Andrew Doyle (Derry, Irlanda del Norte, 1978) creó a Titania McGrath como una identidad virtual en redes sociales para reírse del activismo de izquierdas que, con el paso del tiempo, ha terminado adquiriendo la denominación de ‘woke’. Humorista reconvertido en ensayista (‘Mi pequeño libro de activismo interseccional’, de 2021, y ‘La libertad de expresión’, de 2022, ambos editados en España por Alianza), ha seguido de cerca los desmanes del último desguace de chatarra de la posmodernidad. Ahora proclama que aquel delirio se ha terminado en ‘The End of Woke’ (‘El final de lo woke’), un nuevo tratado que acaba de publicar en Reino Unido.. Hace tres años, usted dudaba: «Hay días que pienso que ganaremos y otros que no». ¿Qué se ha producido para que proclame el final de lo ‘woke’?. Varias cosas. El movimiento ‘woke’ acumuló mucho poder, pero exigía demasiado, hasta el punto de obligar a la gente a repetir falsedades, a afirmar cosas que no eran ciertas. Por ejemplo, que en la especie humana no existen sólo dos sexos. También intimidaba a las personas para que no expresaran lo que sentían realmente. Creo que eso es demasiado para cualquier sociedad. Al final, las personas sólo aguantan hasta cierto punto. Sólo aceptan ser intimidadas durante un tiempo antes de hartarse. Y creo que eso es exactamente lo que ha pasado. Además, ahora hay una mayor conciencia de lo que realmente implica el movimiento ‘woke’. Se presentó como algo basado en la amabilidad, la compasión, en estar del lado correcto de la historia. Pero era justo lo contrario, como podrá confirmar cualquiera que haya sido acosado en redes por activistas ‘woke’. En realidad, se trataba de legitimar el acoso y la coacción, y de imponer sistemas de creencias que mucha gente no comparte.. ¿Qué manifestaciones ve usted del cambio de ciclo?. Hay señales claras de que los aspectos más extremos del movimiento han llegado a su fin. Por ejemplo, el Informe Cass, que ha llevado al Gobierno laborista en el Reino Unido a prohibir los bloqueadores de la pubertad. Ese es un buen ejemplo de que no se trata de una cuestión de izquierdas o derechas: hablamos de un Gobierno de izquierdas que ha reconocido que eso no es algo positivo. También hemos tenido una sentencia del Tribunal Supremo que establece que el término «sexo» en la Ley de Igualdad se refiere al sexo biológico. Hay menos iniciativas DEI [Diversidad, Equidad e Inclusión] en marcha. Varias empresas están dando marcha atrás en todos esos campos. Todo esto indica de forma bastante clara que el poder del movimiento ‘woke’ se ha debilitado. Pero no soy tan ingenuo como para decir que esto ya se ha acabado para siempre. Todavía persisten muchos problemas. Muchos activistas han conseguido posiciones de poder en la sociedad y no van a renunciar a ese poder sin resistencia. Así que la guerra cultural seguirá su curso. Pero creo que, a partir de ahora, lo que veremos será un declive. La cuestión es cuánto tiempo tardará y qué lo sustituirá. Y eso es, en definitiva, lo que trato de explorar en el libro: cómo será la próxima fase de esta guerra cultural, aunque sin hacer demasiadas predicciones.. En el libro usted defiende que no hay que analizar el fenómeno en términos de derecha o izquierda.. Lo ‘woke’ es una revolución cultural que persigue la equidad según la identidad grupal y mediante métodos autoritarios. Está completamente desvinculado de lo que normalmente consideraríamos progresista. Lo que vemos es que muchas personas terminan defendiendo ideas profundamente regresivas. Algunas incluso vuelven a racializar la sociedad, como ocurrió en la American School de Londres, donde los niños fueron segregados por el color de su piel en actividades extracurriculares bajo el pretexto del pensamiento antirracista. Ahí es donde te lleva: puedes oponerte sinceramente al racismo y terminar apoyando ideas racistas. Puedes apoyar genuinamente los derechos de las personas homosexuales y acabar respaldando el movimiento más antihomosexual que hemos visto en mucho tiempo, más aún que cuando yo era niño.. ¿Y qué hay de los ‘trans’?. Ciertos activistas dentro del lobby ‘trans’ han adoptado medidas claramente autoritarias, hasta el punto de llamar a la policía si sienten que alguien no está utilizando el lenguaje que desean. Intentan instrumentalizar la ley para conseguir sus objetivos. Todo esto es innegable. Hemos visto casos de personas arrestadas por utilizar el «género» equivocado. Además, dentro del activismo ‘trans’ se ha normalizado una retórica violenta, visible en muchas protestas donde aparecen pancartas que hablan de matar a las TERF [acrónimo en inglés para «feminista radical trans-excluyente] y a J. K. Rowling, entre otras cosas. Ahora bien, eso no representa a todas las personas que se identifican como trans. Por eso es fundamental trazar esa distinción y no demonizar a ningún grupo en su conjunto. Nada ha perjudicado más a las personas ‘trans’ que el hecho de que tantos activistas dentro de ese colectivo hayan enviado amenazas de violación o de muerte a quienes se oponen a ellos.. El libro lleva el siguiente antetítulo: ‘Cómo la guerra cultural fue demasiado lejos y qué esperar de la contrarrevolución’.. Cuando hablo de la revolución cultural, estoy advirtiendo sobre la posibilidad de que se adopten políticas o comportamientos que no sean mucho mejores que los del movimiento ‘woke’. Por eso insisto en la necesidad de mantenernos vigilantes. Hemos visto una situación en la que quienes tienen el poder -y me refiero al poder cultural, porque sabemos que los ‘woke’ tienen mucha influencia en el funcionariado, en organismos paraestatales y en diversos gobiernos del mundo-, cuentan con un grado de poder increíble. Aunque se presenten como los desvalidos, claramente no es así. Ese tipo de poder puede replicarse en la derecha, puede surgir de cualquier lado. Por eso el subtítulo del libro es en realidad una llamada a la precaución.. Usted ha lanzado una campaña para proteger la libertad de expresión en su país, en un momento en que el Gobierno lleva a cabo una férrea persecución a los ciudadanos que critiquen sus políticas sociales, especialmente las raciales.. Un informe de ‘The Times’ reveló que 12.000 personas al año son arrestadas por discursos ofensivos bajo las distintas leyes de odio que tenemos en el Reino Unido. Y ésa es una situación terrible. Lo que ha ocurrido es que hay una plasmación del activismo por parte de varias agencias encargadas de hacer cumplir la ley. Por ejemplo, tenemos el College of Policing en Inglaterra y Gales, responsable de la formación policial, que en 2015 introdujo algo llamado «incidentes de odio no criminales» y enseñó a la policía que su función era controlar las emociones y el lenguaje de los ciudadanos, algo para lo que nunca tuvieron mandato gubernamental. Así que lo hicieron y ya está. Y eso es un problema muy grave. Además, hay pruebas de influencia activista incluso dentro de la Fiscalía Pública, la Crown Prosecution Service.. En cualquier caso, parece que es como querer poner puertas al campo.. Muchas de estas leyes son anteriores a internet, sin entender el contexto digital actual, por lo que ya no son aplicables. Por ejemplo, la Ley de Comunicaciones de 2003 prohíbe publicar mensajes «gravemente ofensivos». Bien, yo diría que el 90 % de los mensajes en redes sociales podrían considerarse «gravemente ofensivos» para alguien. El término es demasiado subjetivo para estar en el código legal. Los sucesivos gobiernos se han creído el mito de que controlando lo que la gente dice se puede eliminar la violencia real. Pero, como señalo en el libro, todos los estudios indican que no es así. Si miras seis décadas de teoría sobre los efectos de los medios, verás que no hay relación entre lo que se consume en la cultura popular y el comportamiento del público. La gente no actúa en función de lo que lee en internet. Es mentira. Sin embargo, se ha tomado como una verdad incuestionable, y por eso los políticos han tenido poco interés en derogar estas leyes de odio. Pero, al final, hay que partir del principio de que el Gobierno no tiene derecho a hurgar en tu mente. El odio es una emoción humana, aunque lamentable, pero no se puede eliminar mediante legislación. El Estado no tiene autoridad para decidir qué debes o no debes sentir.. Uno de sus caballos de batalla es Lucy Connolly, esposa de un concejal ‘tory’ de Northamptonshire, la cual escribió en X: «¡Deportación masiva ya! ¡Por lo que a mí respecta, que se quemen todos los malditos hoteles llenos de esos cabrones!», en referencia a los refugiados alojados en esos espacios, tras el asesinato de tres niñas entre seis y nueve años por un joven de origen ruandés.. Nadie aprueba lo que tuiteó, no conozco a nadie que lo haga. Pero ese mensaje fue escrito con prisa, con ira, con una emoción muy fuerte y fue borrado muy rápidamente, algo que luego ella misma lamentó. Lo fundamental en este caso es que Connolly fue condenada a 31 meses de prisión por tuitear algo sobre prender fuego a hoteles. Sin embargo, no llamó a nadie a hacerlo, sino que expresó indiferencia, diciendo que si alguien lo hiciera, a ella no le importaría, que es algo muy distinto. Además, no es alguien con poder o influencia real. No había posibilidad alguna de que ese tuit pudiera incitar a la violencia en el mundo real. Aun así, recibió una condena mayor que la que alguien que realmente atacó una mezquita en una turba, que fue condenado a 28 meses. Es decir, hablar de un crimen es aparentemente peor que cometerlo. Eso no es un Estado sostenible. Creo que esto responde a una creencia muy extendida de que deberíamos poder controlar lo que la gente dice para hacer la sociedad más segura. Muchas personas de izquierdas han comprado el mito de que las palabras y la violencia son prácticamente lo mismo, y eso es un error. Se puede condenar completamente lo que dijo Lucy Connolly sin desear que vaya a la cárcel por ello.. «Tuitear algo que pudiera incitar a la violencia se castiga con 31 meses de cárcel y atacar una mezquita, con 28. Es decir, hablar de un crimen es peor que cometerlo». ¿Qué papel desempeña el humor en todo esto?. Es fundamental, porque los cómicos siempre han satirizado a los sistemas de poder y a quienes están en el poder. Pero, por alguna razón, cuando el movimiento ‘woke’ se convirtió en la fuerza más poderosa de la sociedad, los humoristas estuvieron ausentes, no lo ridiculizaron. Quizás porque no veían este movimiento como una fuerza real -aunque claramente lo era-. Lo que me llevó a crear a Titania McGrath fue precisamente esta preocupación: veía que un área concreta estaba siendo blindada como algo que no se debía ni tocar con humor. Eso no tenía sentido para mí, porque siempre he satirizado todos los lados del espectro político. No creo que haya una ideología sagrada que no deba ser objeto de burla. Es como decir que podemos mofarnos de todas las religiones… menos de una. No tiene lógica.. En España se habla, con sorna, del «Cuerpo oficial de cómicos del Estado».. Graham Linehan los llama «humoristas del régimen», y creo que es el término exacto. Lo que hacían era aplaudir al establishment, se convirtieron en animadores del pensamiento oficial. Porque, claro, el movimiento woke estaba profundamente arraigado tanto en el Partido Conservador como en el Laborista. En Reino Unido, los peores éxitos de este movimiento fueron impulsados por la derecha, los tories. Y no se trataba de algo que se pudiera anular votando, porque se produjo una toma del poder sin mandato democrático. Nadie podía deshacerse de ello. Así que había que ridiculizarlo. El humor era la vía. Sin embargo, los comediantes del régimen preferían hacer lo que Chris Morris definió como «una elaborada actuación para la Corte». Realmente era eso: seguían la línea oficial. Para mí, como humorista, si sólo apoyas a los poderosos, estás incumpliendo tu deber. Ahora las cosas están cambiando. Por supuesto que no en los programas de comedia mainstream, ni en la BBC, porque están atrapados ideológicamente. Pero en internet y en la comedia en vivo sí hay mucha gente que empieza a plantar cara y a decir que el emperador está desnudo.. En España, parece que estas ideas siguen presentes, a través de la ‘ley trans’ y de otras manifestaciones políticas. ¿Qué se puede aprender de los países que ya las han dejado atrás?. Lo que realmente permite que estas ideas arraiguen es el miedo a decir la verdad. Cuando se habla de las reivindicaciones del activismo trans -como que las personas pueden nacer en el cuerpo equivocado o que los espacios exclusivos para mujeres deberían desaparecer porque cualquiera puede identificarse del modo que cada uno quiera para acceder a ellos-, estamos ante ideas muy reaccionarias que se presentan como radicales y progresistas. Al final, estas ideas no están ancladas a la realidad ni a la verdad. No triunfarán porque nadie podrá convencer a la sociedad de que los derechos de las mujeres (que representan el 50 % de la población) no importan, ni los derechos de los niños ni los de los homosexuales.. El hecho de que hombres biológicos puedan participar en competiciones deportivas femeninas y que usen los vestuarios de mujeres ha alienado a una parte importante de la población.. En efecto. Otro ejemplo: antes de que J. K. Rowling creara en Escocia Byron’s Place, un centro de crisis para mujeres víctimas de violación, no existía ningún organismo exclusivo para mujeres, porque el principal, el Edinburgh Rape Crisis Centre, estaba dirigido por un hombre que se identificaba como mujer. Éste decía que las mujeres que tenían problemas con ello debían reinterpretar su trauma y dejar de ser «intolerantes». Es una situación terrible. Y cuando hay hombres en cárceles de mujeres -incluidos delincuentes sexuales como Karen White, un varón que se identificaba como mujer y que fue trasladado a prisión femenina, donde abusó sexualmente de dos mujeres-, parece sacado de una novela. ¿Por qué alguien pondría a un delincuente sexual en una cárcel para mujeres? Cuando la gente conoce estos hechos y la verdad de lo que está ocurriendo, se da cuenta de que no es aceptable.. ¿Diría que es por su naturaleza contraintuitiva?. Generalmente, la mayoría de las personas tienen una mentalidad bastante liberal, sobre todo en Europa. Creen en la justicia, en la igualdad de oportunidades y no les gusta que nadie quede en desventaja. El movimiento ‘woke’ les pide justo lo contrario: que acepten que los derechos de las mujeres no importan, que los derechos gay no importan, que la famosa «ceguera al color» (el sueño de Martin Luther King de que nos juzguen por el contenido de nuestro carácter y no por el color de nuestra piel) es en realidad racista y debe olvidarse. Los países que han adoptado estas ideas, que las han malinterpretado y aplicado, han vivido un período de histeria colectiva, luego han comprendido lo que estaban promoviendo y, poco a poco, han ido retrocediendo. Ése parece ser el patrón. La manera de acelerar ese proceso es hablar con honestidad sobre la realidad: decir que no se acepta que un hombre se convierta en mujer simplemente por decirlo, ni que un niño pueda nacer en el cuerpo equivocado, ni que se deba tratar a las personas por su color de piel antes que por sus méritos individuales. Si la gente tiene el valor de defender esos valores liberales clásicos, el movimiento woke se desvanecerá muy rápido. Pero parece que aún queda camino por recorrer.
La Lectura // elmundo
El humorista y ensayista británico, azote de los apóstoles alucinados de la posmodernidad, certifica el final del dominio de la chatarra ideológica en ‘The End of Woke’, que acaba de publicarse en su país: «Esas ideas han entrado en declive». Leer
El humorista y ensayista británico, azote de los apóstoles alucinados de la posmodernidad, certifica el final del dominio de la chatarra ideológica en ‘The End of Woke’, que acaba de publicarse en su país: «Esas ideas han entrado en declive». Leer