No es fácil escribir reseñas breves sobre libros de cuentos, pues, por más que pueda haber un tono común, o algunos elementos recurrentes, cada pieza exigiría su propio comentario. Sucede también lo mismo con Terrestre, el nuevo libro de Cristina Rivera Garza (Tamaulipas, México, 1964), pero es verdad que el carácter ambulante de los siete relatos incluidos invitan a ensayar consideraciones generales.. Random House. 176 páginas. 17,95 € Ebook: 11,39 €. Puedes comprarlo aquí.. En el diario que acaba de publicar Sabina Urraca, Escribir antes, se dice de pasada algo definitivo, y es que «todos los viajes se hacen para buscar un par de detalles». Si eso es así, entonces los desplazamientos a los que asistimos en Terrestre no son exactamente viajes, sino verdaderas odiseas, periplos en los que los personajes viven verdaderos procesos de iniciación, peripecias que hacen que las narradoras despierten a la vida o a la conciencia social, o que vayan hacia el interior de sí mismas o a lo más hondo de la propia genealogía o a lo más borroso de la memoria íntima cuando se trenza y se confunde con la invención y la literatura (como en el primer cuento, de título precioso -«El significado de la lluvia»-, en el que se diría que la narradora regresa a Belfast, donde no ha estado jamás…).. Creo que el cuento que más me ha gustado es el segundo, «Sol de otro planeta», en el que dos muchachas («ya no son unas niñas», les van diciendo por las estaciones y las tabernas, lo cual parece más una amenaza que afán de proteger) se lanzan con deliberada temeridad a darse una buena vuelta por la geografía mexicana, no tanto para contemplar su belleza como para comprobar sus peligros, aunque desde luego aciertan a pasárselo muy bien y a encontrarse (la una a la otra y cada una a sí misma) cuando no amenazan sustos ni sobresaltos.. Pero hay otros de denuncia tácita, como «Práctica de campo», en el que (ya sea un caso real, ya alegórico) se asiste al previsible desmantelamiento por parte de las fuerzas armadas de una suerte de comuna autogestionada en el que la narradora despierta al activismo de un modo que, en lo lingüístico, recuerda hermosamente a una plegaria: «Venimos de lejos. Venimos de los libros que llevamos bajo el brazo. Venimos de las consignas que se corean en las marchas […] Venimos de la imaginación. […] Qué colosal es la luz cuando está a punto de morir».. La prosa de estos cuentos fluctúa de una forma eficaz entre cierto preciosismo disimulado (probablemente indeliberado, incluso) y la dureza, entre la eficacia narrativa y la poesía buena: en enero del año pasado Rivera Garza reunió toda su obra poética en el volumen Me llamo cuerpo que no está, irregular en muchos sentidos pero sobre todo en el de la variedad de registros, con poemas narrativos, teatrales, diarísticos o plenamente líricos, y en donde, llegado un momento, culminaba el poema «Una confesión» declarando: «Yo soy en realidad una periodista», algo que no es curricularmente cierto, pero que tal vez hay que tener en cuenta a la hora de leer su narrativa y de escarbar en sus intenciones.. Y aunque también leemos aquí algo así como el negativo de otro cuento posible, ya que está constantemente construido a base de negar dos o tres veces en cada línea todo lo que, seguramente, sí fue pasando, en un juego de inversión curioso pero también algo desazonante; no se puede discutir que la prosa de Rivera Garza, que viene de ganar el Pulitzer por la traducción al inglés de El invencible verano de Liliana, es soberbia, una mezcla de virtuosismo y fuerza que lleva por donde quiere a los lectores a los que nos gusta ser llevados y traídos.
La Lectura // elmundo
La prosa de la mexicana, ganadora del Pulitzer, es soberbia, una mezcla de virtuosismo y fuerza que lleva por donde quiere a los lectores a los que nos gusta ser llevados y traídos Leer
La prosa de la mexicana, ganadora del Pulitzer, es soberbia, una mezcla de virtuosismo y fuerza que lleva por donde quiere a los lectores a los que nos gusta ser llevados y traídos Leer