, recién llegado de la vetusta cocina de leña, nos entonará el cuerpo, y recitarnos unos versos, que harán lo propio con el espíritu.. Arquitectura popular de barro y teja. De un tiempo en que las distancias se medían en leguas y los recorridos, en jornadas enteras de polvo y fatiga, queda todavía, al borde del camino, alguna que otra maltrecha venta que durante siglos y al anochecer ofreció lecho, condumio y vino a todo arriero, carretero, juglar o caminante que hasta ella se llegara. La de Borondo, en Daimiel, con su aroma cervantino, tiene en las últimas luces del día, momento sublime para acercarse a sus paredes de tapial encalado, un aire fantasmagórico e irreal, como de castillo quijotesco, como si sobrevolara el espíritu del último ventero invitándonos a reposar y a avituallar la extenuada anatomía, como si, a la del alba, nuestro entrañable caballero fuera a salir, armado ya como tal, bajo su dintel de añosa madera.. El ferrocarril fantasma. La fracasada historia del Santander-Mediterráneo, un proyecto ferroviario faraónico que pretendió unir, en la primera mitad del siglo pasado, los puertos de Valencia y Santander, cautivará por igual a apasionados del ferrocarril y a amantes del paisaje de la desolación. Hijo de planteamientos erróneos y víctima, durante su construcción, de la Guerra Civil y de otros avatares económicos, este tren nació condenado y, aunque a punto estuvo de ver la luz, en el año 1959, y a escasos kilómetros ya del Cantábrico, la obra se paralizó para siempre, dejando a lo largo de su trazado, una sucesión de infraestructuras cadáver de las cuales, el túnel de la Engaña, una perforación de casi 7 kilómetros que atraviesa toda la Cordillera Cantábrica, es la más fascinante. Abierto a mano durante ocho largos años de penosas condiciones laborales, en los que accidentes y silicosis segaron muchas vidas, jamás fue utilizado.Hoy, junto a las también ruinas de los poblados que se construyeron en ambas bocas, Vega de Pas y Pedrosa de Valdeporres, y parcialmente derrumbado ya, muere lentamente de abandono, siendo lugar de peregrinación de senderistas que, a los pies de la cordillera, se acercan a escuchar, antes del colapso final, el silencio del que fue el túnel de mayor longitud y envergadura de su época, la colosal sima ferroviaria de La Engaña.. Camino de Santiago de Madrid. Para amilanados por los derroteros de larga distancia a los que sin embargo alguna vez tentó la experiencia Jacobea, la primera etapa de cualquiera de los Caminos oficiales puede ser un ensayo divertido y sin consecuencias, a menos que decidamos no regresar jamás a nuestro lugar de origen y abrazar una nueva vida ya por siempre errante por esas sendas de Dios. La primera etapa del Camino de Madrid es una ruta, mitad urbana, mitad campestre, de 25 km. que inicialmente discurrirá por las principales arterias de la ciudad hasta que el dibujo de su perfil quede definitivamente atrás al cruzar la M40, frontera física y simbólica entre paisaje urbano y campestre. Ya en campo abierto y siguiendo antiguos caminos de trashumancia, los pájaros silbadores junto a encinas y algunos almendros, estos días pletóricos en su floración, serán nuestros compañeros hasta el final en Tres Cantos, lugar en el que, con los números del día cumplidos, las cuentas arrojan un resultado de 648 kilómetros hasta Santiago, una distancia que para alguno, ante la extenuante perspectiva de una nueva semana laboral y una vez superada la prueba de fuego de la iniciación, quizá resulte una opción mucho más llevadera. Se recomienda avisar a familiares.
La Lectura // elmundo
De la Casa de Machado en Segovia a la ruta madrileña del Camino de Santiago, pasando por una típica venta manchega y un túnel maldito, la redactora y diseñadora de EL MUNDO propone un recorrido por otra España Leer
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