Subir al monte es mi mejor terapia, ya sea en Madrid o en Nepal. Si no estoy en la Redacción del periódico, búsqueme en mi otra oficina: la montaña. El mejor deporte, la mejor terapia, en mi caso, pasa por caminar, por subir cerros. Cuando puedo, esta pasión me lleva a Sierra Nevada, al Pirineo y a Nepal, pero en Madrid mi gran patio de recreo está en torno a la Bola del Mundo, el cerro de la Sierra de Guadarrama que está a 2.257 m, también bautizado como el Alto de las Guarramillas. Mi paseo favorito arranca en la subida al puerto de Navacerrada, pasa por el Mirador de las Canchas, la fuente de la Campanilla -hay que tocarla para tener buena suerte- y sube hasta el pluviómetro dejando La Maliciosa a la espalda. Se llega a las antenas de comunicación de la Bola del Mundo, pintadas a listas rojas y blancas como el cohete de Tintín… De ahí, se baja por las zetas del telesilla al Camino de la Tubería pasando por la Fuente de la Caña. En total, 18 kilómetros y casi mil metros de desnivel positivo. El premio: un cafelito y un cruasán en Domca, la pastelería de Becerril de la Sierra. Pregunten por Guasi. Es una crack.. Si el fin de semana se alarga o la ventana asoma a un puente como el de esta semana, aprovecho para escapar unos días a un pueblo auténtico de Granada que emerge abrazado al penacho de una montaña entre millones de olivos. Montefrío es un pueblo congelado en el tiempo. Su imagen es tan potente que National Geographic la ha bautizado como una de las villas más fotogénicas de España. Su iglesia redonda, la de la Encarnación, recuerda al panteón de Agripa en Roma. En lo más alto, la iglesia de la Villa, cual fortaleza, construida en el XVI. Pero más allá de sus monumentos, de sus calles empinadas y encaladas, están sus gentes, sus buenas gentes. Hombres y mujeres dedicados a cultivar, a varear olivos de picual (marteña), de picudo. Árboles centenarios, algunos milenarios, entre los que destaca una variedad única en el mundo: el Chorreao de Montefrío. Una planta endémica, un olivo de altura que derrama sus frutos y que se arrancaba porque daba poca cosecha. Eso fue así hasta que a la cooperativa San Francisco de Asís (Aceites Montevilla) se le encendió una bombilla y pensaron que estaban desperdiciando un tesoro. Ahora, embotellan el Chorreao cogido en verde y no dejan de ganar premios y clientes. Su sabor es de matrícula de honor y sus propiedades, también. Cátenlo y verán.. Entrevisté años atrás a Ana María Lajusticia -descanse en paz- y me convenció de que si quería cuidar mis articulaciones debía suplementarme con colágeno con magnesio, sobre todo porque había dejado de comer casquería… Así que dicho y hecho. Para alternar con las pastillas, decidí tomar una vez por semana los callos de Cervecería Alonso. Un rincón enano en la madrileña calle Gabriel Lobo, a la vera del Auditorio, por si quieren unir el picapica con una sinfonía. Lugar apretado, repleto, con unas cañas de aúpa -a la antigua-, bravas dignas y unos boquerones fritos repletos de omega 3, por aquello de seguir abusando de los consejos de Lajusticia. Camareros adustos y profesionales. Hay marisco, tapas con cada bebida y, los viernes, torreznos de campeonato. Cierran los sábados por la tarde y los domingos.. Me encantan los diarios en papel y los libros, también. No soporto los Kindle ni los ‘ebooks’ en el iPad. Donde esté el contacto físico con las letras, con las historias, que se quite la pantalla. Por eso me gusta entrar en las librerías y ramblear entre sus estanterías, entre sus mesas de novedades. Una de esas librerías llenas de magia y talento es Pérgamo (General Oráa, 24, Madrid). Es pequeña, coqueta, de techos altos con derecho a escalera y maderas recias. Años atrás, cuando sus dueñas la iban a cerrar por jubilación, un antiguo lector la rescató por puro amor a las letras -¡ole!- y ahora ha brotado como una flor al norte del barrio de Salamanca. Entrar en Pérgamo tiene el valor añadido de la prescripción. En Sant Jordi fui de compras y busqué la amable voz de María y su consejo (también están Pablo y Érika). Las indicaciones de la experta me convencieron, aunque patinó con un arranque tipo realismo mágico. La compra final: ‘Ya casi no me acuerdo’ (Clara Morales, Tránsito), ‘Te siguen’ (Belén Gopegui Durán, Random) y ‘La familia’ (Sara Mesa, Anagrama). De postre encargué ‘El vuelo del hombre’ (Benjamín G. Rosado, Seix Barral), que estaba agotado.
La Lectura // elmundo
Del diario EL MUNDO a subir a la Bola del Mundo (2.257 m). No es muy original, pero es mi entreno favorito. Por el camino, os invito a casquería, al mejor aceite de oliva y a unos libros. Leer
Del diario EL MUNDO a subir a la Bola del Mundo (2.257 m). No es muy original, pero es mi entreno favorito. Por el camino, os invito a casquería, al mejor aceite de oliva y a unos libros. Leer