Con 21 años Chris Whitaker (Londres, 1981) leyó un artículo en un periódico sobre un corredor de bolsa que posaba junto a su Ferrari. «Pensé, ingenuamente, que esa era la vida que quería para mí», nos atiende el escritor por videoconferencia. No sin esfuerzo («pues no había estudiado para ello y se me daban fatal las matemáticas», reconoce), consiguió que una compañía lo fichara como broker júnior. «Me dedicaba a pasear a los clientes, a beber con ellos, a consumir drogas… nada bueno». Con el tiempo, convenció a su jefe para que le dejara probar suerte en el trading. «Me concedió un margen de pérdidas de 10.000 libras, sin imaginar que en mi primera mañana en el cargo generaría una deuda de un millón para la empresa». Le dieron dos opciones: pagar la mitad de su bolsillo o vérselas en un juicio por mala praxis financiera. «Elegí la primera y lo guardé en secreto. No quería que mi familia supiera que era un absoluto fracaso».. Ha pasado más de una década desde aquello y Whitaker no sólo ha saldado sus deudas, sino que puede vivir holgadamente de los beneficios que generan sus novelas. Tras el éxito de Empecemos por el final, publicada en 2020, Todos los colores de la oscuridad (editada también por Salamandra) desprende, como aquella, un cierto aroma a Gran Novela Americana. «Esta es una historia que no podría suceder en ningún otro lugar», explica desde su casa de Londres. «La idea original, la de dos adolescentes secuestrados que se enamoran en el oscuro sótano de su captor, parece simple. Sin embargo, para que funcionara necesitaba incorporar una serie de ingredientes que sólo pueden darse en un pueblo de Misuri». Uno inventado, Monta Clare, donde en 1975 desaparecen varias niñas y también un niño, Patch, que pasará los siguientes treinta años intentando encontrar a Grace, la consoladora voz con la que compartió sus días de encierro.. Salvo Florida, Boston y Nueva York, Whitaker no conoce ninguno de los lugares que, con suma precisión, detalla en el libro. «La condición para escribir de sitios en los que nunca has estado pasa por lo que yo llamo compromiso total de inversión en el ambiente», explica. «Hay un breve pasaje en el que el protagonista trabaja temporalmente en una mina. Para recrear esa parte, lo leí todo sobre el Lead Belt, la zona de Iron Mountain y el Pilot Knob». Si alguno de los personajes -como sucede en varias ocasiones a lo largo de este thriller- se introduce en un bosque, Whitaker consigue convertir en palabras cada estímulo a su alrededor. «Árboles, flores, pájaros, con su forma, color y canto característico dependiendo de la época del año». Así, por ejemplo, durante las labores de búsqueda de Patch, el comisario de policía avanzará «a través de la espesura entre el cornejo, respirando la madreselva, el avellano de bruja y el saúco».. El novelista londinense, durante su última visita a España.ROSER NINOT/SALAMANDRA. La gira de presentación del libro por varias ciudades de EEUU coincidió con las elecciones. «Me pilló en Charleston, Carolina del Sur, y allí comprendí que me encontraba en un país demasiado grande para tener un sólo presidente», reflexiona Whitaker. «Desde fuera, no puedes evitar preguntarte cómo esta sociedad tan avanzada ha podido polarizarse tanto, pero una vez allí te haces una idea de su verdadera dimensión y complejidad». Dos semanas después, de vuelta en Europa y aún bajo los efectos del jet lag, recibió una llamada de su agente. «’Eres el número dos’, me dijo. Y yo contesté: ‘¿De qué me estás hablando?’. Y respondió: ‘Ve corriendo a comprar el New York Times y luego hablamos’». Allí encontró su nombre encaramado, una vez más, a la lista de best sellers más vendidos. Después recibió en su móvil una imagen de Jill Biden, la primera dama, leyendo plácidamente en la playa Todos los colores de la oscuridad.. «Cuesta digerir este tipo de impactos, pues la escritura es un ejercicio de soledad en el que, de pronto, participa todo el mundo y adquiere una proyección pública que te desconcierta». Whitaker empezó a escribir su novela en los primeros días de confinamiento. «Cayó un extraño velo sobre nuestras vidas y, para protegerme de las noticias que nos llegaban de fuera, me construí una cabaña en el jardín». Alejado del ruido, a lo Walden de Thoreau, pero lo suficientemente cerca de su familia como para poder ocuparse de su hija recién nacida, comenzó a tirar del hilo de una breve sinopsis que había mandado a la editorial. «Poco a poco, la historia de Patch, un chaval de 13 años que se enamora de una niña a la que no llega a ver la cara y que todos creen que es producto de su imaginación, fue creciendo hasta convertirse en un macro relato acerca de la obsesión, los primeros amores, el paso a la edad adulta, la familia…».. «Todo cambia después de un ‘best seller’. Mentiría si dijera que no siento presión». Muchas de las premisas de género de Todos los colores…, que contiene los mejores ingredientes del noir americano, son en realidad una excusa para abordar cuestiones más profundas que acaban desdibujando la línea que separa la felicidad de su desgraciado reverso. «Este es el libro en el que más he puesto de mí mismo», asegura. «Cuando tenía 10 años, el novio de mi padre me sacó una noche de la cama con tal violencia que me rompió el brazo. Me obligó a guardar silencio si no quería meterme en más problemas, así que le dije a mis padres que me lo había hecho jugando al fútbol». Entonces no lo sabía, pero esa rabia acabaría configurando el carácter de Patch, quien, como él, logra sobreponerse a una infancia difícil. «La pregunta que todos nos hacemos a medida que cumplimos años es: ¿debemos enterrar lo malo que nos ha pasado o confrontarlo para poder seguir con nuestras vidas?».. Todos los colores de la oscuridad es también un homenaje a John Hart, uno de sus grandes referentes literarios. «Aún trabajaba en la City y soñaba con ser millonario cuando, al poco de cumplir los 30, cayó en mis manos No hay cuervos, sobre un niño desaparecido», recuerda Whitaker. «Me obsesioné tanto con el personaje que empecé a indagar en la vida de Hart, quien curiosamente también se había desempeñado como broker y lo había abandonado todo para dedicarse a la escritura». Al día siguiente, renunció a su puesto y su jefe le ofreció un aumento. «Lo rechacé. Vendí mi casa, mi coche y nos mudamos a España durante un año». En un apartamento de Marbella empezó a escribir su primer libro, Tall Oaks. «El inmenso cielo azul, los paseos por la playa y la comida tuvieron un efecto vivificante en mí. Aunque no hablo español, y eso que me apunté a varios cursos de Rosetta Stone, me siento muy en deuda con su país».. Los dos primeros libros de Whitaker recibieron muy buenas críticas, pero no recaudaron lo suficiente. «Necesitaba desesperadamente el dinero, así que trabajé a tiempo parcial en una biblioteca pública, el Disneyland de mi infancia…». Desde entonces, ha desarrollado un peculiar método de escritura. «El primer año, antes de ajustar los hilos de la trama, lo dedico por entero a los diálogos», confiesa. «Puede resultar extraño, pero creo que nuestra forma de hablar dice mucho de nosotros, nos delata. Una vez resuelto eso, sé perfectamente cómo va reaccionar cada personaje en cada situación».. Lo que no esperaba era que su legión de lectores llegaría a alcanzar los siete dígitos. Pero ¿juega el éxito a favor o en contra de la libertad creativa? «Creo que es una muy buena pregunta. He tenido mucha suerte, pero mentiría si dijera que no estoy expuesto a una cierta presión, sobre todo en lo que respecta al tiempo de escritura, que en mi caso ronda los cuatro años por libro», se sincera. «Digamos que ahora estoy aprendiendo a encajar las diferentes fases del proceso. Todo cambia después de escribir un best seller. Has de adaptar tu cabeza a la nueva realidad».
La Lectura // elmundo
En ‘Todos los colores de la oscuridad’ el escritor británico recrea el secuestro de un niño en un pueblo de Misuri de los años 70 que le sirve para llevar al límite las premisas del ‘noir’ americano Leer
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